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El imperialismo europeo
Europa y el mundo: viejo y nuevo imperialismo
La industrialización y el enorme desarrollo tecnológico de Europa, especialmente en la época de la Segunda Revolución Industrial, provocaron la separación del mundo en dos grandes grupos: los países industrializados y los no industrializados. Los primeros terminaron por imponerse sobre los segundos, que quedaron bajo su dependencia directa o indirecta. La Europa industrial, gracias a su vitalidad demográfica, su superioridad industrial, técnica, comercial y financiera impuso su modelo económico, sus valores, ideales y su cultura a gran parte del mundo.
El imperialismo se puede definir como el sistema en el que la política, la economía y la cultura de una parte del mundo se organizan en función del dominio de unos países sobre otros. El imperialismo que surge en el siglo XIX fue la culminación del colonialismo iniciado en los siglos XV y XVI. Pero ambas formas de dominación colonial fueron muy distintas. Los viejos imperios coloniales estuvieron ubicados principalmente en América, mientras que los nuevos imperios coloniales se centraron en Asia y África. Las antiguas colonias habían sido de asentamiento y los emigrantes habían creado sociedades que pretendían ser similares a las europeas, frente a las nuevas colonias que fueron, sobre todo, territorios de ocupación, donde una minoría europea no se mezclaba con la autóctona y ejercía el control político y económico. Por otro lado, si el ritmo de ocupación había sido lento y limitado en el pasado, en el siglo XIX la rapidez fue la tónica general. Por último, las posesiones coloniales de la época moderna dieron lugar a escasos conflictos en comparación con los desarrollados con el imperialismo del siglo XIX, con guerras constantes, ya que la expansión colonial se había convertido en un objetivo fundamental de la economía y la política de los países industrializados.
Factores
Desde el punto de vista económico, el desarrollo del imperialismo se vincularía a las necesidades de las industrias de los países europeos desarrollados. La industria llegó a tal grado de crecimiento que se hizo necesaria la búsqueda de nuevos mercados para sus productos, de materias primas abundantes y baratas, así como de nuevos espacios económicos donde poder invertir el capital excedente y hallar más beneficios, donde, además la mano de obra era abundante y, por lo tanto, barata. Esas condiciones se encontraban en los territorios más atrasados, sin medios técnicos y más débiles de otros continentes, especialmente de Asia y África. Tenemos que tener en cuenta que la crisis de 1873 provocó que los países industrializados desarrollaran políticas proteccionistas, por lo que se hizo indispensable buscar esos nuevos mercados, más materias primas y lugares donde invertir y encontrar rentabilidad. Actualmente, se está matizando esta teoría clásica económica en relación con el imperialismo. Hay estudios que consideran que la mayor parte de las inversiones extranjeras de los países desarrollados no se encaminaron hacia los nuevos territorios sino hacia otros países industrializados o en vías de serlo, como los Estados Unidos. Además, siempre según esta nueva teoría, la mayor parte del comercio exterior, tanto de productos industriales como agrarios, siguió siendo entre los países industrializados. Por fin, se en duda la rentabilidad económica de algunos imperios, como el británico, el principal de todos ellos. Se habría comprobado como los costes para mantenerlo –administración, ejército, etc.- no justificaban los beneficios obtenidos. Además, el imperialismo no benefició a toda la población ni a todos los sectores económicos británicos por igual. Los principales beneficiarios fueron los sectores económicos que invirtieron en empresas coloniales mientras su contribución a los costes de la administración colonial fue muy reducida. Las clases medias fueron las que contribuyeron a este coste con sus impuestos, y obtuvieron muy pocos beneficios o ninguno de la expansión imperial de su país.
El enorme crecimiento natural de la población europea durante el siglo XIX generó un importante flujo migratorio. La posibilidad de contar con territorios coloniales donde poder asentar los excedentes demográficos contribuyó a la expansión imperialista. Bien es cierto que la mayor parte de la población europea se encaminó hacia los países americanos, pero buena parte de la opinión pública de los países industrializados europeos valoraba la conquista de territorios para poder asentar esos excedentes demográficos.
La expansión imperial de las potencias europeas tiene mucho que ver con el deseo de aumentar sus respectivos poderes políticos a escala internacional. Los países europeos se apresuraron a controlar militarmente, además de económicamente, territorios, rutas terrestres y marítimas, a obstaculizar la expansión de sus competidores y a aumentar su influencia en el contexto diplomático. Los gobiernos europeos consideraban sus imperios como un factor estratégico.
En el siglo XIX se vivió una verdadera fiebre descubridora, un enorme interés por explorar todos los rincones del planeta, especialmente las zonas desconocidas hasta ese momento. Se constituyeron importantes sociedades científicas y geográficas para adentrarse en Asia y en África. Estas exploraciones abrieron nuevas rutas, permitieron conocer casi todos los territorios y a muchos pueblos que no habían tenido contacto con los europeos. Los conocimientos adquiridos fueron utilizados para colonizar estas áreas. Livingstone, Stanley o De Brazza fueron destacados exploradores.
El imperialismo no puede ser entendido sin conocer las concepciones racistas sobre la superioridad de la raza blanca de la época. Esta mentalidad vino acompañada por la exaltación nacionalista de las potencias europeas. Los estados afirmaban su superioridad y defendían su deber de difundir sus valores, su cultura, su idioma, la religión y la civilización occidental por todo el mundo.
Por fin, no se puede negar la concepción paternalista del colonialismo. El hombre blanco tendría la supuesta responsabilidad de civilizar a los pueblos considerados como inferiores. Las grandes confesiones cristianas –católica, anglicana y protestante- defendieron la actividad misionera. Justificaron el colonialismo por la necesidad de evangelizar a los considerados pueblos primitivos.
La ocupación de Asia
En el siglo XIX, las principales potencias colonialistas europeas occidentales, especialmente, Gran Bretaña y Francia, así como Rusia, Estados Unidos y Japón, intervinieron activamente en el continente asiático.
Gran Bretaña se concentró en la India, la “joya de la Corona”. En el siglo XVIII, la Compañía Inglesa de las Indias poseía o controlaba los puertos de Madrás, Calcuta y Bombay. Tras las revueltas de los cipayos –soldados indígenas del ejército británico- de 1857, el gobierno británico asumió directamente el control de la India, estableciendo una administración gobernada por un virrey. La India fue el más acabado ejemplo del imperialismo británico. La reina Victoria fue proclamada emperatriz de la India en 1877. Para garantizar una zona de seguridad alrededor de la colonia, los británicos se enfrentaron a los franceses para controlar Birmania (1886).
Francia, por su parte, se centró en Indochina. En primer lugar, los franceses comenzaron a adueñarse de la Conchinchina desde finales de la década de los años cincuenta. Entre 1860 y 1880 se anexionaron toda la región del Mekong y establecieron un protectorado sobre Camboya. Después de vencer a los chinos, Francia implantó sendos protectorados sobre Annam y Tonquín. Todos estos territorios conformaron, a partir de 1887, la Unión Indochina, a la que se unió, en 1893, el reino de Laos. Aunque esta zona fue de presencia eminentemente francesa, los británicos ocuparon Birmania, los Estados Malayos y Singapur. Para asegurar la paz, las dos potencias europeas decidieron mantener libre y neutral el Estado de Siam, que funcionaría como una especie de frontera entre los dos imperios coloniales.
Los holandeses, por su parte, establecieron un imperio colonial en Indonesia.
El imperio ruso aceleró, durante el siglo XIX, su tradicional expansión hacia Siberia. En la segunda mitad del siglo más de cinco millones de rusos emigraron a las nuevas tierras siberianas. Uno de los motores de la expansión por Siberia fue la construcción del famoso ferrocarril transiberiano. Los rusos intentaron, además, expandirse hacia el sur. Por esta zona llegaron hasta los límites de la India, generando un largo litigio con los británicos por el control de Persia y Afganistán, así como por el Tíbet. La otra gran rivalidad colonial de los rusos fue con los japoneses. En 1904-1905 se produjo la guerra ruso-japonesa, en la que el gigante ruso fue vencido por un Japón en plena expansión imperial en el continente.
La intervención en China se convirtió en un asunto conflictivo durante el siglo XIX. El país no fue ocupado por ninguna potencia aunque algunos países europeos consiguieron establecer algunos enclaves comerciales. Los británicos deseaban equilibrar sus compras de té y seda chinos con la venta de opio que traían de la India. El gobierno chino prohibió en el año 1839 la entrada de opio, pero los ingleses decidieron seguir vendiéndolo. Este hecho desembocó en las guerras del opio, que finalizaron con el Tratado de Nanking de 1842. Este tratado proporcionó a la Gran Bretaña el enclave de Hong Kong y la apertura de doce puertos al comercio. Pero este tratado tuvo otra consecuencia: la demostración de la debilidad del Imperio chino ante Occidente. En el último tercio del siglo XIX y primeros años del XX se produjo un verdadero acoso occidental y japonés sobre China. Francia consiguió una zona de influencia en el sur. En el nordeste, en la región de Manchuria entraron rusos y japoneses. Los alemanes y británicos se situaron en la península de Shandong. Éstos últimos también controlaron zonas en el sudeste y en el Yangtsé. Los británicos deseaban controlar la economía china, especialmente la explotación de las minas, los ferrocarriles y el comercio. Todas estas injerencias provocaron reacciones de signo nacionalista, destacando la protagonizada por reformadores radicales en el levantamiento de los Cien Días (1898) y la revuelta popular de los boxers (1900-1901), duramente reprimidas. Pero la situación de China desembocó en 1911 en una revolución que terminó con el imperio e instauró una república. Las nuevas autoridades buscaron liberar a China de las injerencias extranjeras, además de reconstruir el país.
En Oceanía hay que destacar el poderío británico, ya que controlaban los dos territorios más importantes: Australia y Nueva Zelanda, colonias de poblamiento, que terminaron por alcanzar un alto grado de autonomía dentro del imperio.
El reparto de África
El continente africano, escasamente poblado, fue ocupado y repartido entre las potencias europeas. A principios del siglo XIX, los europeos solamente poseían factorías costeras o pequeñas colonias. Pero en la segunda mitad del siglo, exploradores y misioneros recorrieron África, aprovechando el curso de los grandes ríos: Níger, Nilo, Congo, Zambeze y por el Sahara.
A partir de 1870, las expediciones se multiplicaron y las potencias europeas se lanzaron a una verdadera carrera de conquista y colonización de territorios. Los británicos deseaban establecer un imperio de norte a sur, vertebrado por el ferrocarril El Cairo-El Cabo, dominando, a su vez, la fachada oriental del continente con vistas a controlar el Océano Índico. Gran Bretaña obtuvo territorios muy ricos en minerales (oro y diamantes), así como de gran valor estratégico, como el Canal de Suez, por el que controlaban el paso entre el Mediterráneo y el Mar Rojo hacia el Océano Índico.
Por su parte, los franceses pretendían levantar un imperio de este a oeste del continente africano. Comenzaron por dominar Argelia y desde allí fueron dominando gran parte del norte de África (Marruecos y Túnez), la costa occidental del continente y se extendieron hacia Sudán, punto de fricción con los británicos, ya que era la zona de choque con la línea norte-sur británica.
El rey de los belgas -Leopoldo II- encargó la exploración de la zona del Congo para levantar un imperio propio. Los alemanes se establecieron en África central. Así pues, muy pronto comenzaron a entrar en colisión los intereses de las grandes potencias. Ante esta situación, en el año 1885 Bismarck convocó una conferencia internacional en Berlín. En la Conferencia se tomaron una serie de decisiones sobre la colonización de África: garantía de libre navegación por los ríos Níger y Congo, establecimiento de unos principios para ocupar los territorios por parte de las metrópolis, como eran el dominio efectivo y la notificación diplomática al resto de las potencias del establecimiento de una nueva colonia. Pero la Conferencia no terminó con los enfrentamientos entre las potencias coloniales.
Posteriormente, los alemanes se establecieron en Togo, Camerún, África suroccidental y Tanganica, mientras que los portugueses se hacían con Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Italia estableció su imperio en Libia y Somalia. Por fin, España se estableció en lo que luego fue Guinea Ecuatorial y en el Sahara Occidental (Río de Oro). También, estableció un protectorado en la zona del Rif marroquí.
En el sur de África, dos pequeñas repúblicas vecinas –Transvaal y Orange- estaban en manos de los holandeses nacidos en el continente africano y conocidos como bóeres, después de haberse marchado de la zona de El Cabo, huyendo de la expansión británica en la zona. Pero la noticia del descubrimiento de importantes minas en Transvaal motivó a los ingleses para invadir los territorios de los bóers, provocando el estallido de una guerra, que duró tres años, con un alto coste en vidas humanas. Al final, esos territorios fueron anexionados al Imperio británico.
La administración colonial
Las metrópolis establecieron sistemas de gobierno y administración en los territorios coloniales. Dependiendo del tipo de poblamiento se pueden definir dos tipos de colonias. En principio, estarían las denominadas colonias de explotación, con poca población emigrada de las metrópolis. Lo que se buscaba era la explotación sistemática de sus recursos. Casi todas las colonias africanas y asiáticas eran de este tipo. En segundo lugar, estarían las denominadas colonias de poblamiento. Estas colonias contaban con un fuerte contingente de población europea emigrada, que se impuso a la escasa población indígena. Estas colonias terminaron por contar con un alto grado de autonomía y fueron las primeras que se independizaron. Los ejemplos más destacados fueron: Canadá, Australia y Nueva Zelanda, dentro del imperio británico.
En función del gobierno impuesto por las metrópolis, tendríamos, las colonias propiamente dichas, es de decir, sin gobierno propio y dependientes directamente de la administración de la metrópoli. La autoridad era ejercida, generalmente por un gobernador o virrey, junto con una administración de funcionarios coloniales. Las colonias eran los territorios que estaban más sometidos a los intereses económicos de las metrópolis. La India británica o la Indochina francesa son dos ejemplos, entre los muchos que se pueden aducir. Otro caso sería el de los protectorados. En estos territorios había un gobierno propio indígena pero la administración colonial supervisaba su acción y ejercía las funciones de defensa y política exterior. Era una fórmula que se estableció en lugares que con anterioridad habían sido estados independientes, como en los casos de Egipto o de Marruecos. Los dominios eran territorios con escasa población indígena, en los que la población blanca dispuso un gobierno y sistema parlamentario propio, aunque dependiente de la metrópoli. Fue la fórmula de casi todas las colonias de poblamiento: Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Los mandatos nacieron después de la Primera Guerra Mundial como una fórmula para administrar los territorios dependientes de las potencias perdedoras en el conflicto. La mayor parte de los mandatos fueron ejercidos por Gran Bretaña y Francia, en representación de la Sociedad de Naciones, destacando los establecidos en Próximo Oriente. Por fin, las concesiones eran territorios cedidos o arrendados por estados independientes a las potencias coloniales por un tiempo determinado. Solían ser enclaves muy codiciados por su interés estratégico o comercial, como el caso de Hong Kong, concesión china a Gran Bretaña durante cien años, o porque tenían materias primas y recursos valiosos, en cuyo caso la concesión se solía circunscribir a la explotación de los mismos.
Consecuencias del imperialismo sobre los pueblos colonizados
El colonialismo provocó un profundo impacto en la vida de los pueblos colonizados en todos los aspectos. En lo económico, la situación empeoró para la mayoría de la población, a excepción de las élites locales. Se produjo un proceso de expropiación de las tierras indígenas, que pasaron a manos de los colonizadores o sus empresas. En la agricultura se abandonaron los cultivos y formas de cultivar tradicionales, vinculados a la subsistencia familiar, y se establecieron plantaciones, implantando monocultivos extensivos para la producción de productos que cubriesen las necesidades de las metrópolis. Como ejemplos, se pueden citar los siguientes: caucho en Indochina, cacao en Nigeria o café en Tanganica. Por otro, lado se potenciaron las explotaciones de recursos minerales y energéticos a favor de las metrópolis. La imbricación de las colonias en la economía mundial potenció el empleo del papel moneda, por lo que la economía monetaria se yuxtapuso a la de subsistencia anterior. Las potencias coloniales construyeron nuevas infraestructuras: puertos, carreteras y ferrocarriles, que quedaron cuando las colonias se independizaron, pero que se hicieron para beneficio de la explotación económica colonial y no para atender a las necesidades de las poblaciones indígenas.
En el ámbito demográfico hubo aspectos positivos y negativos. En lo positivo, fueron indudables los beneficios producidos por la introducción de la medicina moderna, por las mejoras higiénicas y la construcción de hospitales. La mortalidad en muchas colonias disminuyó y aumentó la población, ya que la natalidad continuó siendo alta. Pero, también es cierto, que en algunos lugares la intensidad de la explotación de la población indígena provocó una clara disminución demográfica, siendo el caso del Congo el más significativo. Por otro lado, donde la población indígena era más débil se redujo aún más, como en Oceanía. Pero, además en el caso de los aumentos de la población, gracias a la disminución de la mortalidad, se rompió el equilibrio entre la población y los recursos, comenzando a producirse problemas de abastecimiento y de subalimentación crónica.
La estructura de las sociedades indígenas cambió con el colonialismo. Los nuevos ritmos de trabajo desorganizaron la vida tribal o indígena, así como las jerarquías previas. Además, muchos grupos étnicos fueron divididos o unidos a otros de forma artificial y, de ese modo se rompieron etnias y se forzaron convivencias de grupos enfrentados. Por último, las administraciones coloniales utilizaron a determinados grupos indígenas para reclutar a sus ejércitos o para parte de la estructura administrativa, generando diferencias y favoreciendo a unos sobre otros a cambio de su fidelidad.
Los repartos coloniales tuvieron graves consecuencias cuando se produjeron los procesos descolonizadores. En el caso de África, las fronteras establecidas por las metrópolis no respetaron las etnias y cuando las colonias se independizaron estallaron odios tribales y guerras crueles.
Las costumbres, las religiones, las tradiciones y formas de entender el mundo y la vida de los pueblos indígenas sufrieron el fuerte impacto de los valores, ideas y religiones occidentales. Se produjo una fuerte crisis de identidad de estos pueblos. En el caso de los pueblos de la zona subsahariana, el impacto fue mayor que en Asia donde estaban muy asentadas culturas de tradición milenaria, como la hindú o la china, entre otras.
La crítica al imperialismo
En las metrópolis no hubo unanimidad en la defensa del colonialismo. Algunos políticos, intelectuales, religiosos y grupos de opinión se opusieron a la dominación colonial. En Francia hubo un intenso debate, al respecto. Políticos como el radical Clemenceau o el socialista Jaurès se opusieron al colonialismo. La II Internacional Socialista condenó el imperialismo como una forma de explotación capitalista, aunque hubo socialistas que valoraron, en cierta medida, algunos aspectos positivos del imperialismo, tanto en relación a las poblaciones indígenas, como hacia los obreros europeos. Por su parte, Lenin hizo una interpretación fundamental sobre el imperialismo, como estadio supremo del capitalismo. El capitalismo habría pasado de su forma industrial a la financiera, por lo que a la lucha de clases se había añadido la lucha política entre los estados por los mercados, las materias primas, las colonias, etc.. El desarrollo de esta teoría permitiría a Lenin defender la revolución en Rusia, ya que el proletariado occidental se habría enriquecido y ya no era la base revolucionaria que había explicado Marx en la fase anterior del capitalismo. Ahora era el turno del proletariado de países más atrasados.
Información sacada de https://losojosdehipatia.com.es
LOS BARCOS DE LA EMIGRACIÓN INTRODUCCIÓN.
Los grandes inventos del ser humano han marcado la evolución de su especie. Se puede decir que los inventos son fruto del desarrollo intelectual y técnico del hombre. Esta página trata de poner de manifiesto la importancia que uno de esos grandes inventos, la máquina de vapor, adaptada a la navegación en el último tercio del siglo XIX, tuvo en el desarrollo de la humanidad y en el hecho migratorio.
La introducción de los motores de vapor en los barcos, significó la ruptura de una vez por todas de las infranqueables barreras oceánicas, constituyendo una verdadera revolución en las comunicaciones de la época, y dando lugar a las mayores y más grandes corrientes migratorias humanas conocidas. Estas corrientes migratorias, fundamentalmente, se producirán desde el viejo continente europeo hacia las nuevas tierras del continente americano.
LOS TRANSATLÁNTICOS.
Los grandes barcos transatlánticos, con sus enormes motores productores de vapor, que podían alcanzar alturas cercanas a un edificio de tres plantas, alimentados por toneladas de carbón, transmitían a sus hélices tal empuje, que el tiempo de duración de la travesía desde Europa al continente americano se acortó extraordinariamente. Desde durar un mes, a bordo de los primeros vapores en el primer tercio del siglo XIX, se pasó a tardar poco más de cinco días en divisar tierra americana a principios del siglo XX. Esto tras superar más de 5.000 km. a bordo de los barcos transatlánticos más veloces, con sus cuatro turbinas y cuatro hélices.
Se construyeron enormes barcos de ensueño, capaces de acomodar en algunos casos a más de 2.000 pasajeros. Con decorados interiores que nada tenían que envidiar a los más suntuosos palacios londinenses e italianos, con una riqueza artística impresionante puesta a disposición y disfrute de la “first-class”. Creación artística, por otra parte, condenada en muchos casos a ser admirada sólo por los ojos sin luz de los fondos marinos y al recuerdo de una simple efemérides de un naufragio causado por una “bad” mar.
EMIGRACIÓN A FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL SIGLO XX.
Esta revolución de las comunicaciones marítimas promocionó de forma definitiva a principios del siglo XX, por una parte, la emigración de las clases más desfavorecidas en busca de nuevas oportunidades, y por otra, los viajes turísticos transatlánticos para las clases más adineradas, así como el intercambio comercial entre los países. Como siempre juntos el dolor, el placer y los intereses económicos, como en cualquier otra gran gesta de la humanidad.
En los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, se estima que más de veintidós millones de europeos emigraron al continente americano. Más de tres millones y medio de españoles emigraron al continente americano en los últimos veinte años del siglo XIX, la mayoría de ellos gallegos, asturianos, cántabros y canarios.
Como consecuencia de esta masiva emigración, se amasaron grandes fortunas por los consignatarios marítimos conseguidas en la intermediación entre el emigrante y las navieras transportistas.
Junto a la grandeza y suntuosidad de los barcos transatlánticos, basadas en la inteligencia y el saber del ser humano, aparecía la cara oscura de la emigración maldita de los desposeídos. Con sus últimos ahorros se pagaban los billetes, en la mayoría de los casos sin retorno, a la tierra prometida. Huían del hambre, de la miseria, de la clandestinidad y del servicio militar obligatorio de los “pobres”, que no podían pagarse un sustituto o una redención. Muchos de estos hombres y mujeres, e incluso niños, no llegarían nunca a esa tierra; pereciendo durante la travesía apiñados en las cubiertas o en las bodegas de esas grandes máquinas navales.
Durante la Primera Guerra Mundial se acabaron estas masivas corrientes migratorias, y muchos de los barcos transatlánticos que las facilitaron fueron hundidos o desguazados.
A finales de los años veinte las naciones comenzaron a poner freno a la libertad de emigración, promulgando leyes para su regulación.
EMIGRACIÓN CANARIA.
La emigración canaria de finales del siglo XIX y principios del XX, se produce fundamentalmente a Cuba. Se calcula que, en las dos últimas décadas del siglo XIX, más de sesenta mil canarios emigraron a Cuba. Después esta emigración se dirigirá a países americanos como México, Argentina, y sobre todo a Venezuela. La presión demográfica, las sequías, los bajos salarios, la pobreza en definitiva; fueron las causas de que en Canarias se multiplicase la necesidad de emigrar. Los grandes transatlánticos que desaparecían en el horizonte ante los ojos de los isleños, se convertían en las nuevas sirenas, que como a Ulises, con sus cánticos melodiosos y desgarradores les querían atrapar. Y así fue; miles de isleños se verían atrapados por el canto de la emigración y muchos de ellos perderían la vida en el intento.
Los puertos canarios, en esta época, eran visitados por los barcos transatlánticos de gran parte de las mayores navieras del continente europeo. Estos puertos eran receptores de turistas, principalmente ingleses; plataforma para la exportación de la producción agrícola canaria a Europa, fundamentalmente al Reino Unido; y servían de punto de avituallamiento a los barcos en sus travesías a Sudamérica, África y Asia.
Navieras británicas como Elder Dempster Line, Union Castle Line, British and African Steam Navigation Company, Royal Mail Steam Packet Company, Yeoward Brothers Line, Aberdeen Line, David MacIver & Company; alemanas como la Hamburg Südamerikanische Linie, Norddeutscher Lloyd , Hamburg Amerika Linie, Deutsche Ost Afrika Linie; italianas como la Navigazione Generale Italiana, Lloyd Sabaudo; francesas como la Compagnie Générale Transatlantique y Messageries Maritimes; y las españolas Compañía Trasatlántica Española y Compañía Trasmediterránea; estarán presentes con frecuencia en los puertos canarios desde finales del siglo XIX y durante el primer tercio del siglo XX.
Una breve historia de estas y otras navieras, y de algunas de sus fabulosas máquinas flotantes, está recogida en estas páginas. Sin pretensión erudita, y con el sentimiento personal de que sirvan de homenaje y recuerdo a tantos y tantos hombres y mujeres que abandonaron su país en busca de la prosperidad y de nuevos horizontes. Y sobre todo, de aquellos que perdieron su vida en el intento, dirigiendo su última mirada hacia el infinito de la popa del barco que los transportaba, pensando en los padres, maridos o mujeres e hijos que atrás quedaban.
El transporte de los emigrantes canarios constituyó en más de una ocasión una forma de esclavitud y, siempre, un rentable negocio. El precio elevado del pasaje, daba lugar a que muchos se viesen obligados a firmar la "contrata de trabajo", en ella iba incluido el transporte y demás gastos del viaje. Por la contrata, los isleños quedaban durante años atrapados por los terratenientes, hasta que devolvían con su trabajo todo el dinero que les habían anticipado para el viaje. En definitiva, una mano de obra de recambio de los esclavos en las labores del tabaco y de la caña de azúcar.
A partir de los años treinta la emigración legal fue muy limitada. Desde 1938 hasta 1946, no se permitió la libre emigración en España salvo con países aliados como la Alemania nazi. Y esto, claro está, incrementó la emigración clandestina.
En esta emigración clandestina, los canarios empleaban fundamentalmente barcos de pesca artesanal, con muchos años de funcionamiento e incapaces de operar con mínimas condiciones en alta mar. Estos barcos se desplegaban como veleros, apoyándose en la posición de las Islas Canarias y en la acción de los vientos alisios. El número de pasajeros superaba con creces la capacidad normal del barco. La duración de la travesía era de unos cuarenta días, dependía esencialmente de los vientos y del estado de la mar. Las condiciones del viaje, en la mayoría de los casos, eran infrahumanas. Los emigrantes que arribaban al otro lado del océano sin documentación y sin medios económicos eran detenidos e internados en centros de reclusión. Los terratenientes que estaban interesados en contratar mano de obra barata y obediente, iban a esos centros a escogerlos, tal y como si se tratara de un mercado de esclavos.
Información sacada de http://www.laciesma.com
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Durante el siglo XVIII y primera mitad del XIX, los progresos técnicos aplicados a la maquinaria hicieron posible el capitalismo de la Primera Revolución Industrial. Este capitalismo era producto del librecambismo y se basaba en la ley de la oferta y la demanda, en la libertad de trabajo y en la libre concurrencia. Había que producir a precios cada vez más bajos para triunfar sobre la competencia, y de ahí la necesidad de un aumento paulatino de la mecanización y de capitales para la maquinaria. En este período, los empresarios eran todavía capaces de financiar a escala familiar sus industrias y fábricas con los ahorros, beneficios o excedentes de la agricultura.
Sin embargo, a partir de 1870, las innovaciones técnicas perfeccionan y multiplican la maquinaria, con lo que las empresas necesitan grandes cantidades de dinero para la instalación y renovación instrumental. Es preciso buscar nuevas fuentes de financiación para esta necesidad constante y cuantiosa de capitales. Aparece así el gran capitalismo o capitalismo financiero. Los bancos, que hasta entonces se habían limitado a ser instrumentos de cambio, se convierten ahora en bancos de negocios o de crédito industrial para financiar empresas y actividades de inversión, produciéndose laconcentración financiera e industrial.
La producción de la industria mundial entre 1870 y 1890 se multiplica en todos los sectores. La producción de hierro pasa de 12 a 37 millones de toneladas métricas; la de carbón de 220 a 800 millones. Al mismo tiempo, aumentan las inversiones de capital en el exterior de los países en los que se ha acumulado. Las inversiones inglesas en el extranjero pasan de 200 millones de libras en 1855 a 2400 millones en 1900. Se forma un mercado mundial, en el que ciertas potencias suministran productos industriales y otros países colocan sus productos agrícolas.
Esta fase de crecimiento se apoya en la abundancia de metales preciosos. El comercio mundial necesita instrumentos de cambio y las monedas se apoyan fundamentalmente en el oro. Entre 1800 y 1860 el stock de oro se multiplica por 22 y en 1914 por 63. Los descubrimientos de oro en California, Australia, Alaska y África del Sur aportan grandes cantidades del preciado metal.
LA CONCENTRACIÓN INDUSTRIAL
El continuo crecimiento industrial exige un crecimiento paralelo del capital necesario para financiarlo. Los bancos controlan ahora los capitales y las inversiones realizadas enla industria, que, al ser de un alto nivel, hacen necesaria la disponibilidad de créditos. De ahí la tendencia a la concentración del capital bancario.
Por otra parte, la necesidad de grandes capitales destinados a adquirir maquinaria y propiciar la investigación de nuevos sistemas productivos hace que sólo las grandes empresas puedan hacer frente a tan elevadas inversiones. Por ello, se tiende a laconcentración, que abarata el proceso de producción y disminuye la competencia en el mercado. La concentración se llama horizontal si se trata de empresas dedicadas a un mismo tipo de actividad, y se llama vertical cuando une empresas de productos diferentes y complementarios.
Hacia finales de siglo aparecen ya asociaciones de empresas tendentes a limitar la competencia, la baja de los precios y los peligros de la superproducción. Dentro de latipología de concentraciones empresariales de ese momento destacan:
1. El cártel es la agrupación de empresas de un mismo producto para controlar el mercado y evitar la competencia, pero sin perder su independencia. Por ejemplo, el cártel hullero alemán, que llegó a agrupar 100 empresas mineras.
2. El trust es la asociación de varias empresas que cuentan con un solo directivo para gestionar la producción de todas ellas. Por ejemplo, la Standard Oil Company, fundada por Rockefeller en 1882.
3. El holding es una sociedad financiera que controla varias empresas mediante la adquisición de la mayoría de sus acciones.
Todas estas agrupaciones tienden al monopolio y, a veces, sus poderes son tan grandes que pueden incluso utilizarse como medio de presión ante los Estados; de ahí que la legislación de algunos países se orientase hacia su prohibición.
Este nuevo tipo de sociedad tenía como arquetipo al hombre de empresa que, con audacia e intuición, se convierte en el fundador de los monopolios. Rockefeller es el gigante del petróleo, Carnegie del acero, Morgan de la Banca, Ritz de la hostelería, Hearst del periodismo, etc. Las dimensiones universales que adquiere la producción industrial provocan que a las antiguas ferias les sucedan las exposiciones internacionales como lugares de intercambio.
LAS COMUNICACIONES
Un aspecto fundamental de esta segunda revolución industrial es el progreso de las comunicaciones. En primer lugar, hay que hablar del papel de los ferrocarriles, que se constituyen en un importante agente de transformación y en un campo de inversiones de primer orden. Inglaterra suministró vías, material rodante, diseños de trazado y capitales para la construcción de la red férrea de muchos países. El ferrocarril se convirtió en la palanca de la supremacía económica de algunas naciones.
En segundo lugar, el barco de vapor desplaza definitivamente al de vela, gracias a las innovaciones en los motores de vapor, lo que permitía aumentar la carga y la velocidad. En la innovación de los transportes fluviales y oceánicos influyen en gran manera los canales, y especialmente las travesías ístmicas de Suez y Panamá, que potenciaron el Mediterráneo y el Caribe como centros neurálgicos de las comunicaciones marítimas a nivel mundial. La creación de una red mundial de transportes continentales y oceánicos provoca dos efectos: el hundimiento de los precios y la división internacional del trabajo, basada en un bloque de naciones industriales y un anillo de países productores de materias primas.
En la máquina de vapor había hallado el siglo XIX el instrumento de su revolución del transporte, pero sus posibilidades de perfeccionamiento técnico parecían agotadas y sus rendimientos limitados. Se hacía necesario encontrar un motor que funcionase con un combustible líquido. En los años 80, se investiga en un motor que impulse el movimiento de un vehículo por carretera. El conde Dion y el mecánico Bouton utilizaron un motor a vapor, pero en 1885 ya se utilizan en estos vehículos los primeros motores movidos porderivados del petróleo, la nueva fuente de energía que lentamente, junto a laelectricidad, desplaza al carbón y al vapor. El primer automóvil lo construye Carl Benz, con un motor de gas en el que se inyectaba vapor de gasolina. En los años 90, Forest crea el motor de cuatro cilindros, dota de inyector al carburador y de bujía al encendido; Michelín fabrica los primeros neumáticos para el nuevo vehículo y Renault la marcha directa. Al comenzar el siglo XX ya hay algunas fábricas de automóviles. En la segunda revolución industrial el papel del automóvil es similar al del ferrocarril en la primera, el automóvil supone un nuevo estimulo para la industria siderúrgica, reclama una nueva red de comunicaciones, intensifica los transportes terrestres y se convierte en campo de inversión para los capitales.
Otro vehículo revolucionará el transporte. Desde fines del siglo XVIII, los hombres pueden elevarse en globos de aire caliente o gas, pero su propulsión, por medios mecánicos, impedía que se considerara un sistema de transporte útil para viajes y comercio. La aplicación de motores y la conversión de globos en dirigibles la acomete el conde Zeppelin en 1896, en talleres que aplican tres motores a dirigibles gigantescos. Pero los resultados aconsejaron su abandono. Pronto aparecerían los primeros aviones.
El progreso de las comunicaciones no se limitaba al invento de nuevos aparatos de transporte, sino también a la creación de procedimientos de transmisión de noticias: telégrafo, teléfono y radio, que dan un fuerte impulso a la creación del mercado.
INDUSTRIAS REPRESENTATIVAS
La cadena de inventos de la segunda fase de la industrialización se apoya en los avances y descubrimientos científicos. Estos descubrimientos repercuten en el desarrollo de tres sectores: la industria eléctrica, la química y la del metal.
La industria eléctrica es la energía fundamental y, aunque su existencia era conocida ya desde el siglo XVIII, su desarrollo industrial sólo se produce en el último tercio del siglo XIX, tras una fase experimental de inventos. En cuanto a la producción, el belga Gramme inventa la dinamo, que permite la transformación de la energía motriz en eléctrica. Edison y Berges consiguieron electricidad a partir de centrales hidroeléctricas, y Edison fue también quien inauguró la primera central eléctrica del mundo en Nueva York en 1882. El transporte de la electricidad se hace posible gracias a Deprez, que la transforma en corriente de alta tensión, que puede transportarse a grandes distancias. El terreno de las aplicaciones de la electricidad es muy amplio: con el invento de la lámpara incandescente por Edison se hace posible la instalación del alumbrado público. En los transportes se empleará en los tranvías eléctricos y el metro, y en el terreno de las comunicaciones a larga distancia será la base para el teléfono, el telégrafo y la telegrafía sin hilos.
La industria química, es la industria más característica de la evolución del capitalismo y una de las más representativas de esta Segunda Revolución Industrial. Se sirve de procedimientos muy costosos para obtener productos que se venderán a bajo precio, lo cual requiere grandes sumas de capital para producir a gran escala y un mercado amplio para absorberlos. Los productos químicos más importantes son: la sosa, muy solicitada por las industrias textil y papelera para blanquear sus productos; los colorantessintéticos o artificiales, solicitados por la industria textil; los abonos, que aumentaron las posibilidades de la agricultura; y los explosivos, que se utilizaron a partir de los descubrimientos de la nitroglicerina por Sobrero y de la dinamita por Nobel.
En la industria del metal supone una gran novedad la utilización del aluminio, el cobre, el níquel, el cinc, etc. Pero el hierro, convertido ahora en acero, sigue siendo el metal más importante. La obtención de acero era ya conocida con anterioridad, pero el procedimiento era caro y difícil. Sin embargo, las innovaciones en su procedimiento de obtención van a traer como consecuencia la sustitución del hierro colado por el acero. Los más destacados de estos avances tecnológicos son el convertidor Bessemer, que permite aumentar la producción de acero hasta 1000 toneladas al día; el horno Martin-Siemens que economiza combustible y produce acero más homogéneo y barato; y el procedimiento Thomas-Gilchrist, que elimina el fósforo de ciertos minerales de hierro y permite así explotar yacimientos con un elevado porcentaje de fósforo, que hasta entonces estaban inutilizados.
Las aplicaciones del hierro, que en la primera revolución industrial se limitaban al campo de los ferrocarriles, encuentran ahora otros ámbitos de expansión: la construcción (torre Eiffel) y los armamentos (artillería, blindaje, cascos para barcos…).
En definitiva, en el último tercio del siglo XIX, al lado de un capitalismo mundial que adapta formas financieras, de trust y explotación de capitales, se produce una segunda revolución industrial, en la que la electricidad, el motor de explosión, el petróleo y las industrias químicas constituyen algunas de las palancas básicas. |
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LOS CONFLICTOS ENTRE POTENCIAS IMPERIALISTAS
Durante el siglo XIX, a medida que progresaba la expansión colonial, se produjeron disputas entre las potencias imperialistas en su intento por controlar territorial, política y militarmente amplias áreas de África, Asia y Oceanía.
Con la pretensión de evitar esos conflictos en 1884 se reunieron enBerlín los representantes de 12 estados europeos más los de Estados Unidos y Turquía para concretar sus respectivas posiciones en el repartode África.
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Esta conferencia supuso un intento de atenuar por la vía diplomáticalas diferencias que entrañaba la competencia imperialista en dicho continente.
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Tras la reunión subyacía la pretensión del canciller Bismarck de hacer de Alemania una potencia imperialista. Alemania había llegado con retraso al reparto colonial y deseaba ostentar una posición internacional acorde a su potencial económico y político.
También fueron tratados otros asuntos como el aseguramiento del Congo belga bajo el dominio personal del rey Leopoldo II o la resolución de las tensiones originadas por las coincidentes aspiraciones de Francia y Gran Bretaña sobre Egipto.
En el Congreso de Berlín se adoptaron las siguientes resoluciones:
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El Congreso o Conferencia de Berlín se ciñó exclusivamente a los asuntos concernientes al continente africano, dejó de lado las restantes zonas de proyección imperialista. Aceleró el proceso de reparto, de hecho pocos años más tarde (salvo Liberia y Abisinia) no existía en África ningún territorio que se sustrajera a la dominación europea.
A pesar de los intentos por canalizar pacíficamente el proceso imperialista, los enfrentamientos se agudizaron en la primera década del siglo XX, constituyendo la antesala de la I Guerra Mundial.
Información sacada de http://www.claseshistoria.com
Impresionismo
El impresionismo es un estilo pictórico que se origina en Francia, en la segunda mitad del siglo XIX. Se caracteriza por su persistente experimentación con la iluminación (similar al luminismo). El manejo de la luz se considera como un factor crucial para alcanzar belleza y balance en la pintura.
Los cuadros impresionistas se construyen técnicamente a partir de manchas bastas de colores, las cuales actúan como puntos de una policromía más amplia, que es la obra en sí. Por ello, al observar los lienzos es necesario tomar cierta distancia, para que aparezcan las luces sombras y figuras.
Contexto histórico del arte impresionista
La aparición del impresionismo ocurre como consecuencia de un cambio social importantísimo; durante finales del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX, suceden las transformaciones siguientes: revolución industrial, revolución francesa, imperio de Napoleón, restauración de los movimientos sociales y las reformas burguesas. La filosofía Racionalista del siglo de las luces, se desvanece junto al Romanticismo, atrás queda la estilística donde el sentimiento, la imaginación y las pasiones gobiernan las artes. Ahora las ideas nacionalistas y socialistas tiñen el pensamiento colectivo.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX (época en la que nace el impresionismo), se produce un crecimiento económico en Europa. La intensificación del comercio y el progreso técnico lleva a la consolidación de la burguesía. Las clases sociales se reorganizan y los dirigentes socialistas de toda Europa se reúnen para hablar de aquellos cambios. La filosofía de entonces es positivista y realista, donde se prueban las cosas y se exige la transformación del mundo. El arte cambiaba en conjunto con la sociedad.
Origen del nombre
En 1874 se organiza la primera exhibición de un grupo de jóvenes pintores, en la "Société Anonyme Coopérative des Artistes, Peintres, Sculpteurs, Graveurs", París. En esta exhibición el estilo artístico impresionista se nombra por la famosa obra de arte “Impresión” (1874), de Claude Monet.
Naturaleza del estilo
El estilo se clasifica como la primera ruptura del proceso que desembocaría en el arte moderno. En los cuadros de los inicios del siglo XIX, no se valoraban los paisajes ni los bodegones, por lo tanto el impresionismo, no sólo abre los ojos del espectador a la técnica, sino que también a la variedad de formas y la captura de paisajes cotidianos vistos desde las más ingeniosas perspectivas. Los colores son puros, poco mezclados y se conjugan en formas de un naturalismo extremo. Las pautas que consuman esta tendencia son: el movimiento del paisaje, la naturalidad de las formas y la pureza.
Pintores impresionistas
Lo que une a estos genios de la pintura es la intención de reproducir escenas de la vida diaria de un modo creativo. En la mayoría de ocasiones se pueden distinguir claramente por su estética, imágenes desenfocadas y obras de apariencia inacabada.
Entre los artistas impresionistas más famosos se encuentran (orden cronológico):
- Camille Pissarro (1830-1903).
- Édouard Manet (1832-1883).
- Edgar Degas (1834-1917).
- Alfred Sisley (1839-1899).
- Paul Cézanne (1839-1906).
- Claude Monet (1840-1926).
- Jean-Frédéric Bazille (1841-1870).
- Pierre-Auguste Renoir (1841-1919).
- Berthe Morisot (1841-1895).
- Mary Cassatt (1844-1926).
- Gustave Caillebotte (1848-1894).
Estos pintores han demostrado que se pueden crear arte mirando lo mismo de distintas maneras, en lugar de buscar un paisaje u objeto diferente cada vez. De esta manera respondían a la polémica social del momento: Se puede crear un orden para todos por igual, pidiendo a cada grupo social su colaboración, en lugar de que el poder pase de un grupo político a otro.
Información sacada de www.todocuadros.es
BIOGRAFÍAS
Frederick Winslow Taylor
(Germantown, Pennsylvania, 1856 - Filadelfia, 1915) Ingeniero norteamericano que ideó la organización científica del trabajo. Procedente de una familia acomodada, Frederick Taylor abandonó sus estudios universitarios de derecho por un problema en la vista y a partir de 1875 se dedicó a trabajar como obrero en una de las empresas industriales siderúrgicas de Filadelfia.
Su formación y su capacidad personal permitieron a Taylor pasar enseguida a dirigir un taller de maquinaria, donde observó minuciosamente el trabajo de los obreros que se encargaban de cortar los metales. Y fue de esa observación práctica de donde Frederick W. Taylor extrajo la idea de analizar el trabajo, descomponiéndolo en tareas simples, cronometrándolas estrictamente y exigiendo a los trabajadores la realización de las tareas necesarias en el tiempo justo.
Este análisis del trabajo permitía, además, organizar las tareas de tal manera que se redujeran al mínimo los tiempos muertos por desplazamientos del trabajador o por cambios de actividad o de herramientas; y establecer un salario a destajo (por pieza producida) en función del tiempo de producción estimado, salario que debía actuar como incentivo para la intensificación del ritmo de trabajo. La tradición quedaba así sustituida por la planificación en los talleres, pasando el control del trabajo de manos de los obreros a los directivos de la empresa y poniendo fin al forcejeo entre trabajadores y empresarios en cuanto a los estándares de productividad.
Taylor se hizo ingeniero asistiendo a cursos nocturnos y, tras luchar personalmente por imponer el nuevo método en su taller, pasó a trabajar de ingeniero jefe en una gran compañía siderúrgica de Pennsylvania (la Bethlehem Steel Company) de 1898 a 1901. Taylor se rodeó de un equipo con el que desarrolló sus métodos, completó sus innovaciones organizativas con descubrimientos puramente técnicos (como los aceros de corte rápido, en 1900) y publicó varios libros defendiendo la «organización científica del trabajo» (el principal fue Principios y métodos de gestión científica, 1911).
Desde finales del siglo XIX, iniciada ya la segunda fase de la Revolución Industrial, la organización científica del trabajo o taylorismo se expandió por los Estados Unidos, auspiciada por los empresarios industriales, que veían en ella la posibilidad de acrecentar su control sobre el proceso de trabajo, al tiempo que elevaban la productividad y podían emplear a trabajadores no cualificados (inmigrantes no sindicados) en tareas manuales cada vez más simplificadas, mecánicas y repetitivas.
Henry Ford
Empresario norteamericano (Dearborn, Michigan, 1863-1947). Tras haber recibido sólo una educación elemental, se formó como técnico maquinista en la industria de Detroit. Tan pronto como los alemanes Daimler y Benz empezaron a lanzar al mercado los primeros automóviles (hacia 1885), Ford se interesó por el invento y empezó a construir sus propios prototipos. Sin embargo, sus primeros intentos fracasaron.
No alcanzó el éxito hasta su tercer proyecto empresarial, lanzado en 1903: la Ford Motor Company. Consistía en fabricar automóviles sencillos y baratos destinados al consumo masivo de la familia media americana; hasta entonces el automóvil había sido un objeto de fabricación artesanal y de coste prohibitivo, destinado a un público muy limitado. Con su modelo T, Henry Ford puso el automóvil al alcance de las clases medias, introduciéndolo en la era del consumo en masa; con ello contribuyó a alterar drásticamente los hábitos de vida y de trabajo y la fisonomía de las ciudades, haciendo aparecer la «civilización del automóvil» del siglo XX.
La clave del éxito de Ford residía en su procedimiento para reducir los costes de fabricación: la producción en serie, conocida también como fordismo. Dicho método, inspirado en el modo de trabajo de los mataderos de Detroit, consistía en instalar una cadena de montaje a base de correas de transmisión y guías de deslizamiento que iban desplazando automáticamente el chasis del automóvil hasta los puestos en donde sucesivos grupos de operarios realizaban en él las tareas encomendadas, hasta que el coche estuviera completamente terminado. El sistema de piezas intercambiables, ensayado desde mucho antes en fábricas americanas de armas y relojes, abarataba la producción y las reparaciones por la vía de la estandarización del producto.
La fabricación en cadena, con la que Ford revolucionó la industria automovilística, era una apuesta arriesgada, pues sólo resultaría viable si hallaba una demanda capaz de absorber su masiva producción; las dimensiones del mercado norteamericano ofrecían un marco propicio, pero además Ford evaluó correctamente la capacidad adquisitiva del hombre medio americano a las puertas de la sociedad de consumo.
Siempre que existiera esa demanda, la fabricación en cadena permitía ahorrar pérdidas de tiempo de trabajo, al no tener que desplazarse los obreros de un lugar a otro de la fábrica, llevando hasta el extremo las recomendaciones de la «organización científica del trabajo» de Frederick Taylor, que tanta influencia tendrían en la segunda fase de la Revolución Industrial. Cada operación quedaba compartimentada en una sucesión de tareas mecánicas y repetitivas, con lo que dejaban de tener valor las cualificaciones técnicas o artesanales de los obreros, y la industria naciente podía aprovechar mejor la mano de obra sin cualificación de los inmigrantes que arribaban masivamente a Estados Unidos cada año.
Los costes de adiestramiento de la mano de obra se redujeron, al tiempo que la descualificación de la mano de obra eliminaba la incómoda actividad reivindicativa de los sindicatos de oficio (basados en la cualificación profesional de sus miembros), que eran las únicas organizaciones sindicales que tenían fuerza en aquella época en Estados Unidos.
Al mismo tiempo, la dirección de la empresa adquiría un control estricto sobre el ritmo de trabajo de los obreros, regulado por la velocidad que se imprimía a la cadena de montaje. La reducción de los costes permitió, en cambio, a Ford elevar los salarios que ofrecía a sus trabajadores muy por encima de lo que era normal en la industria norteamericana de la época: con su famoso salario de cinco dólares diarios se aseguró una plantilla satisfecha y nada conflictiva, a la que podía imponer normas de conducta estrictas dentro y fuera de la fábrica, vigilando su vida privada a través de un «departamento de sociología». Los trabajadores de la Ford entraron, gracias a los altos salarios que recibían, en el umbral de las clases medias, convirtiéndose en consumidores potenciales de productos como los automóviles que Ford vendía; toda una transformación social se iba a operar en Estados Unidos con la adopción de estos métodos empresariales.
El éxito de ventas del Ford T, del cual llegaron a venderse unos 15 millones de unidades, convirtió a su fabricante en uno de los hombres más ricos del mundo, e hizo de la Ford una de las mayores compañías industriales hasta nuestros días. Fiel a sus ideas sobre la competencia y el libre mercado, no intentó monopolizar sus hallazgos en materia de organización empresarial, sino que intentó darles la máxima difusión; en consecuencia, no tardaron en surgirle competidores dentro de la industria automovilística, y pronto la fabricación en cadena se extendió a otros sectores y países, abriendo una nueva era en la historia industrial.
Henry Ford, por el contrario, reorientó sus esfuerzos hacia otras causas en las que tuvo menos éxito: fracasó primero en sus esfuerzos pacifistas contra la Primera Guerra Mundial (1914-18); y se desacreditó luego organizando campañas menos loables, como la propaganda antisemita que difundió en los años veinte o la lucha contra los sindicatos en los años treinta.
David Livingstone
Médico y misionero británico que inició la exploración del interior de África (Blantyre, Escocia, 1813 - Chitambo, Zambia, 1873). Procedente de una familia pobre, sacó adelante sus estudios de Medicina en la Universidad de Glasgow y se enroló en la Sociedad Misionera de Londres movido por sentimientos religiosos (fue ordenado sacerdote protestante en 1840).
A petición propia, fue destinado al sur de África en 1841. Desde allí se adentró hacia el norte en la actual Botswana, predicando la religión cristiana y explorando territorios desconocidos en medio de graves peligros. En 1852-54 atravesó el desierto de Kalahari hasta conectar El Cabo con Luanda, capital de la colonia portuguesa de Angola; desde allí, rechazando las invitaciones para que regresara a Inglaterra y, a pesar de sus problemas de salud, inició una nueva travesía del Atlántico al Índico, uniendo Angola con Mozambique a través del río Zambeze (1854-56).
Durante su posterior estancia en Inglaterra fue premiado y recibido por la reina, convirtiéndose en un héroe popular. Sus escritos y conferencias despertaron el interés por el misterioso continente africano en todo el mundo, incitando a la posterior carrera colonial por el reparto de su dominio entre las potencias europeas; no obstante, las intenciones del propio Livingstone fueron siempre pacíficas, impulsando el conocimiento científico del continente, el establecimiento de relaciones amistosas con los pueblos indígenas y la erradicación de la esclavitud.
El gobierno británico financió un segundo viaje para explorar el Zambeze como vía de penetración hacia el interior de África en 1858-64; pero las múltiples cataratas que descubrió frustraron el proyecto. Un tercer viaje, financiado por la Real Sociedad Geográfica en 1865-73, le llevó a explorar las regiones en torno a los lagos Nyasa y Tanganika.
En 1871 circuló en Occidente la noticia de que Livingstone se había perdido y dos periódicos enviaron en su búsqueda a Henry Stanley; éste se internó en el África oriental y encontró a Livingstone en Ujiji, a orillas del lago Tanganika. Pero no consiguió convencerle para que regresara y, tras aprovisionarle, ambos se separaron en 1872. Mientras Stanley continuaba su exploración por el río Congo, Livingstone siguió su camino y falleció un año más tarde de muerte natural.
Henry Morton Stanley
(John Rowlands Stanley; Denbigh, 1841 - Londres, 1904) Explorador británico. Tuvo una infancia difícil: tratado con dureza por sus padres e incluso encerrado en una casa de corrección, logró huir a los quince años.
En 1859 llegó a América, donde fue adoptado por un comerciante al que conoció en Nueva Orleáns y que le dio su nombre. Estallada la guerra civil, participó en ella, y combatió primeramente en las filas de los confederados, y luego, hecho prisionero por el enemigo, ingresó en las de la Unión. Terminado el conflicto bélico, se inclinó al periodismo y fue enviado especial del New York Herald.
Aficionado a los viajes y atraído por las aventuras, dirigió en 1869 una expedición que partió hacia el África en busca del misionero escocés David Livingstone, a quien halló en 1871 en Ujiji; con él exploró el lago Tanganika. De tal empresa dio una amplia información en el libro Cómo encontré a Livingstone (1872). Tras la muerte del escocés (1873), cuyo valioso material, contenido en los diarios y las cartas, reunió y llevó a Londres, prosiguió su obra luchando contra la esclavitud y realizando otras exploraciones.
En 1874 volvió al África, donde permaneció hasta 1877; gracias al apoyo económico de Bennett y lord Burnham, director del Daily Telegraph, llevó a cabo las expediciones más importantes de cuantas se hayan efectuado por el Continente Negro, trascendentales no sólo en cuanto al punto de vista geográfico, sino también por su relación con la política y la economía del ámbito africano del imperialismo. Se deben a Stanley el conocimiento de las fuentes del Nilo y de los lagos Victoria Nyanza y Tanganika, y la navegación por el río Congo hasta el mar. La historia de tales empresas, llevadas a cabo entre graves dificultades, aparece narrada en el volumen A través del Continente Negro (Through the Dark Continent, 1878).
Enviado por el gobierno belga, regresó al África en 1879 y permaneció durante cinco años en el Congo, donde hizo construir caminos y bases y estableció líneas de navegación fluvial; fruto de su obra fue el Estado Libre del Congo. Refiere la historia de este acontecimiento el libro titulado precisamente El Congo y la fundación de su Estado Libre (1885). En el volumen En el África más tenebrosa(1890) narró Stanley, en cambio, las aventuras de sus viajes a las regiones ecuatoriales, realizados para el establecimiento en ellas de un protectorado inglés.
Recibido con grandes honores a su regreso a Inglaterra, y tras dar un ciclo de conferencias en Australia y América, recobró la ciudadanía británica y fue elegido miembro del Parlamento en 1895. A partir de 1897, tras su última expedición al África, no se alejó ya de Inglaterra. Puso fin a su actividad de escritor con la publicación de otros dos libros: Mis primeros viajes y mis aventuras en América y Asia (My Early Travels and Adventures in America and Asia, 1895) y A través del África meridional (Through South Africa, 1898).
Más que a la producción literaria, la fama de Stanley queda vinculada a las empresas que llevó a cabo, que le convierten en el más importante de los exploradores africanos. Poseedor de una voluntad tenaz y apoyado en sólidos principios morales, realizó a conciencia en África una misión propia de sentido cultural y cristiano.
Pierre Paul Savorgnan de Brazza
(Pierre Paul François Camille Savorgnan de Brazza) Explorador francés de origen italiano (Castel Gandolfo, Roma, 1852 - Dakar, Senegal, 1905). Como oficial de la Marina francesa participó en las expediciones colonialistas que precedieron al reparto de África entre las potencias europeas en la época álgida del imperialismo. Realizó dos expediciones por la cuenca del río Ogoué (en el actual Gabón), una en 1875-78 y otra en 1879-82. Durante la segunda fundó Franceville y alcanzó el río Congo en el Pool de Stanley, lugar en el que fundó la ciudad que, más tarde, recibiría el nombre de Brazzaville (1880) y sería la capital del Congo francés y de la posterior República del Congo independiente. En los territorios que exploró utilizó el sistema -común en aquella época- de poner a la firma de los jefes indígenas tratados cuyo contenido apenas podían comprender, pero que legitimaban la imposición de un protectorado francés. Sus exploraciones fueron la base para la constitución del África Ecuatorial Francesa. Entre 1886 y 1897 Brazza fue comisario general del Congo francés.
Claude Monet
(Claude Oscar Monet; París, 1840 - Giverny, 1926) Pintor francés, figura clave del movimiento impresionista. Sus inclinaciones artísticas nacieron del contacto con Eugène Boudin en Le Havre, y las excursiones al campo y la playa durante su adolescencia orientaron el posterior desarrollo de su pintura.
Después del servicio militar en Argelia, regresó a París, donde en el estudio de Gleyre conoció a jóvenes artistas como Renoir, Sisley y Bazille, y en el popular café Guerbois contactó con un grupo de intelectuales, literatos y pintores como Émile Zola, Nadar, Cézanne y Degas, que junto con Manet comenzaban a oponerse al arte establecido.
La pintura rápida como las pochades o études era, en aquella época, del agrado de la sociedad siempre que ésta se circunscribiera al tema del paisaje en pequeño formato. La temprana obra de Monet, La costa de Sainte-Adresse (1864, Institute of Arts, Minneapolis), recuerda a su iniciador, Boudin, pero adquiere mayor alcance al aplicar la pintura directa a temas y formatos de mayor complejidad y tamaño.
Similar innovación puede apreciarse en Mujeres en el jardín (1866, Museo de Orsay, París), obra rechazada en el Salón de 1867, en la que tres mujeres se divierten en el campo bajo un sol tan intenso que sus vestidos alcanzan el blanco en estado de gran pureza, con escasas modulaciones intermedias y marcadas escisiones entre las zonas de luz y sombra. La instantaneidad de la escena se pone de manifiesto tanto por la precisión luminosa del momento como por el dinamismo de las figuras, correteando y girando caprichosamente alrededor de un árbol. Con esta ambiciosa obra, Monet se aleja del tratamiento tradicional que hasta entonces se dio al retrato -el retrato de su primera mujer, Camile, había sido ensalzado por Zola en el Salón de 1866- y se inclina por la integración de las figuras en la naturaleza.
Mujeres en el jardín (1866), de Claude Monet
Los serios problemas económicos y el nacimiento de su hijo ilegítimo, Jean, en 1867, condujeron a Monet a vivir una época de hambre y pobreza extremas, así como a un intento frustrado de suicidio. Durante la contienda franco-prusiana, el artista se refugió en Inglaterra, donde conoció a Pissarro y obtuvo el apoyo económico y la amistad de Paul Durand-Ruel. Allí se interesó mucho por la obra de Turner, que tanto influiría en su percepción de la luz y el color. Según Monet, el pintor que se coloca ante la realidad no debe hacer distinciones entre sentido e intelecto.
A partir de 1872, Monet se interesó por el estanque de Argenteuil como lugar idóneo para adaptar su técnica a la representación rápida del agua y la luz. La obra titulada Monet trabajando en su barco en Argenteuil (1874, Neue Pinakothek, Munich) representa esa especie de laboratorio náutico desde el que el artista podía navegar sobre el agua del estanque apreciando los cambiantes efectos luminosos de su superficie, que reproducía mediante diversas variaciones sobre un mismo tema. El barco-taller de Monet se oponía radicalmente a la idea de estudio que veinte años antes exaltaba Courbet en su obra El estudio del pintor, y suponía un pintoresco testimonio de las principales aspiraciones impresionistas.
Impresión, sol naciente (1872)
La incipiente luz del amanecer y sus aleatorios reflejos sobre el agua pueden apreciarse también en la mítica obra Impresión, sol naciente (1872, Museo Marmottan, París), pintada en Le Havre. En poco más de medio metro cuadrado numerosas pinceladas se superponen en un solo color general neutro, captando el instante luminoso del amanecer y los destellantes reflejos del sol rojizo sobre el agua; la rapidez que la fugacidad del tema exigía condicionó el formato, la técnica e incluso el título, condensado manifiesto de intenciones que dio nombre al grupo cuando, en 1874, al mostrarse la obra en la primera exposición impresionista, el crítico Louis Leroy empleó el término para referirse despectivamente, en Le Charivari, a quienes hasta ese momento eran conocidos como el grupo de Manet.
El primero de los ismos modernos tenía ya denominación y Monet era considerado jefe del grupo. De 1878 a 1881 el artista permaneció en Vétheuil, trabajando en la línea iniciada en Argenteuil, sin participar en la quinta y sexta exposiciones impresionistas de los años 1880 y 1881. Después de una estancia en Poissy, que se prolongó hasta 1883, Monet, en compañía de su segunda esposa, Alice Hoschedé, se trasladó a Giverny, donde vivió hasta su muerte.
A partir de 1890 la pintura de Monet se vuelve más compleja y la inmediatez y la euforia iniciales se transforman en insatisfacción y melancolía, en un difícil intento por conciliar la técnica fresca y expresiva de sus primeros años con búsquedas más profundas y ambiciosas que podían prolongarse durante varios días, meses e incluso años, con la intención de crear obras que encerraran una mayor complejidad: variaciones que en su reiteración temática permitieran enfatizar la investigación de las resoluciones formales. Efecto de nieve (1891, National Gallery of Scotland, Edimburgo), Almiares (1891, Museo de Orsay, París) y Almiares, puesta de sol (1890-1891, The Art Institute, Chicago) son obras que forman parte de algunas de sus primeras series.
Sin embargo, la más conocida es la que dedicó en 1892-1893 a la catedral de Ruán, en la que se evidencia, de un modo poético y didáctico, cómo las variaciones de la luz alteran la percepción del medio que modula esa energía, cómo la luz y color constituyen fenómenos indisociables de la percepción humana. Monet pintó cincuenta cuadros de la catedral, dieciocho de ellos del pórtico, y afirmó: "Podría haber realizado cincuenta, cien, mil, tantos como segundos hubiera en su vida..."
Durante los últimos treinta años de su existencia, el artista trabajó en torno a su jardín de agua de Giverny. En un prado vacío por el que pasaba un pequeño arroyo construyó un exuberante jardín en el que un gran estanque, colmado de nenúfares de todos los colores y rodeado por sauces y árboles exóticos, se cruzaba por un pequeño puente, de forma ovalada, que aparecería en numerosas pinturas de la época, como en El estanque de las ninfeas (1900, Museo de Orsay, París) o la lírica composición titulada El puente japonés (1918-1924, Museo de Orsay, París).
El puente japonés
Todo el tiempo y el dinero que Monet invirtió en la construcción de este jardín se vio compensado por las pinturas que de él surgieron; el agua era nuevamente un espejo cuya apariencia se modificaba con los efímeros e imprevisibles cambios del cielo que en él se reflejaban.
Allí nacieron también las conocidas series de Ninfeas o nenúfares que, más tarde, se asociaron a las aportaciones de Vasili Kandinsky, Paul Klee, Pablo Picasso y Georges Braque, como símbolos del nacimiento de la abstracción en la pintura occidental, tras largos siglos de predominio de la representación figurativa. Las Ninfeas: paisaje acuático (1903, Bridgestone Museum of Art, Tokio), Nenúfares al atardecer (1916-1922, Kunsthaus, Zurich) o Ninfeas (1919-1920, Museo Marmottan, París) son obras de gran formato que, en cierto modo, pueden ser contempladas por el espectador contemporáneo como pinturas abstractas.
Menúfares (Las nubes), de 1903
Cézanne aludió a la capacidad del artista para captar objetiva e inmediatamente la realidad. Sin embargo, su proceso creativo iba más allá de la observación directa de la naturaleza, y empleaba la memoria visual como recurso imprescindible para el acabado de sus composiciones. Las imágenes que se forman en la memoria son percepciones, igual que las determinadas por la visualización de las cosas, y entre ambas puede surgir, como ocurrió en la pintura de Monet, una nueva concepción de la imagen pictórica de la realidad. En sus últimas composiciones de lirios de agua, la forma está prácticamente disuelta en manchas de color, lo que, de algún modo, resulta una anticipación de lo que sería más tarde el arte abstracto.
Pierre Auguste Renoir
(Limoges, 1841 - Cagnes-sur-Mer, 1919) Pintor francés, una de las más destacadas figuras del impresionismo, tendencia de la que se distanciaría para seguir una línea personal. Hijo de artesanos, vivió sus primeros años en barrios proletarios donde trabajó como decorador de porcelanas y pintor de abanicos. Después pudo acceder al taller del pintor Gilbert y, luego, al de Gleyre, donde conoció a Claude Monet, Frédéric Bazille y Alfred Sisley, con quien más tarde compartió su casa en París.
Autorretrato (1876, detalle)
Sus primeros intereses como pintor se inclinaron por la escuela de Barbizon y, consecuentemente, por la pintura al aire libre. Durante los días agitados de la Comuna, pintó con Monet a orillas del Sena. En 1873 terminó Jinetes en el bosque de Bolonia, excluida del Salón oficial y expuesta en el de los Rechazados. Durand-Ruel se interesó por su obra y en 1874 participó en la primera exposición impresionista, en los estudios del fotógrafo Nadar.
Allí expuso, entre otras obras, El palco (1874, Courtauld Institute Galleries, Londres). Se trata de un gran lienzo donde representa a Niní López y a su hermano con una técnica de pinceladas sueltas fundidas entre sí, de contornos imprecisos y poco definidos. La composición, piramidal, se caracteriza por los ritmos ascendentes y sinuosos del vestido negro de ella y los de la chaqueta de él, así como señala la importancia de las cabezas: la de ella expresa serenidad y atención, mientras que la de él oculta su mirada tras los prismáticos.
El palco (1874), de Pierre Auguste Renoir
En 1876 se celebró la segunda exposición del grupo impresionista en la que Renoir participó con una de sus obras más conocidas, El moulin de la Galette (1876, Museo de Orsay, París), que recoge los momentos de un baile al aire libre en una terraza parisiense. Si lo comparamos con la obra de Manet Concierto en las Tullerías (1860, National Gallery, Londres), de tema y composición parecidos, presenta al igual que ésta un encuadre interrumpido por los bordes del formato, recurso que produce la impresión de que la escena sigue y se expande más allá de los propios límites del lienzo. En comparación con la obra de Manet, que la pintó en un alarde de pinceladas imprecisas e indefinidas, la de Renoir libera todavía más la pintura, con una sucesión de manchas centelleantes que parece deslizarse sobre la tela al ritmo de la música o de los movimientos de los árboles que dejan pasar parcialmente la luz que ilumina la escena.
Le Moulin de la Galette (1876), de Renoir
En 1878, Renoir se alejó del grupo impresionista y buscó el éxito en los salones oficiales; el abandono de los principios impresionistas se acentuó cuando, a partir de 1881, numerosos viajes (Normandía, Argel, Florencia, Venecia, Roma, Nápoles, Sicilia) despiertan su admiración por cierta idea clásica de lo bello (la pintura pompeyana, Ingres, Rafael Sanzio), que le llevó a cuestionarse el valor de la espontaneidad de su técnica anterior, alejándose progresivamente de los efectos atmosféricos en busca de una pintura más definida. De esta época cabe destacar obras que reflejan momentos de la vida parisiense contemporánea, como el cuadro Madame Charpentier y sus hijos (1878, Metropolitan Museum, Wolf Foundation, Nueva York), que fue expuesto en el Salón de 1879, donde recibió la aprobación del público y la crítica.
El tema de la mujer, por el que el artista mostró claramente, durante toda su vida, un gran interés, adopta, por lo general, un tratamiento de gran consistencia y de resonancias clásicas. En este sentido destacan la serie de las bañistas -Bañista sentada secándose la pierna (1895, Museo de l'Orangerie, París), Bañista sentada(1914, Art Institute, Chicago), o Bañistas (1918-1919, Museo de Orsay, París)- que constituyen el máximo exponente de la belleza femenina, ejecutadas con una técnica cálida y envolvente. En estas obras, las pinceladas no se mueven en múltiples direcciones, como se observava en El moulin de la Galette, sino que se alargan por la aplicación insistente de óleo húmedo diluido en aceite de linaza y trementina.
Madame Charpentier y sus hijos (1878)
La línea recta no existe en la naturaleza y la mezcla armónica de colores sobre la tela va configurando la forma mediante un proceso orgánico que persigue una expresión sensual y vitalista: "No tengo reglas ni métodos; cualquiera que vea los materiales que empleo o mi forma de pintar, se dará cuenta de que no hay secretos. Miro un desnudo y descubro miles de matices diminutos. He de encontrar aquel que haga que la carne de mi lienzo viva y tiemble."
El ejercicio de la pintura es para Renoir una especie de placer físico, la sublimación de la atracción física por medio de la materia pictórica. Salud y belleza se identifican en las representaciones de esas mujeres de piel tersa y rosada. El amor por el trabajo manual de este artista, que procedía de una familia de artesanos y que fatalmente vio sus propias manos deformadas por el reuma al final de su vida, le llevó a rechazar cualquier dimensión intelectual de la pintura o cualquier resonancia literaria en favor del trabajo humilde y bien hecho.
En 1884 escribió una propuesta para fundar la "Sociedad de los irregulares", la cual asociaba la belleza a las formas orgánicas e irregulares de la naturaleza y rechazaba el mundo mecánico e industrializado, como años antes hicieron John Ruskin y William Morris, pero cuya sensualidad se alejaba de la religiosidad de éstos. "A veces hablo como los campesinos del sur. Dicen que son unos desafortunados. Yo les pregunto si están enfermos y me dicen que no. Entonces son afortunados; tienen un poco de dinero, por lo tanto, si tienen una mala cosecha no pasan hambre, pueden comer, pueden dormir y tienen un trabajo que les permite estar al aire libre, a la luz del sol. ¿Qué más pueden desear? Son los hombres más felices y ni siquiera lo saben. Después de unos cuantos años más, voy a abandonar los pinceles y dedicarme a vivir al sol. Nada más."
Las penurias económicas de Renoir terminaron con el éxito de la exposición impresionista de 1886 en Nueva York. En 1892 realizó una muestra antológica en los salones de Durand-Ruel. Dos años más tarde nació su hijo Jean (el cineasta Jean Renoir), y Gabrielle Renard, prima de su mujer Aline, entró con dieciséis años en la casa del pintor para ayudar en la tareas domésticas, aunque acabó convirtiéndose en su modelo favorita. Jean Renoir escribió: "El espíritu inherente a los niños y niñas, a las criaturas y los árboles, pobladores del mundo que él creó, encerraba tanta pureza como el cuerpo desnudo de Gabrielle. Y finalmente, Renoir revelaba su propio ser a través de esta desnudez."
A partir de ese momento los éxitos se sucedieron. Sin embargo, ni su artritis, que lo llevó a instalarse en la Provenza en busca de un clima más cálido (fue operado en 1910 de las dos rodillas, una mano y un pie), ni el alistamiento de sus hijos Pierre y Jean durante la Primera Guerra Mundial, ni incluso la muerte de su esposa en 1915, lograron disminuir su entusiasmo por la pintura.
Louis Henry Sullivan
(Boston, 1856 - Chicago, 1924) Arquitecto y teórico estadounidense. Hijo de padre irlandés y de madre suiza, pero de origen francés, emigrados a Estados Unidos, Sullivan pasó su juventud con los abuelos en la campiña de Boston. Estudió en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge; asistió al estudio de Frank Furness Hewitt en Filadelfia, y fue alumno en Chicago del ingeniero William Le Baron Jenney.
Entre 1874 y 1876 vivió en París, donde asistió, en la École des Beaux Arts, a los cursos de Joseph-Auguste-Émile Vaudremer, seguidor de Viollet-le-Duc; durante su estancia en Europa visitó también otros países. De regreso a Estados Unidos, llevó consigo el rechazo por el academicismo arquitectónico imperante por aquel entonces en Europa, pero también el entusiasmo y la admiración por el riguroso método racionalista de concepción de proyectos y composición introducido por la Escuela francesa.
Se estableció en Chicago, donde se estaba llevando a cabo la reconstrucción de la ciudad destruida por el gran incendio de 1871, y se empleó en el estudio del ingeniero Fredrik Baumann, ocupándose sobre todo de problemas estructurales relativos a las grandes obras, como puentes y viaductos. En 1879 entró a formar parte del gabinete de proyectos de Dankmar Adler, del cual se convertiría en socio en 1881.
Ya en esta época se le considera como un exponente destacado de la Escuela de Chicago, es decir, del que sería uno de los más importantes movimientos protorracionalistas de la arquitectura moderna, junto con John Root, D. H. Burnham, Martin Roche, además del precursor Le Baron Jenney. Tuvo como alumno a Frank Lloyd Wright, que por aquel entonces contaba con diecinueve años y había entrado en 1887 en el estudio de Adler como diseñador, después de haber abandonado los estudios de ingeniería civil iniciados en la Universidad de Madison y de haber trabajado con el arquitecto J. C. Silsbee en Chicago.
Wright permaneció junto a su maestro durante todo el período de la intensa e importante actividad arquitectónica del estudio Adler, hasta 1894, el año siguiente a la Gran Exposición Colombina de Chicago que, marcando la restauración y el triunfo del neoacademicismo y neoclasicismo arquitectónicos, representó la derrota oficial del funcionalismo de la Escuela de Chicago y, consecuentemente, la crisis profesional del estudio de Adler.
En 1895, Sullivan se separó de su socio y, habiéndose dado a la bebida, pasó sus últimos veinticinco años olvidado casi por completo en un pequeño hotel de Chicago, donde Wright y algún otro amigo iban a visitarlo para discutir sobre temas de arquitectura. En este período, aparte de una serie de pequeñas pero encantadoras construcciones, la actividad de Sullivan se centró en la reflexión teórica sobre la propia experimentación arquitectónica.
Entre 1901 y 1902 publicó, en el Journal of the American Association of Architects,los Kindergarten Chats, diálogos en los cuales dos personajes ideales e imaginarios -el maestro y un alumno- discuten acerca de las teorías arquitectónicas de Sullivan. En 1922-1923 publicó, por entregas en el mismo periódico, la primera redacción de su obra teórica de mayor alcance, La autobiografía de una idea (The Autobiography of an Idea), en la cual, de forma autobiográfica, Sullivan trazaba el desarrollo de su propia búsqueda, ligada ideal y simbólicamente a la tradición pionera y a las aspiraciones democráticas de la nueva sociedad americana.
La segunda y definitiva redacción de la obra en un volumen único fue publicada en 1924, el mismo año en que vio la luz en Washington el último trabajo de Sullivan, ilustrado con una espléndida serie de 19 dibujos, Un sistema de ornamento arquitectónico (A System of Architectura Ornament according with a Philosophy of a Man's Power).
Un espíritu de profunda unidad caracteriza las teorías de Sullivan, en las cuales la estructura, la composición y la decoración parten de una misma idea funcionalista, casi de naturaleza simbólica, que penetra e integra el edificio entero hasta en sus más mínimos detalles. La perfección y clasicidad formal de sus volúmenes urbanísticos distinguen a Sullivan de los otros exponentes de la Escuela de Chicago, cuya producción está más directa y unívocamente determinada por las estructuras de hierro y por los imperativos económicos del nuevo urbanismo/arquitectura comercial, que cada vez ofrecía un espacio menor a las refinadas construcciones de Sullivan, caracterizadas en cambio por la estereométrica pureza de volúmenes con profundas hendiduras en su superficie, dotados de potentes cornisas y decorados con ligeras tramas decorativas.
LECTURAS DE AMPLIACIÓN
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VÍDEOS
El imperialismo (La cuna de Halicarnaso)
El imperialismo (Educatina)
El imperialismo (Beatriz Beniayga)
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La Guerra del Opio (Ejemplo de película)
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