lunes, 15 de abril de 2019

4º ESO- LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL Y LA REVOLUCIÓN RUSA

ESQUEMAS ILUSTRADOS

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MAPAS CONCEPTUALES






INFORMACIÓN EXTRA

LAS MUJERES EN LA I GUERRA MUNDIAL

La conferencia inaugural, Ellas solas. Un mundo sin hombres, a cargo de la escritora inglesaVirginia Nicholson (autora del ensayo del mismo título, publicado en inglés en 2007 y en español al año siguiente, y sobrina-nieta de la escritora Virginia Woolf) nos mostrará los avatares de las mujeres de posguerra y el papel de la Gran Guerra en el surgimiento de una nueva mujer.
Dos mesas redondas: Las mujeres en el frente y Las mujeres en la retaguardia, donde hablaremos de las corresponsales de guerra, las enfermeras, el espionaje femenino, el sufragio, las artistas de guerra y las modelos chicas Gibson y las flappers. Unas mujeres a las que la guerra cambio y que cambiaron la sociedad.
Durante el conflicto, las mujeres desplegaron actuaciones destacadas como enfermeras, azafatas, personal de cuerpos auxiliares, conductoras, cocineras, etc., pero también como trabajadoras en un gran número de industrias que habían quedado escasas de personal con motivo de la marcha de los varones a los frentes. Tal y como reflejan los estudios históricos sobre ese periodo, la I Guerra Mundial significó en buena parte de Europa la llegada masiva de las mujeres al mercado de trabajo. Y todo ello quedó reflejado en el campo del arte, la literatura, el cine y el pensamiento.
Las mujeres se incorporaron masivamente a la vida laboral bajo el pretexto y las necesidades planteadas por la Primera Guerra Mundial y ya no salieron de ahí. Ese fue el momento de su vinculación activa, y masiva, al mundo del trabajo. De ahí vendría luego la obtención del derecho al sufragio en algunos países, aunque este ya había sido conquistado en otros (v.g. Nueva Zelanda, 1893; Australia, 1902; Finlandia, 1906; Noruega, 1913; Dinamarca e Islandia, 1915; Holanda y la URSS, 1917; Gran Bretaña y Alemania, 1918; Suecia, 1919; Estados Unidos, 1920; etc.). Y su larga marcha posterior hasta su equiparación y emancipación. Pero eso es ya otra historia.
Coordinado por Laura Freixas y Oliva Blanco
Sacado de: /www.lacasaencendida.es


Cómo eran las ciudades subterráneas de la I Guerra Mundial
Combatientes de distintos países pasaron sus horas en estos lugares que, con anterioridad, habían sido canteras de donde se extraía la piedra para la construcción de diversas edificaciones y que terminaron convertidas en pequeñas ciudades.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial

Jeff Gusky

Y es que, más allá de dependencias para dormir y comer, con un mobiliario básico, en estas llamadas ciudades subterráneas de la I Guerra Mundial funcionaron centros de comando, oficinas de correos, altares para servicios religiosos de distintos credos y hasta pequeños espacios que se usaban como teatros para el entretenimiento de quienes debían pasar allí sus horas.

Tanto es así que gran parte de estas cuevas contaban con cableado para la iluminación eléctrica y para el funcionamiento de distintos equipos de comunicaciones. Y tenían la infraestructura necesaria para ser habitadas a largo plazo.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial
Jeff Gusky

Muchas de estas cavernas están localizadas en zonas rurales de Francia, en terrenos pertenecientes a propietarios privados. Y si bien hasta el momento no tenemos noticias de que se realicen visitas guiadas a las mismas, puedes adentrarte en este pedazo de la historia, por ejemplo, a través de las fotografías realizadas por el estadounidense Jeff Gusky.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial
Jeff Gusky

Tienes la opción de visitar su página web para conocer su trabajo, o bien puedes acercarte al Museo Nacional del Aire y el Espacio Smithsoniano, en Washington. Allí, hasta el 11 de noviembre, continúa la exposición donde se exhibe el material fotográfico de este artista de la imagen. Y, de paso, recorres la interesante capital de los Estados Unidos.
Además de fotógrafo, Gusky es médico. En 2012, mientras fotografiaba los vestigios de la también llamada Gran Guerra en la zona de lo que fue el Frente Occidental, un historiador lo llevó hasta una caverna en la región de Picardía, hoy conocida como Altos de Francia.
Para su sorpresa, el lugar estaba cubierto de graffitis y de esculturas talladas en la piedra realizadas por los combatientes de ese terrible conflicto bélico que asoló Europa en la segunda década del siglo pasado.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial

Jeff Gusky

Este hallazgo motivó a Gusky a seguir buscando y documentando otros espacios subterráneos donde transcurrieron sus días soldados de distintas nacionalidades, principalmente estadounidenses, franceses y alemanes.
Así, a través de su testimonio fotográfico, contribuyó a darle una dimensión humana y personal a un conflicto en que las víctimas se contaron por millones y, lamentablemente, parecían ser solo un número.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial
Jeff Gusky

Testimonios grabados en la piedra de las ciudades subterráneas de la Gran Guerra

Las fotografías de Gusky permiten asomarse a la vida de estos hombres con sus miedos, su fe y con la imperiosa necesidad de aferrarse a un poco de “normalidad” en medio la la locura que toda guerra implica.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial
Jeff Gusky

En estas ciudades bajo tierra, los soldados plasmaron sus sentimientos religiosos, sus opiniones políticas, sus demostraciones patrióticas o la necesidad de reforzar su moral ante la inminencia de la batalla. Pero también quedaron marcados sus gustos deportivos, sus recuerdos familiares, sus ganas de estar con una mujer y hasta muestras humorísticas.
Durante las interminables horas a la espera de salir a combatir, los soldados fueron dejando sus marcas en la piedra. Así, este fotógrafo documentó desde sencillas manifestaciones hasta magníficas expresiones artísticas.

Así se expresaban los combatientes que habitaron los túneles bajo tierra


ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial
Jeff Gusky

Una de las cavernas que fotografió Gusky había sido utilizada por una de las pocas unidades de combates afroamericanas que participaron del conflicto. Se llamaban a sí mismos los Black Devils (Demonios Negros). Allí encontró una impresionante cruz tallada en la piedra. En otra caverna halló  una pequeña capilla judía.

ciudades subterraneas de la I Guerra Mundial
Jeff Gusky

Los retratos eran otro tema recurrente entre los habitantes de estas ciudades subterráneas de la I Guerra Mundial. Hay desde imágenes de famosas figuras de la época hasta autorretratos, pasando por algunas caricaturas.
Por ejemplo, hay imágenes de Paul von Hindenburg, Jefe del Estado Mayor alemán en buena parte del conflicto, o de Georges Clemenceau, primer ministro y ministro de guerra francés de esa época.





Las mujeres que participaron en la revolución rusa desempeñaron un papel clave en el triunfo del movimiento. RBTH recuerda algunas de las más destacadas.

Nadiezhda Krúpskaya


Fue una comprometida marxista y política. Es sobre todo conocida por ser la mujer de Lenin. Hija de una familia noble de un oficial de San Petersburgo, durante sus estudios en el Gimnasio Femenino se unió a diferentes clubes de discusión, en donde posteriormente conoció a Lenin. Impresionada por sus ideas decidió unirse a él en 1896, cuando estaba en el exilio en Siberia.
Lenin y Krúpskaya se casaron poco después de su llegada a Siberia y se mantuvieron como pareja, más que como un matrimonio al uso. Después de su puesta en libertad, la pareja se trasladó a Siberia. Nadiezhda participó allí en la publicación del diario revolucionario Iskrá, como editora.
En abril de 1917 volvieron a Rusia. Después de que los bolcheviques tomaran el control del país, comenzó a trabajar bajo Anatoli Lunacharski, primer comisario del pueblo para la educación, responsable de la lucha contra el analfabetismo entre adultos. Ejerció como viceministra de  Educación durante más de diez años.
Krúpskaya inspiró la fundación del Komsomol y del movimiento de pioneros. En sus memorias Reminiscencias de Lenin escribió sobre los detalles de la vida con el líder revolucionario.

Inessa Armand


Fue una feminista y comunista. Destacada figura del movimiento revolucionario y el verdadero amor de Lenin. Armand nació en París, en el seno de una familia artística. Creció en Moscú con su tía y su abuela. A los 19 años se casó con el hijo de un rico industrial textil. Armand y su marido compartían ideas revolucionarias y abrieron una escuela para niños campesinos en Moscú.
Después de que la arrestaran por sus actividades políticas en 1907, pasó un año en el exilio en el norte de Rusia. Consiguió escapar del exilio en 1908 y fue a París, donde conoció a Lenin. Era una mujer de gran carisma, con un gran talento musical, que hablaba con fluidez varias lenguas y estaba realmente apasionada por el bolchevismo. Poco después se convirtió en la mano derecha de Lenin.
Fue Armand quien envió a Lenin para que organizase la campaña bolchevique en la Duma. Después de la revolución de octubre Armand fue directora de Zhenotdel, una organización que luchaba por la igualdad de las mujeres dentro de Partido Comunista y los sindicatos. También estuvo al frente de la Primera Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas. En 1920 Armand murió de cólera. Contaba tan solo con 46 años.

Natalia Sedova


Revolucionaria, conocida principalmente por ser la segunda mujer de Lev Trotski, el revolucionario que fundó el Ejército Rojo y murió asesinado en México.
Provenía de una familia de ricos comerciantes y fue educada en Rusia. Conoció a Trotski cuando contaba poco más de 20 años en una exposición de arte en París. Apoyaba al periódico Iskrá y Trotski era el representante del diario en Londres. Ambos participaron en la revolución de 1905.
Durante la Primera Guerra Mundial la familia de Trotski viajó por Europa, desde Viena a París, pasando por Zúrich. Sedova y Trostki volvieron a Rusia en mayo de 1917.
Tras la revolución de octubre trabajó en el Comisariado de Educación y estuvo encargada de los museos y los monumentos antiguos. En 1929, Trotski y su familia fueron expulsados de la URSS y acabaron exiliados en Ciudad de México.
Tras la muerte de su marido en 1940, Sedova se mudó a París donde estuvo en contacto con numerosos revolucionarios en el exilio. Su obra más conocida de esos años es una biografía de Trotski.

Alexandra Kollontái


Revolucionaria, mujer de estado y diplomática. Fue la primera mujer en asumir un puesto como ministra en la historia del país. Gracias a su actividad política las mujeres rusas adquirieron una serie de derechos.
Nacida en Ucrania, creció en San Petersburgo. Tras un matrimonio cuando era joven, se separó y trabajó en numerosas instituciones educativas. Estudió historia en Zúrich y vivió en Finlandia varios años. En 1915 se unió a los bolcheviques y volvió a Rusia, donde rápidamente la designaron Comisaria para Bienestar Social.
Realizó importantes estudios sobre el estado de los derechos de las mujeres en Rusia y comenzó varias reformas que reclamaban la igualdad entre hombres y mujeres. Durante la época de Stalin Kollontái fue diplomática en Noruega, México y Suecia.

Larisa Reisner


Algunos contemporáneos la describieron como la 'Valkiria de la revolución rusa'. Se adecuó al prototipo de la imagen de una mujer revolucionaria en el mundo del arte.
Nació en Polonia, en el seno de una familia de un profesor de derecho. Tras recibir educación superior en San Petersburgo Reisner comenzó una carrera literaria. En aquella época publicó en el diario antibélico Rudin, y tras la revolución de febrero trabajó para el diario del escritor Maxim GorkiNóvaya Zhizn.
En 1917 participó en la preservación de monumentos artísticos dentro del Instituto Smolni, como secretaria del comisario Lunacharski. Tras unirse al partido bolchevique se convirtió en una político militar, algo muy poco habitual en la época. En 1919 estuvo en el Comisariado del Cuartel General de la Armada en Moscú.
En octubre de 1923 viajó a Alemania para ser testigo directo de la revolución y escribió una serie de artículos, que fueron publicados con los títulos Berlín, octubre de 1923 y Hamburgo en las barricadas. Durante su estancia en Alemania se convirtió en la pareja del revolucionario internacional Karl Radek. Tres años después, en 1926, Reisner moría en Moscú. Tenía tan solo 30 años.
Sacado de es.rbth.com

10 MOMENTOS CLAVE PARA LA REVOLUCIÓN RUSA

A través de diez momentos clave en el proceso, intentamos salvar la enorme complejidad del fenómeno revolucionario ruso para interpretar sus fundamentos

Joaquín Armada 7.
El zarismo hacía tiempo que se tambaleaba. Una y otra vez, Nicolás II había recurrido al Ejércitopara acallar las protestas de su pueblo. El 9 de enero de 1905, las tropas imperiales disolvieron a tiros una concentración pacífica ante el palacio de Invierno. Los manifestantes tenían la esperanza de que el zar los escuchara. Pero Nicolás ni siquiera estaba en la ciudad.
Sus soldados mataron a unos doscientos manifestantes e hirieron a otros ochocientos. Ese «Domingo sangriento», la imagen del zar como protector del pueblo se hizo añicos. Las protestas se sucedieron por todo el país, mientras el ejército imperial sufría una derrota humillante ante Japón.
A regañadientes, Nicolás II aceptó la creación de un parlamento, la Duma. Sería el mayor éxito de la revolución burguesa de 1905. Pero el zar desaprovechó la oportunidad de democratizar su imperio.
El país se industrializaba a gran velocidad, pero el 80% de la población malvivía en el campo. Con excepción del británico, ningún imperio europeo sobrevivió a la I Guerra Mundial, pero el ruso sería el primero en caer.
Estos diez momentos fueron clave para que la revolución triunfara en la Rusia de los zares.
1. El desastre militar
En agosto de 1914, en Prusia Oriental, Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff detuvieron una invasión rusa que parecía imparable.
Los generales rusos no podían explicar su fracaso. Un día antes de que la batalla terminara, Alexandr Samsonov se suicidó de un disparo en la cabeza. Los alemanes bautizaron su victoria como la batalla de Tannenberg, para olvidar una derrota medieval ante el eterno enemigo eslavo.
Poco después, Hindenburg venció a Paul von Rennenkampf, el general del Primer Ejército ruso. Rennenkampf no se suicidó. Su derrota no fue tan abrumadora. En su avance frustrado hacia Berlín, los rusos habían perdido más de trescientos mil soldados y oficiales. Su sacrificio salvó París, pero su derrota prolongó la guerra cuatro años más.
Lo primero que perdió el zar fue su ejército: en 1914 los rusos perdieron 1,8 millones de hombres.

Lo primero que perdió el zar fue su ejército. Solo en 1914 los rusos perdieron 1,8 millones de hombres. En 1915, los alemanes iniciaron una ofensiva imparable: conquistaron Polonia, Lituania y gran parte de Letonia. Pero el avance alemán no logró que Rusia saliera de la guerra. En verano, Nicolás II asumió el mando directo de las tropas y cerró la Duma.
En junio de 1916, el general Brusílov emprendió una ofensiva que puso a los austrohúngaros al borde del colapso. Pero cuando su ataque se agotó, el brillante general había perdido 400.000 hombres y, sobre todo, su fe en el zar: «Rusia no podía ganar la guerra con su presente sistema de gobierno».
2. El monje y la alemana
Cuando Nicolás partió al frente, dejó a su esposa, Alejandra Fiódorovna Románova, a cargo del gobierno. Fue un error. De septiembre de 1915 a febrero de 1917 se sucedieron cuatro primeros ministros, cinco del Interior, tres de la Guerra... La zarina los cambiaba de forma caprichosa. Alejandra tenía 43 años, cuatro hijas y un frágil hijo, Alekséi, el zarévich. La hemofilia del niño había llevado a la zarina a acoger en la corte, tres años antes, a un monje siberiano de siniestra apariencia, Rasputín.
Alejandra era llamada despectivamente la alemana (nació como la princesa Dagmar de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg), pero se había criado a la inglesa. Cuando contaba seis años, su abuela, la reina Victoria, se hizo cargo de su educación. Sin embargo, no logró prepararla para reinar.
El pueblo ruso creía que el desastre en el frente se debía a que la alemana desvelaba los movimientos de las tropas rusas al káiser y que se entregaba a Grigori Rasputín en orgías. Rasputín tenía tanto poder sobre la emperatriz que hasta proponía quién debía ser ministro.
El príncipe Yusúpov invitó a Rasputín a una fiesta en su palacio y allí le envenenaron, le dispararon y arrojaron su cuerpo al río Nevá. 

En diciembre de 1916, el príncipe Yusúpov, el heredero de la mayor fortuna de Rusia, le invitó a pasar una velada en su palacio. Quería matar al monje. Durante la fiesta, Rasputín tomó varias copas de un Madeira envenenado, pero el cianuro no surtió efecto. Al final, Oswald Rayner –amigo de Yusúpov, espía británico– disparó a Rasputín y tiraron su cuerpo al río Nevá, donde, como demostró la autopsia, falleció ahogado.
Rasputín fue asesinado en una ciudad que vivía su tercer invierno de guerra. En 1916, la situación en la retaguardia era desastrosa. El frente lo devoraba todo. Una ola de frío polar paralizó un sistema ferroviario al borde del colapso. Ni siquiera la capital recibía los suministros que precisaba, más y más caros.
Desde el verano de 1914, el gobierno ruso no dejaba de imprimir billetes para pagar los gastos de la guerra. La medida disparó los precios de los productos básicos, cada día más escasos. En febrero de 1917, la capital estaba al límite. «Una chispa –pronosticaba un agente de la Ojrana, la policía secreta zarista– será suficiente para que una conflagración estalle».
3. Abajo la autocracia
«¡Pan! ¡Pan! ¡Pan!», gritaban unas siete mil obreras que recorrían la avenida principal de Petrogrado. Pronto se les unieron más mujeres y hombres para exigir un pan casi imposible de encontrar. Ese jueves 23 de febrero de 1917 los cosacos no intentaron disolver la protesta.
Viendo que los cosacos no intervenían, varios miles de hombres se unieron a la manifestación. Muchos eran obreros de la fundición de acero Putílov, la más grande de Rusia, que había cerrado por falta de combustible. Sus 30.000 trabajadores se habían quedado en la calle. «¡Abajo el zar! ¡Abajo la autocracia!», gritaban camino de la sede de la Duma.
La manifestación terminó sin incidentes, pero la mecha de la revolución acababa de prender. Al día siguiente, la huelga se extendió a las principales fábricas. Decenas de miles de obreros se unieron a las protestas. El 25, la huelga general era total en la capital. Esa misma tarde se produce un hecho insólito: ¡los cosacos cargaron contra la policía a sablazo limpio! El domingo 26 unidades militares ocupaban la ciudad. Pero el gobierno estaba a punto de perderla.
Al abdicar el zar había dos poderes en Rusia: el del Gobierno Provisional, presidido por Lvov, y el comité de representantes de trabajadores y soldados, el Sóviet. 

Los soldados de los regimientos Volynsky y Pavlovsky, de la Guardia Imperial, se amotinaron. La sublevación militar convirtió la revuelta en una revolución. «Situación desesperada en la capital», telegrafió el presidente de la Duma al zar, a quien las protestas habían sorprendido fuera de la capital. Indiferente, Nicolás anotó en su diario: «Por la noche jugué al dominó».
El 27, los manifestantes asaltaron el Ministerio del Interior y la sede de la Ojrana. Al acabar el día, la bandera roja ondeaba en el palacio de Invierno. Los Romanov estaban a punto de dejar de reinar en Rusia tras 304 años.
El 2 de marzo, Nicolás abdicó. Primero en su hijo enfermo, Alekséi, y después en su hermano menor, el gran duque Miguel, que rechazó el trono. Derribado el zar, ¿quién gobernaba el Imperio? Frank Lindley, asesor de la embajada británica conocía la respuesta. “Tenemos dos [gobiernos]: el verdadero, presidido por el príncipe Lvov, y un comité de representantes de los trabajadores y de los soldados sin cuyas órdenes ningún hombre hará nada”.
En paralelo al poder del Sóviet, el Gobierno Provisional, dirigido por el príncipe Lvov, emprendió la titánica tarea de organizar las elecciones para una asamblea constituyente. Entre ambos hay un nexo: Aleksandr Kérensky. El líder menchevique asume la cartera de Justicia, sin abandonar el Ispolkom, el órgano ejecutivo del Sóviet. La revolución había empezado sin sus profesionales, pero pronto llegarían a la capital desde los rincones más alejados del mundo. 

4. El tren de Lenin
La caída del zar sorprendió a Irakli Tsereteli a 8.000 kilómetros de Petrogrado, en una aldea siberiana cercana a Irkutsk, donde vivía desterrado por sus ideas socialistas. Anatoli Lunacharski estaba en París. Trotski, Bujarin y Aleksandra Kolontái, en Nueva York. Lenin, en Zúrich.
Los alemanes convirtieron a Lenin en un arma. Sabían que no pararía hasta conseguir que Rusia saliera de la guerra. Vladímir Ilich Uliánov, alias Lenin, estaba a punto de cumplir los 47 años. Toda su vida la había dedicado a predicar la revolución. Para Lenin, la caída del zar solo era el primer paso para la dictadura del proletariado.
No admitía acuerdos con la burguesía ni con los socialistas que no piensaban como él. Su intransigencia dividió en 1903 al joven Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en dos tendencias irreconciliables: la bolchevique –minoritaria, aunque su nombre signifique lo contrario–, que lideraba Lenin, y la menchevique, dirigida por Yuli Mártov, que defiende un partido de masas para conquistar el poder mediante el voto.
También querían llegar así al poder los eseristas, los partidarios del Partido Social-Revolucionario, que pretendían centrar sus esfuerzos en expropiar a los terratenientes para repartir las tierras entre los campesinos. Los líderes socialistas pertenecían a una intelligentsia que llevaba décadas intentando derribar la autocracia zarista.
La expedición de Lenin llegó a la estación de Petrogrado la madrugada del 4 de abril de 1917. 

La expedición de Lenin partió de Zúrich el 27 de marzo. Atravesaron el país enemigo en un tren sellado: un vagón con tres compartimentos de segunda clase, cinco de tercera y un lavabo. Al otro lado de una línea de tiza, dos oficiales alemanes vigilaban a los rusos. Tras esa línea fronteriza mandaba Lenin.
El 29, los bolcheviques pasaron la noche en la estación de Berlín. El 30, con un día de retraso, llegaron a Suecia tras atravesar el Báltico en un transbordador. Mientras tanto, los bolcheviques habían decidido apoyar al Gobierno Provisional contra las órdenes de Lenin.
La madrugada del 4 de abril, la expedición llegó a Petrogrado. Desde la estación Lenin se dirigió hasta el cuartel general de los bolcheviques: un palacio incautado a una bailarina examante de Nicolás II. Lenin acababa de terminar un viaje de 3.200 kilómetros, pero no pensaba en descansar. Tenía muy claro que los bolcheviques debían tomar el poder y no pararía hasta conseguirlo

5. La fragilidad de la República
El jueves 23 de marzo, los habitantes de Petrogrado se reunieron para homenajear a los héroes muertos en la revolución. Obreros, soldados y burgueses demostraron que aún estaban unidos. La Rusia que celebraba a sus héroes revolucionarios había pasado en unas semanas de ser la autocracia más represora de Europa a convertirse, en palabras de Orlando Figes, en «el país más libre del mundo».
El Gobierno Provisional que presidía el príncipe Lvov decretó una amnistía y aprobó leyes que garantizaban la libertad de reunión, de prensa, de expresión... Pero la unidad demostrada en el funeral se rompió pronto. Campesinos y obreros no deseaban una reforma, sino una revolución social. Y eran sus asambleas las que tenían el poder.
Solo había una cosa en la que el Gobierno Provisional estaba de acuerdo con el zar: la guerra contra Alemania. Cada día cientos, miles de soldados dejaban el frente.
Lenin intentó aprovechar el descontento de los soldados para intentar tomar el poder, pero, tras unos días, Kerensky aplastó el golpe. 

El príncipe Lvov, agotado, dimitió el 7 de julio. Le sustituyó Aleksandr Kérensky. «Es el único hombre al que podríamos recurrir para mantener a Rusia en la guerra», opinaba sir George William Buchanan, el embajador británico.
Gran Bretaña y Francia llevan meses presionando al Gobierno Provisional para que atacara a los alemanes, pero la ofensiva de Brusílov resultó ser un fiasco. En Petrogrado, Lenin aprovechó el desencanto de los soldados para intentar tomar el poder, pero, tras unos días de incertidumbre, Kérensky aplastó el golpe. El líder bolchevique tuvo que escapar en un tren a Finlandia disfrazado de fogonero.
Decepcionado por el fracaso de la ofensiva, Kérensky nombró al general Lavr Kornílov sucesor de Brusílov. A finales de agosto, Kérensky intentó usar un golpe frustrado de Kornílov para consolidarse en el poder. El resultado sería el contrario: no iba a resistir un tercer ataque.

6. El golpe bolchevique
La noche del 10 de octubre de 1917, en la casa de una maestra –Galina Flakserman, veterana bolchevique–, se reunieron 12 de los 21 miembros del Comité Central bolchevique. Diez de ellos votaron a favor de la insurrección armada. Solo Lev Kámenev y Grigori Zinóviev se opusieron.
El 18, una semana antes del golpe, Kámenev advirtió a Kérensky del golpe a través de unas líneas en el periódico de Gorki. Pero el presidente ignoró el peligro. Es más, Kérensky subestimó tanto a los bolcheviques que decidió transferir el núcleo de la guarnición de Petrogrado al frente.
Los soldados, que no tenían ningún deseo de combatir, se pusieron bajo la autoridad del Comité Revolucionario Militar (CMR). Liderado por Trotski, el CMR tenía la misión oficial de impedir una contrarrevolución. En realidad, sería el instrumento que los bolcheviques emplearán para su golpe.
La noche del 24 de octubre, unidades bolcheviques tomaron los centros estratégicos de la ciudad. A la mañana siguiente, Kérensky estaba aislado en el palacio de Invierno. Huyó de la ciudad precipitadamente en un vehículo requisado a la embajada estadounidense. En el palacio se quedaron sus ministros, protegidos por una heterogénea e improvisada guarnición. Sin apenas munición y víveres, la mayoría desertó antes de que llegara la noche. La verdad es que los bolcheviques tardaron casi todo el día en tomar el palacio. Los combates se limitaron a sus alrededores.
Los hombres de Lenin tardaron diez días en tomar la ciudad de Moscú. 

No había salido como Lenin quería, pero la toma del palacio de Invierno concluyó antes de que el Comité de Sóviets finalizara. Solo 300 de los 670 delegados eran bolcheviques. Eseristas y mencheviques eran mayoría, pero, con ingenuidad, abandonaron el congreso para protestar por el golpe. Era un suicidio político.
En Moscú, la resistencia fue mucho más fuerte. Los hombres de Lenin tardaron diez días en tomarla. Con Moscú bajo su control, Lenin podía afirmar que Rusia estaba bajo la autoridad del Consejo de Comisarios del Pueblo.
Le encantaba el nombre que había elegido Trotski para sus ministros. «¡Huele a revolución!». En realidad, olía a dictadura. Lenin ilegalizó el Partido Kadete (una formación de ideología liberal) y encarceló a sus líderes. Cuando, en noviembre, las elecciones a la Asamblea Constituyente dieron la victoria a los socialrevolucionarios, Lenin no renunció al poder. Clausuró la Asamblea el mismo día de su apertura. La breve etapa de libertad de Rusia había terminado. La guerra civil estaba a punto de empezar.

7. Ni guerra ni paz
Lenin ordenó a Trotski que estirara al máximo las negociaciones con los alemanes. “No hay duda de que será una paz vergonzosa –anuncia al Comité Central bolchevique el 11 de enero de 1918–, pero si nos embarcamos en una guerra nuestro gobierno será barrido”.
Maestro de la retórica, Trotski llevó su lema «Ni guerra ni paz» al máximo.
El 9 de febrero, Alemania firmó la paz con Ucrania y exigió a Rusia su rendición. Ese día Trotski se sacó de la chistera su último truco: admitía la derrota, ¡pero se negaba a firmar la paz!
Las tropas alemanas iniciaron el 18 de febrero el avance imparable previsto por Lenin. Cinco días más tarde, este lograba que la ejecutiva del Sóviet aceptara las durísimas condiciones alemanas. El tratado se aprobó el 3 de marzo en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk. Trotski dimitió para no tener que estampar su firma en él.
Rusia perdía Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y, sobre todo, Ucrania. En estas tierras estaba el 34% de su población, el 54% de sus fábricas, el 89% de sus minas de carbón...
El Tratado de Brest-Litovsk supuso que Rusia perdía Polonia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y, sobre todo, Ucrania. 
Esa paz humillante permitió a Lenin centrarse en los enemigos interiores. En esa lucha contra burgueses, aristócratas, kulaks (campesinos enriquecidos) y, finalmente, socialistas eseristas y mencheviques, la Cheka fue un instrumento esencial.
La Comisión Extraordinaria Panrusa para la Lucha contra la Contrarrevolución y el Sabotaje (Cheka) se creó el 7 de diciembre de 1917. Era la organización de la que nacerá el KGB. Lenin situó al frente a Félix Dzerzhinsky. En abril era un pequeño ejército, el embrión de una fuerza que llegó a los 250.000 hombres en 1920.
Lenin usó el terror para eliminar a sus enemigos. La revolución había desatado un odio de clases largamente latente. Había que eliminar a “los de antes”, incluida la familia real.

8. El fin de los Romanov
Nicolás II se sintió liberado cuando perdió el poder. Tras su abdicación, el Gobierno Provisional recluyó a la familia imperial en Tsárskoye Seló. El último zar dedicaba sus días a cortar leña, remar, a jugar al tenis, al dominó...
El Gobierno Provisional tanteó exiliar a la familia a Reino Unido, pero Jorge V –primo del zar de asombroso parecido– retiró su oferta por temor a la reacción de los laboristas británicos. A mediados de agosto, Kérensky ordenó el traslado de los Romanov a Tobolsk, en Siberia.
Trotski quería juzgar en Moscú al zar por sus crímenes contra el pueblo, como hicieron los revolucionarios franceses con Luis XVI. No hubo proceso público. En abril de 1918, el Sóviet de los Urales trasladó a la familia a Ekaterimburgo, adonde los Romanov llegaron el día 30.
La historiografía soviética atribuyó al Sóviet de los Urales la orden de la ejecución. Trotski escribió en su diario que fue decisión de Lenin. 

Se alojaron en una desvencijada mansión requisada a un hombre de negocios local, Nikolái Ipatiev. Para las autoridades bolcheviques era “la Casa del Propósito Especial”. Mientras tanto, las tropas antibolcheviques de la Legión Checa estaban a pocos kilómetros.
La noche del 16 al 17 de julio, Yakov Yurovsky, jefe de la Cheka local, ordenó al médico que reuniera a la familia imperial para su traslado. Era una farsa. Yurovsky había preparado la ejecución de los Romanov en el sótano de la casa. Trece tiradores, incluido él, armados con revólveres. La historiografía soviética atribuyó al Sóviet de los Urales la orden de la ejecución. Trotski escribió en su diario que fue decisión de Lenin

9. De la utopía al terror
Fanny Kaplan, una joven eserista, intentó matar a Lenin. La tarde del 30 de agosto de 1918, Kaplan burló a los guardaespaldas del líder bolchevique y disparó tres veces contra él. Su primer disparo falló. El segundo alcanzó a Lenin en el cuello. El tercero le atravesó el pulmón izquierdo. Pese a la gravedad de sus heridas, Lenin se recuperó rápidamente.
Fanny Kaplan fue ejecutada sin juicio. El 4 y el 5 de septiembre, dos decretos de los comisarios de Interior y Justicia iniciaron el llamado Terror Rojo. Miles de eseristas fueron detenidos, pero también burgueses y oficiales.
Quienes escapaban al Terror Rojo se exponían también al Terror Blanco. La contrarrevoluciónestaba liderada por los generales Mijaíl Alexéev y Lavr Kornílov. Las potencias occidentales armaban y vestían a sus hombres y enviaban miles de soldados para proteger sus retaguardias.
En el verano de 1919, las tropas del general Denikin amenazaban Moscú, mientras las del general Yudénich y el almirante Kolchak avanzaban hacia Petrogrado. Pero el Ejército Rojo, creado por Trotski, las venció en todos los frentes. Profundamente antisemitas y conservadores, los blancos fueron incapaces de ganarse el apoyo de unos campesinos que también rechazaban a los bolcheviques. A mediados de noviembre de 1920, una flota heterogénea partía de Sebastopol rumbo a Constantinopla con casi 150.000 soldados, mujeres y niños. La revolución había vencido a los contrarrevolucionarios.

10. La última rebelión
Para alimentar a las ciudades, Lenin ordenó requisar a los campesinos sus víveres y provocó una revuelta que llegó hasta el corazón de la revolución, la base naval de Kronstadt. Hartos de los abusos que sufrían sus familias campesinas y obreras, los marineros reclamaban «raciones iguales para todo el pueblo trabajador» y «libertad para los campesinos para cultivar la tierra». El 1 de marzo de 1921 se reunieron para elegir un nuevo Sóviet. Habían vuelto a febrero de 1917.
Los bolcheviques vencieron a todos sus enemigos, pero a un coste terrible: millones de muertos y centenares de miles de exiliados. 

La represión bolchevique no tendría piedad con ellos. Trotski ordenó el arresto de sus familias. El asalto de la base comenzó el 7 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora (en febrero de 1918, Rusia había pasado del calendario juliano al gregoriano). Diez días después, tras varios asaltos frustrados, la fortaleza cayó.
Los bolcheviques habían vencido a todos sus enemigos, pero el coste había sido terrible. Diez millones de personas murieron entre 1917 y 1922 víctimas de la revolución, la guerra civil, el hambre, las enfermedades, la represión... Cientos de miles se habían exiliado.
En mayo de 1922, Lenin sufrió un infarto que le dejó sin habla, y en diciembre otro ataque paralizó la mitad de su cuerpo. La nueva URSS iba a nacer ese mismo mes.
Frente a los vencidos están los primeros ejemplares del “Homo sovieticus”. Los niños nacidos tras la revolución crecerían en una sociedad sin clases, adorarían a Lenin y temerían a Stalin. En 1937, mientras la utopía socialista seducía a cientos de intelectuales occidentales, Stalin ordenaba el arresto de casi dos millones de personas. Un millón trescientas mil acabaron en campos de concentración. Setecientas mil fueron ejecutadas, entre ellas, los antiguos compañeros de revolución
Sacado de www.lavanguardia.com
BIOGRAFÍAS (Sacadas de www.biografíasyvidas.com)

Francisco Fernando

(Francisco Fernando de Austria-Este o de Habsburgo; Graz, 1863 - Sarajevo, 1914) Archiduque de Austria-Hungría cuyo asesinato precipitó la Primera Guerra Mundial. Sobrino del emperador Francisco José I, se convirtió en heredero del Trono en 1896, tras una sucesión de muertes en la familia Habsburgo. Aunque nunca llegaría a reinar, ejerció desde entonces una gran influencia en el Imperio, llegando a dominar prácticamente el ejército.

El principal problema político que tenía planteado el Estado austro-húngaro eran las tensiones nacionalistas, en especial de las minorías eslavas; Francisco Fernando de Austria era partidario de una apertura en ese sentido, transformando la monarquía dual vigente desde 1867 en una monarquía federal tripartita en la que los eslavos vieran reconocida su autonomía.
En particular, el archiduque Francisco Fernando de Austria se había mostrado cercano a las reclamaciones de los eslavos del sur (croatas, bosnios y eslovenos); pero al hacerlo contrarió los planes de Serbia, que enarbolaba la defensa de dichos pueblos frente a la dominación austro-húngara, con la ambición última de someterlos a su propio poder.
En 1914, cuando el archiduque se encontraba en Sarajevo (capital de la provincia austriaca de Bosnia) para presidir unas maniobras militares, fue asesinado por un estudiante serbobosnio llamado Princip. Puesto que el asesino era militante de la organización nacionalista serbia Unidad o Muerte, el gobierno austriaco culpó a Serbia; mediante un ultimátum exigió al gobierno serbio la represión de las acciones antiaustriacas lanzadas desde su territorio, la autorización para que policías austriacos participaran en la investigación del atentado en Serbia y el castigo de los responsables.
La negativa serbia a ese ultimátum, alegando que violaba su soberanía nacional, fue el detonante para el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-18), pues el juego de las alianzas arrastró a Alemania en apoyo de Austria-Hungría, y a Rusia, Francia y Gran Bretaña en apoyo de Serbia.

Thomas Woodrow Wilson

(Staunton, Virginia, 1856 - Washington, 1924) Vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos de América (1913-1921). Hijo de un pastor protestante, estudió en la Universidad de Princeton, en donde más tarde trabajó como profesor de Derecho Constitucional (desde 1890) y llegó a ser rector (1902-1910).
Vinculado al Partido Demócrata, pasó luego a la política y fue gobernador de Nueva Jersey en 1911-1912; si sus reformas pedagógicas habían hecho de Princeton una universidad modélica, sus reformas políticas y sociales en Nueva Jersey llamaron suficientemente la atención como para convertirle en candidato a la presidencia para terminar con un largo periodo de hegemonía política republicana.
En las elecciones presidenciales de 1912 obtuvo una abrumadora mayoría, favorecida por la división del voto republicano entre las candidaturas de Theodore Roosevelt y William Howard Taft; Woodrow Wilson sería reelegido en 1916. Durante sus dos mandatos como presidente (1913-1921) llevó adelante el programa de la Nueva Libertad, consistente en reforzar la intervención del poder central en apoyo de la democracia: reorganizó el sistema bancario americano con la creación de un banco central (la Reserva Federal, en 1913), creó un impuesto federal progresivo sobre la renta personal, introdujo la elección directa de los senadores por sufragio universal, extendió el derecho de voto a las mujeres, empleó la fuerza del Estado para luchar contra los monopolios y trató de frenar el consumo de alcohol con la ley seca.
Pero fue en la política exterior en la que hubo de asumir los mayores retos. Ante los ataques de que era objeto el suroeste de los Estados Unidos por parte del revolucionario mexicano Pancho Villa, envió una expedición militar a México en 1916, aunque no consiguió capturarle.
Hasta entonces, Wilson había mantenido la neutralidad de los Estados Unidos en la «Gran Guerra» europea declarada en 1914, continuando de esta forma la tradicional política exterior aislacionista del país; en la campaña electoral de 1916 utilizó profusamente la neutralidad como argumento. Sin embargo, en 1917 se vio obligado a romper sus promesas de neutralidad, ante los ataques submarinos alemanes a la navegación en el Atlántico y el temor a una alianza de México con Alemania para arrebatar territorios a los Estados Unidos (plan descubierto por el «Telegrama de Zimmermann», enviado por el ministro de asuntos exteriores alemán Arthur Zimmermann a su embajador en México).
Los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) como aliados de Gran Bretaña y Francia, con un sentido de cruzada mundial por la libertad contra los regímenes anacrónicos y opresivos de Alemania y Austria-Hungría; con su peso industrial y militar contribuyeron a desequilibrar la contienda en favor de los aliados, al tiempo que demostraban su condición de gran potencia.
En 1918 el presidente Wilson formuló un programa de catorce puntos que debían inspirar los tratados de paz y el orden de la posguerra. Era un programa intensamente moral, democrático y pacifista, que preveía la abolición de la diplomacia secreta, la libertad de navegación en todos los mares, la reducción de armamentos, la liberalización del comercio y la constitución de una Sociedad de Naciones que garantizara el arreglo pacífico de los conflictos. Para solucionar los contenciosos fronterizos, Wilson proponía aplicar de forma general el principio de las nacionalidades, dando la independencia a los pueblos con identidad cultural propia que habían estado sometidos al Imperio Austro-Húngaro, al Imperio Otomano o al Imperio Ruso.
Pero cuando, ya terminada la guerra, Wilson se trasladó a Europa para participar en la Conferencia de Paz de París (1919), descubrió la realidad de la política internacional, marcada por el revanchismo y las ambiciones territoriales de los vencedores. Decepcionado por los compromisos que se vio obligado a aceptar, regresó a Estados Unidos sin otro éxito significativo que el de haber conseguido que se creara la Sociedad de Naciones.
Por entonces, además, la oposición republicana había obtenido la mayoría en el Congreso, y desde allí expresaría su desaprobación a la política de Wilson. El Senado se negó a ratificar el Tratado de Paz de Versalles e impuso de nuevo el aislacionismo, rechazando el ingreso en la Sociedad de Naciones que había contribuido a crear su presidente. Wilson lanzó una campaña para ganarse el apoyo de la opinión pública, pero un colapso le apartó de la actividad política, dejándole inválido para el resto de su mandato. En 1919 recibió el Premio Nobel de la Paz.

Nicolás II

(San Petersburgo, 1868 - Yekaterimburgo, 1918) Último zar de Rusia, en quien se extinguió la dinastía Romanov. Accedió al trono en 1894, sucediendo a su padre, Alejandro III de Rusia. En general siguió la política autocrática de su antecesor, si bien parece haber mostrado escaso interés y nulas aptitudes para las tareas de gobierno. Por incapacidad o por debilidad, cayó bajo la influencia de la zarina Alejandra Fiódorovna (la princesa Alix de Hesse-Darmstadt) y de su consejero Rasputín.

Bajo su reinado, pero más bien al margen de su intervención directa, Rusia experimentó un intensivo proceso de industrialización (la penetración acelerada de la Revolución industrial hizo surgir importantes núcleos obreros) y se esforzó por extender su influencia en Asia rivalizando con las potencias occidentales en la carrera imperialista: intervención en la Guerra Chino-Japonesa de 1896, base de Port Arthur en 1898, ocupación de Manchuria en 1900 y reparto de Persia en esferas de influencia con Gran Bretaña en 1907.
Los intentos por ejercer una influencia determinante en Europa oriental y los Balcanes como cabeza de un movimiento paneslavista dieron lugar a múltipes conflictos y tensiones internacionales, en virtud del alineamiento ruso con Serbia frente a los intereses de Austria-Hungría; pero, tras sufrir una primera derrota diplomática en la crisis de Bosnia (1908), las Guerras Balcánicas de 1912-13 acabaron definitivamente con el control ruso sobre la península Balcánica.
Mal aconsejado y aislado de la opinión nacional, Nicolás II dejó con su inmovilismo que se enconaran los grandes problemas que aquejaban al régimen zarista: la pobreza del campesinado y su hambre de tierras, las tensiones sociales y la agitación revolucionaria, las aspiraciones de libertad y democracia de los intelectuales reformistas. En 1905 llevó al país a una guerra contra el Japón en la que resultó derrotado; el descontento popular estalló en una revolución en aquel mismo año, frente a la cual no ofreció otra respuesta que la represión militar.
Ambos acontecimientos constituyeron los prolegómenos de la crisis final en la que perecería la Monarquía: en 1914 Rusia volvió a comprometerse en una guerra exterior, la Primera Guerra Mundial, para la que no estaba preparada ni en sentido militar ni económico ni político, si bien Nicolás II no puede considerarse responsable de las grandes decisiones de aquel momento, pues era un juguete en manos de los poderes cortesanos.
Las sucesivas derrotas frente al moderno ejército alemán acabaron por desmoralizar al país y desarticular las estructuras del Estado, facilitando la Revolución de febrero de 1917, que derrocó al zar e instauró en Rusia una República. Nicolás II abdicó y se dejó detener sin ofrecer resistencia frente al gobierno provisional del príncipe Gueorgui Lvov y de Aleksandr Kerenski. Fue confinado junto con el resto de la familia real en la localidad de Yekaterimburgo (actual Sverdlovsk), en los Urales; tras el triunfo de la segunda Revolución rusa de 1917 (la Revolución de octubre), que llevó al poder a los bolcheviques de Lenin y dio paso a una dictadura comunista, el zar fue ejecutado junto con toda su familia, por decisión del Sóviet del Ural.

Lenin

En las últimas décadas del siglo XIX, el abismo existente entre la clase cultivada y el zar Alejandro III de Rusia, defensor del absolutismo bizantino de sus antepasados, se había agravado hasta tal punto que la lucha contra el zarismo había llegado a ser, entre los rusos cultos, un deber y un honor. La oposición política y el movimiento revolucionario crecían bajo el empuje de una "intelligentsia" que hacía acólitos en las escuelas, en las fábricas, los periódicos y las oficinas. El 1 de marzo de 1887, un grupo de jóvenes nihilistas intentó acabar con la vida del zar.

El atentado fracasó y los terroristas fueron apresados. Entre los condenados a muerte figuraba Alexander Uliánov, el hermano mayor del futuro Lenin. Al enterarse por la prensa de que el grupo había sido ahorcado en San Petersburgo, el muchacho recibió una impresión indeleble, que con el tiempo se transformaría en la más firme y decidida oposición al zarismo. Pero ya entonces, con la lucidez de un visionario, resumía la situación en esta frase de condena a los métodos del terrorismo individual: «Nosotros no iremos por esta vía. No es la buena».
En el camino de la revolución
Vladímir llich Uliánov, conocido como Lenin, nació el 22 de abril de 1870, en el seno de una familia típica de la intelectualidad rusa de fines del siglo XIX. Era el cuarto de los seis hijos habidos por llia Uliánov y María Alexandrovna Blank, quienes se habían establecido el año anterior a su nacimiento en Simbirsk, una ciudad de provincias pobre y atrasada, a orillas del Volga.
El padre, un inspector de primera enseñanza, compartía las ideas de los demócratas revolucionarios de 1860 y se había consagrado a la educación popular, participando de la vida de los campesinos rusos confinados en la miseria y la ignorancia. La madre, de ascendencia alemana, amaba la música y seguía de cerca las actividades escolares de sus hijos. Por su carácter apacible y tierno -jamás imponía castigos ni levantaba la voz-, despertó en los suyos un amor rayano en la adoración.
El ambiente estudioso de la casa, donde no faltaba una buena biblioteca, propiciaba el desarrollo del sentido del deber y la disciplina. Vladímir llich Uliánov seguía el ejemplo de su hermano mayor; era un muchacho perseverante y tenaz, un alumno asiduo y metódico que obtenía las mejores notas y destacaba en el ajedrez. A los catorce años comenzó a leer libros «prohibidos». Rusia vivía entonces bajo la más negra represión y la lectura de los grandes demócratas era considerada un delito.
Cuando su hermano Alexander fue ahorcado, al año siguiente de que muriera el padre, la familia debió trasladarse a la fuerza a la aldea de Kokuchkino, cerca de Kazán. En esa época Vladímir abandonó la religión, pues, como diría más adelante, la suerte de su hermano le «había marcado el destino a seguir». En Kazán inició sus estudios de derecho en la universidad imperial, uno de los focos de mayor oposición al régimen autocrático. El mismo año de su ingreso, 1887, Vladímir fue detenido por participar en una manifestación de protesta contra el zar. Cuando uno de los policías que lo custodiaban le preguntó por qué se mezclaba en esas revueltas, por qué se daba cabezazos contra un muro, su respuesta fue: «Sí, es un muro, cierto, pero con un puntapié se vendrá abajo».
Expulsado de la universidad, se dedicó por entero a las teorías revolucionarias, comenzó a estudiar las obras de Marx y Engels directamente del alemán, y leyó por primera vez El capital, lectura decisiva para su adhesión al marxismo ortodoxo. Ya en sus primeros escritos defendió el marxismo frente a las teorías de los "naródniki", los populistas rusos. En mayo de 1889 la familia se trasladó a la provincia de Samara, donde, después de muchas peticiones, Lenin obtuvo la autorización para examinarse en leyes como alumno libre. Tres años después se graduó con las más altas calificaciones y comenzó a ejercer la abogacía entre artesanos y campesinos pobres.
Ya en esa época, en el grupo marxista del que formaba parte le decían «el Viejo» por su vasta erudición y su frente socrática, precozmente calva. El rostro de corte algo mongólico, con los pómulos anchos y los ojos de tártaro, entrecerrados e irónicos, el porte robusto y el poderoso cuello le daban el aspecto de un campesino. Abogado sin pleitos, Lenin se inscribió en las listas de instructores de círculos obreros, llamados «universidades democráticas». Organizó bibliotecas, programas de estudio y cajas de ayuda con el objetivo de enseñar los métodos de la lucha revolucionaria, para formar así cuadros obreros, propagandistas y organizadores de círculos socialdemócratas, con miras a la formación de un futuro partido.
Para ello necesitaba contar con el apoyo de los grupos marxistas emigrados, dirigidos por Georgi Plejánov, y en abril de 1895 viajó al extranjero, decidido a estudiar el movimiento obrero de Occidente. Pasó unas semanas en Suiza, y luego visitó Berlín y París, donde tuvo como interlocutores a Karl Liebknecht y Paul Lafargue. A su regreso fue detenido junto con su futuro rival, Julij Martov, por la Ochrana, la policía secreta del zar. En la cárcel, Lenin rápidamente se puso a trabajar. Se comunicaba con el exterior a través de su hermana Ana y de Nadezda Krupskáia, una estudiante adherida al círculo marxista, que, para poder visitarlo en la prisión, había declarado ser su novia.
Más tarde, en 1898, un año después de que fuera deportado a la Siberia meridional, cerca de la frontera con China, Lenin contrajo matrimonio con Nadezda en una ceremonia religiosa. En el destierro, la pareja llevó una vida ordenada, sin sobresaltos, que le permitió a Lenin terminar de redactar su primera obra fundamental, El desarrollo del capitalismo en Rusia, en la que sostenía que la revolución industrial y el capitalismo avanzaban decididamente pese al semifeudalismo imperante en el país.
En el exilio
Después de casi mil días en Siberia, a poco de comenzar el siglo y con treinta años de edad, Lenin comenzaba su primer exilio en Suiza. Allí, reunido con Martov, puso en marcha un proyecto largamente acariciado: la publicación de un periódico socialdemócrata de alcance nacional. El primer número de Iskra (La Chispa) vio la luz el 21 de diciembre de 1900, con un editorial de Lenin encabezando la primera página. En esta época de andanzas entre Munich y Ginebra fue cuando se convirtió en el líder de los marxistas rusos, sobre todo después de la publicación del libro ¿Qué hacer?, una de sus obras más importantes, en la que reclamaba la necesidad de una organización de revolucionarios profesionales y sintetizaba la idea del partido como vanguardia de la clase obrera.
Fue justamente la polémica desatada en torno a cómo estructurar el partido lo que provocó profundas divergencias en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso inaugurado por Plejánov en julio de 1903. En él se consumó la ruptura entre Martov y Lenin. Desde entonces los partidarios de este último se llamaron «bolcheviques», por mayoría frente al grupo de los «mencheviques», minoritarios. Y desde entonces el partido de cuadros profesionales, centralizado y disciplinado, fue el pilar básico del bolchevismo.
La revolución de 1905, que había estallado en San Petersburgo tras el «domingo sangriento» en que las tropas del zar dispararon sobre manifestantes indefensos, causando más de mil muertos y cinco mil heridos, sorprendió a Lenin en Suiza. La presión de las masas obligó al decadente régimen zarista a hacer algunas concesiones liberales: ahora los bolcheviques actuaban en la legalidad, y ello permitió a Lenin regresar a Rusia en octubre de ese año para ponerse al frente de sus partidarios.
Pero las esperanzas de que se produjeran nuevos levantamientos no se concretaron y, ante los intentos de la policía por detenerle, Lenin huyó a Finlandia a fines del verano siguiente. El proceso insurreccional había sido un fracaso y el gobierno de los zares volvía a endurecer sus métodos, hasta liquidar totalmente las conquistas logradas por la revolución. Sumida en el pesimismo y las rencillas internas, la fracción bolchevique se resintió con la derrota, hasta tal punto que viejos militantes la abandonaron.
Huyendo de la policía, Lenin pasó de Finlandia a Ginebra, donde comenzó su segundo exilio, que habría de prolongarse hasta 1917. En aquella época hicieron su aparición el insomnio y los dolores de cabeza que habrían de perseguirle por el resto de sus días. La vida errante de los exiliados lo llevó a París, donde él y Nadezda soportaron duras estrecheces económicas que les obligaban a dar clases o a escribir reseñas para ganar algo de dinero, en medio de una serie de dificultades. La dureza de aquellos días en la capital francesa se vio en parte aliviada por la presencia de Inés Armand, una militante parisiense, inteligente y feminista, a la que se dice le unió un profundo amor. Fruto de su segundo exilio es la obra publicada en 1909, Materialismo y empiriocriticismo, en la que Lenin expone sus reflexiones filosóficas fundamentales, en un intento de culminar la teoría del conocimiento marxista.
Pasada la etapa de la más dura reacción, que se extendió hasta 1911, comenzaron a llegar noticias alentadoras de San Petersburgo. Una huelga iniciada en los yacimientos del Lena fue bárbaramente reprimida con centenares de muertos, lo que originó un gran descontento y una huelga general. Lenin presentía que se acercaba una ola de efervescencia revolucionaria y abandonó París en junio de 1912 para instalarse más cerca de sus partidarios, en Cracovia. Allí le visitaban los diputados bolcheviques para informarle sobre la situación interna y pedirle instrucciones. En marzo de ese mismo año había aparecido el primer número de Pravda (La Verdad), diario obrero que Lenin dirigía desde el exterior y que pronto gozó de una gran difusión. Así, mientras las grandes potencias ultimaban sus preparativos para la primera conflagración mundial, entre los proletarios rusos crecía la influencia de Lenin.

El estallido de la Primera Guerra Mundial supuso un giro decisivo en la historia del socialismo. Lenin había confiado en la socialdemocracia alemana, pero cuando se enteró de que los diputados alemanes (y también franceses) votaban unánimemente a favor de los créditos de guerra para sus respectivos países, de inmediato denunció la traición. Para Lenin, la guerra no era más que una «conflagración burguesa, imperialista y dinástica... una lucha por los mercados y una rapiña de los países extranjeros». El socialismo occidental, acaudillado por los revisionistas alemanes, había pasado a una evidente colaboración con la democracia burguesa, y por ende, el movimiento internacional estaba roto. Era necesario preparar una conferencia de los socialistas que se oponían al conflicto bélico, para impugnar definitivamente al sector revisionista.
El encuentro se celebró en Zimmerwald, en septiembre de 1915, y en él Lenin intentó sin éxito convencer a los representantes de que adoptaran su consigna: «Transformar la guerra imperialista en guerra civil». Fue en este período de defección de los líderes políticos y de desconcierto para los obreros socialistas cuando el revolucionario ruso, que hasta entonces era poco conocido fuera de los círculos marxistas de su país, se convirtió en una primera figura internacional. En sus manos, la doctrina marxista recuperó su sentido transformador y su fuerza revolucionaria, como se ve en la obra escrita durante el período bélico, El imperialismo, fase superior del capitalismo, donde usa las herramientas del análisis económico marxista para probar que la revolución, a diferencia de lo que postulaban Marx y Engels, también es posible en países atrasados como Rusia.
La Revolución de Octubre
El cansancio y el derrotismo general en las naciones beligerantes a comienzos de 1917 desembocó en el imperio de los zares en un amplio movimiento revolucionario que, al grito de «¡Viva la libertad y el pueblo!», ganó las principales ciudades. Los trabajadores de Petrogrado se organizaron en soviets, o consejos de obreros, y la guarnición de la ciudad, encabezada por los mismos regimientos de la guardia imperial, se sumó en masa al movimiento. Sin que nadie se atreviera a defenderlo, en la semana del 8 al 15 de marzo el régimen zarista sucumbía para ser reemplazado por un gobierno provisional formado por partidos pertenecientes a la burguesía y apoyado por el soviet de Petrogrado.
A través de Pravda, Lenin publicaba sus «Cartas desde el exilio», con instrucciones para avanzar en la revolución, aniquilando de raíz la vieja maquinaria del Estado. Ejército, policía y burocracia debían ser sustituidos por «una organización emanada del conjunto del pueblo armado que comprenda sin excepción todos sus miembros». Un mes después de la abdicación del zar Nicolás II, en abril de 1917, Lenin llegaba a la estación Finlandia de Petrogrado, tras atravesar Alemania en un vagón blindado proporcionado por el estado mayor alemán. A pesar de las disputas políticas que originó su negociación con el gobierno del káiser, Lenin fue recibido en la capital rusa por una multitud entusiasta que le dio la bienvenida como a un héroe. Pero el jefe de los bolcheviques no se comprometió con el gobierno provisional y, por el contrario, terminó su discurso de la estación con un desafiante «¡Viva la revolución socialista internacional!».
Muchos de sus camaradas habían aceptado la autoridad de dicho gobierno, al que Lenin calificaba de «imperialista y burgués», acercándose así a las corrientes izquierdistas de la clase obrera, cada vez más radicalizadas, y con el apoyo de un importante aliado, Trotski. A pesar de que los bolcheviques aún constituían una minoría dentro de los soviets, Lenin lanzó entonces la consigna: «Todo el poder para los soviets», pese al evidente desinterés de los mencheviques y los socialistas revolucionarios por tomar tal poder.
Para hacer frente a la presunta amenaza de un golpe de estado por parte de los seguidores de Lenin, en el mes de julio la presidencia del gobierno provisional pasó a manos de un hombre fuerte, Alexander Kerenski, en sustitución del príncipe Gueorgui Lvov. Al cabo de unos días, Kerenski ordenó que le detuvieran y Lenin se vio obligado a huir a Finlandia: cruzó la frontera como fogonero de una locomotora, sin barba y con peluca, y se estableció en Helsingfors. Fue ésta su última etapa de clandestinidad, que habría de durar tres meses. En ellos escribió la obra que con el tiempo sería calificada de utopía leninista, El Estado y la revolución, por su concepción del Estado como aparato de dominación burguesa, destinado a desaparecer tras la etapa transitoria de la dictadura del proletariado y el advenimiento del comunismo.
A medida que la situación interna se agravaba, Lenin, desde el exterior, urgía al partido a preparar la sublevación armada: «El gobierno se tambalea, hay que asestarle el golpe de gracia cueste lo que cueste». Ya los bolcheviques controlaban el soviet de Moscú, y el de Petrogrado estaba bajo la presidencia de Trotski cuando, el 2 de octubre, Lenin volvió a entrar clandestinamente en la capital rusa. Cuatro días más tarde se presentaba disfrazado en el cuartel general del partido para dirigir el alzamiento.
El día 7 de octubre estallaba la insurrección y las masas asaltaban el palacio de Invierno. Según escribe Trotski, Lenin se dio cuenta entonces de que la revolución había vencido, y sonriendo le dijo: «El paso de la clandestinidad, con su eterno vagabundeo, al poder es demasiado brusco, te marea». Y ése fue su único comentario personal antes de volver a las tareas cotidianas. Al día siguiente era nombrado jefe de gobierno y lanzaba su famosa proclama a los ciudadanos de Rusia, a los obreros, soldados y campesinos, ratificando los grandes objetivos fijados por la revolución: construir el socialismo en el marco de la revolución mundial y superar el atraso de Rusia.
La revolución había llegado al poder, pero ahora había que salvarla, y la tarea más urgente para ello, según Lenin, era firmar la paz inmediata. El Tratado de Brest-Litovsk, signado por Trotski el 3 de marzo de 1918, concertó la paz unilateral de Rusia con Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía. El tratado ahondó aún más las divergencias con los socialistas revolucionarios -que en agosto atentaron contra la vida de Lenin-, y contribuyó a intensificar la decisión de las fuerzas contrarrevolucionarias para derribar al nuevo gobierno con el apoyo de los países aliados, especialmente Francia y Estados Unidos.
Durante dos años, entre 1918 y 1920, la guerra civil condujo al gobierno soviético al borde del desastre; por último, el ejército de los contrarrevolucionarios, los «blancos», conducido por antiguos generales zaristas, fue derrotado por el Ejército Rojo, formado por campesinos y obreros y dirigido por Trotski. Pero el país quedó devastado, la economía maltrecha y el hambre se enseñoreó de grandes regiones. El reto más grande de la revolución pasó a ser entonces la reconstrucción económica de Rusia, tarea que Lenin se propuso encarar a través de la NEP (nueva política económica), que detuvo las expropiaciones campesinas y supuso una apertura hacia una economía de mercado bajo control.
Pese a las dificultades de la guerra civil, Lenin concretó en 1919 su viejo sueño de fundar una nueva Internacional. En su opinión, el destino de Rusia dependía de la revolución mundial, y en especial del futuro del movimiento llevado adelante en Alemania por los espartaquistas. El 2 de marzo de 1919, en Moscú, inauguró el Primer Congreso de la III Internacional, invocando a los líderes del comunismo alemán asesinados: Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. La Comintern elevó el comunismo ruso a la categoría de modelo a imitar por todos los países comunistas del mundo y, al defender los movimientos de liberación nacional de los pueblos coloniales y semicoloniales de Asia, logró ampliar enormemente el número de aliados de la Revolución soviética.
A finales de 1921, la salud de Lenin se vio gravemente afectada: sufría de insomnios progresivamente acusados y sus dolores de cabeza eran cada vez más frecuentes. En marzo del año siguiente asistió por última vez a un congreso del partido, en el que fue elegido Stalin secretario general de la organización. Al mes siguiente se le intervenía quirúrgicamente para extraerle las balas que continuaban alojadas en su cuerpo desde el atentado sufrido en 1918. Si bien se recuperó rápidamente de la operación, pocas semanas después sufrió un serio ataque que, por un tiempo, le impidió el habla y el movimiento de las extremidades derechas.
En junio su salud mejoró parcialmente, y dirigió la formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pero en diciembre sufrió un segundo ataque de apoplejía que le impidió cualquier posibilidad de influir en la política práctica. Aun así, tuvo fuerzas suficientes para dictar varias cartas, entre ellas su llamado «testamento», en el que expresa sus fuertes temores ante la lucha por el poder entablada entre Trotski y Stalin en el seno del partido. El 21 de enero de 1924 una hemorragia cerebral acabó con su vida. El hombre que detestaba el culto a la personalidad y abominaba de la religión fue embalsamado y depositado en un rico mausoleo de la plaza Roja.

ACTIVIDADES INTERACTIVAS
Puedes hacer actividades interactivas en los siguientes enlaces: 
VÍDEOS
La I Guerra Mundial (La Cuna de Halicarnaso)
La I Guerra Mundial (Academia Play)
Apocalipsis: La I Guerra Mundial (National Geograhic)- 5 capítulos




La Revolución Rusa y el nacimiento de la URSS (La Cuna de Halicarnaso)
La Revolución Rusa (Academia Play)
1917, el año de las dos revoluciones en Rusia (National Geographic)
La Revolución Rusa (TVE)


































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