lunes, 4 de diciembre de 2017

1º BACHILLERATO- LOS ESTADOS EUROPEOS: LIBERALISMO Y NACIONALISMO

ESQUEMAS
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Congreso de Viena
El Congreso de Viena fue una conferencia entre los embajadores de las principales potencias europeas que tuvo lugar en la capital Austriaca, entre el 02 de mayo de 1814 y el 09 de junio de 1815. El objetivo del Congreso de Viena fue rediseñar el mapa político del continente europeo después de la derrota del imperio Napoleónico, en la primavera anterior , restaurar los respectivos tronos a las familias reales derrotadas por las tropas de Napoleón Bonaparte ( como la restauración de los Borbón en Francia) y firmar un alianza entre los monarcas . Los términos de la paz se establecieron con la firma de Tratado de París (30 de mayo de 1814) , donde se establecieron las indemnizacion a pagar por Francia a los países vencedores. Incluso antes del regreso del emperador Napoleón I del exilio ( Imperio de los Cien Dias) . El Acta Final del Congreso de Viena se firmó nueve días antes de la derrota final de Napoleón en la Batalla de Waterloo, el 18 de junio del año 1815.

Los participantes del Congreso de Viena

El Congreso de Viena fue presidido por el canciller Austriaco Klemens Wenzel von Metternich.
- El reino de Prusia estuvo representada por el Príncipe Karl August von Hardenberg, y su canciller, el diplomático y erudito Wilhelm von Humboldt.
- El Reino Unido fue representado inicialmente por su secretario de Relaciones Exteriores , vizconde de Castlereagh , pero a partir de febrero de 1815 por Arthur Wellesley, Duque de Wellington; que en las últimas semanas iria a luchar contra Napoleón, quien dejaría su puesto al Conde de Clancarty .
- Rusia fue representada por el emperador Alejandro I, Zar de Rusia, aunque nominalmente fue representado por su Ministro de Relaciones Exteriores.
- Francia estuvo representada por su Ministro de Relaciones Exteriores Charles- Maurice de Talleyrand -Périgord.
- Austria estuvo representada por su general en jefe, Metternich, quien tambien presidia el Congreso de Viena
Inicialmente , los representantes de las cuatro potencias vencedoras esperaban excluir a los franceses de participar en las negociaciones más serias , pero el ministro Talleyrand logro incluir desde las primeras semanas de negociaciones sus consejos.

Objetivos del Congreso de Viena

El objetivo de la conferencia fue buscar y afirmar un equilibrio entre las naciones de Europa que habían perdido sus territorios a manos de Francia durante la época napoleónica .

Después de la epoca napoleónica , que dio como resultado cambios económicos y políticos en toda Europa , los países ganadores (Austria, Rusia, Prusia y Reino Unido) sintieron la necesidad de sellar un tratado de restablecer la paz y la estabilidad política en Europa, ya que se experimentaron tiempos de inestabilidad.

El Congreso de Viena fue una conferencia entre las potencias vencedoras contra el Imperio de Napoleón Bonaparte. Los objetivos de estos países era redibujar el mapa político de Europa, para restablecer el orden en Francia y equilibrar sus fuerzas, con el fin de garantizar la paz en Europa.

Medidas Tomadas por el Congreso de Viena
Fueron adoptadas políticas e instrumentos de acción :

  • Políticas: Restauraciones legitimas y compensaciónes territoriales .
  • Instrumento de Acción: La Santa Alianza, Alianza política-militar donde se reunia ejércitos monarquicos dispuestos a intervenir en cualquier situación que amenaza a los monarcas absolutistas, incluyeron la posibilidad de intervenir en la independencia de América. Contra esto fue creada la "Doctrina Monroe" (América para los americanos ) .
Tres principios básicos orientaron las discusiones del Congreso de Viena:

1.El principio de legitimidad, defendido sobretodo por Talleyrand a partir del cual se consideraban legítimo a los gobernantes y a las fronteras que existían antes de la Revolucion Francesa. Atendia a los intereses de los Estados vencedores en la guerra contra Napoleón Bonaparte, pero al mismo tiempo , buscaba salvaguardar las pérdidas territoriales de Francia , así como las intervenciónes extranjeras. Los representantes de los gobiernos más reaccionarios creían que así se podría restablecer el Antiguo Régimen y bloquear el avance liberal . Sin embargo , el acuerdo no se respetó , ya que los cuatro potencias del Congreso de Viena trataron de obtener algunas ventajas a la hora de diseñar la nueva organización geopolítica de Europa.

2. El principio de restauración, que era una grande preocupacion por parte de las monarquías absolutista, puesto que esto colocaría a Eruopa en la misma situación política que existía antes de la Revolucion Francesa, que guillotino al rey absolutista y estableció un régimen republicano , que acabo con los privilegios reales e instituyo el derecho legítimo de propiedad a los burguéses. Los gobiernos absolutos defendieron la intervención militar en los reinos en los que hubiese amenaza de revueltas liberales .

3.El Principio de equilibrio, defendio la organizacion equilibrada de poderes economicos y políticos europeos, diviendo territorios de algunos paises, como por ejemplo, la Confederación Alemana que fue dividida en 39 estados con Prusia y Austria como líderes, y anexando territorios a los países adyacentes de Francia, como el caso de Bélgica que se anexada a Países Bajos, para hallar un equilibrio de poderes en la Europa del siglo XIX.

Desde la perspectiva de la idea de equilibrio de poder, se creía que el fenómeno sólo había sido posible por Napoleón, gracias a que Francia había acumulado tal cantidad de recursos materiales y humanos que, junto con su capacidad política y militar , llevaron todo el período de la guerra. Por lo cual ningún otro Napoleón se atrevería a retar a su vecino, a sabiendas de que este contaría con los mismos recursos.

Consecuencias del Congreso de Viena

* Rusia se anexiona parte de Polonia , Finlandia y Besarabia.
* Austria se anexionó la región de los Balcanes
* El Inglaterra se quedo con la estratégica isla de Malta, Ceilán (Sri Lanka) y la Colonia del Cabo, lo que le garantizo el control de las rutas marítimas.
* El Imperio Otomano mantuvo el control de los pueblos cristianos de Europa Sudoriental ;
* Noruega fue anexada a Suecia
* Prusia se quedaría con parte de Sajonia, Westfalia, Polonia y las provincias del Rin.
* Bélgica fue obligado a unirse con los Países Bajos , formando el Reino de los Países Bajos.
* Los principados alemanes formaríann la Confederación Alemana de 38 estados , Prusia y Austria participaron en esta Confederación.
* España y Portugal no fueron recompensados con ganancias territoriales, más tuvieron restauradas a sus antiguas dinastías.

El Congreso de Viena logró garantizar la paz en Europa. Además de disposiciones politicas y territoriañes, establecieron:

* El principio de la libre navegación en los rios Rin y Mosa
* Condenaron el trafico de esclavos, determinación su prohibición al norte de la linea del ecuador.
* Medidas favorables para mejorar de las condiciones de vida de los Judios ;
* Un reglamento sobre la práctica de actividades diplomáticas entre los países.


Fuente: http://www.historialuniversal.com




LA UNIFICACIÓN DE ALEMANIA E ITALIA
Italia sigue dividida tras el Congreso de Viena (1815):

Los estados de los Saboya o reino de Piamonte-Cerdeña con capital en Turín incluyen: Génova (lo más italiano), Piamonte (lo más industrializado), el Reino de Cerdeña (lo menos industrializado) y la propia Saboya (lo menos italiano);

el ducado de Parma, con una dinastía borbónica; el ducado de Módena, de los Austria-Este; el Gran ducado de Toscana, de otra rama de los Austria; el Reino de las Dos Sicilias (Nápoles y Sicilia) con otra dinastía borbónica; los Estados Pontificios (Roma, el Lacio, Las Legaciones, La Romaña con Bolonia); y el Reino Lombardo-Véneto en manos del Emperador de Austria.
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Antecedentes del proceso de unificación
Época napoleónica: Invasión. Afrancesados. Masonería. Liberalismo. Siembra de nacionalismo.
Revoluciones de 1820 y de 1830. Estallidos liberales. Intensificación del nacionalismo. Alzamientos nacionalistas contra Austria.
El Risorgimento movimiento ideológico cultural precursor de la unidad. Liberales, poetas románticos, políticos varios, católicos liberales románticos.
Proyectos de unificación
  • Una federación de monarquías presidida por el Papa: el de los moderados.
  • una república unitaria centralista: el de los radicales. Mazzini. La Joven Italia (1832).
En la revolución de 1848 fracasa la acción directa contra Austria (Italia farà da sé). Guerras revolucionarias contra Austria y contra los monarcas. Derrotas en Custozza (1848) y Novara (1849).
Desde 1849 Víctor Manuel II de Saboya, rey de Piamonte-Cerdeña, mantiene la constitución liberal implantada por Carlos Alberto de Saboya. Lleva a cabo una política liberal persecutoria de la Iglesia. Se convierte así en la esperanza de los nacionalistas radicales y propicia la fusión de los dos proyectos de unificación en el de una Italia unitaria liberal encabezada por los Saboya.
Desde 1855, Cavour es primer ministro de Víctor Manuel II y dirige la política unificadora (Camilo Benso, conde de Cavour). Había sido director de Il Risorgimento.
Preparación: Cavour fomenta el desarrollo económico, fortalece el ejército piamontés y, sobre todo, busca alianzas para eliminar a Austria de Italia, sabiendo por la experiencia de 1848 que por sí solos no podrán conseguirlo. Y encuentra el apoyo decisivo de Inglaterra, de Francia y de Prusia: el de Inglaterra, porque sus gobernantes desean que el papa pierda sus estados; el de Francia, porque Napoleón III cree, en un error fatal, que su nacionalismo lleva consigo apoyar el nacionalismo en Italia y en Alemania, y el de Prusia, donde la política de Bismarck coincide con la de Cavour, corregida y aumentada.
En esta preparación diplomática hace intervenir a Piamonte en la Guerra de Crimea para estar en alianza con Inglaterra y Francia y para estar presente en la paz de París de 1856 y presentar allí el "problema" de Italia.
Fases de la unificación de Italia:
1ª fase (1859): con la alianza de la Francia de Napoleón III, en 1859, guerra contra Austria. En la Guerra Austrofrancesa se produce la derrota de Austria por las tropas de Francia en las sangrientas batallas de Magenta y Solferino (1859). Austria pide la paz y Napoleón III accede rápidamente, obteniendo la Lombardía (Milán), que entrega a Piamonte, pero no el Véneto (Venecia) que sigue bajo el gobierno de Austria. Cavour y los italianísimos se lamentan desesperadamente de que se haya perdido la ocasión de eliminar a Austria. Se inicia así el victimismo que otros nacionalistas imitarán ("estamos peor que nunca"). La desesperación de los italianísimos y de Cavour aumenta al saber que se debe entregar Niza (patria de Garibaldi) y Saboya (solar de la dinastía) a Francia como pago de la alianza y de la obtención del Milanesado. La "propina", llaman a esto para injuriar a Napoleón III.
2ª fase (1860-61): con la alianza de Inglaterra y de Francia de nuevo, cuya apoyo hace que se les pase pronto el enfado anterior. Porque esta fase consiste en que el estallido de revoluciones internas en los otros pequeños Estados italianos (1861) va seguido de la intervención de tropas de Piamonte que envía Cavour con el pretexto de sofocar esos estallidos, que él había propiciado. Esas tropas, con la permisividad de Inglaterra y de Francia, van ocupando Parma, Módena, Toscana y todos los Estados Pontificios menos Roma y el Lacio que Napoleón III dice proteger. Y, con el pretexto de cotrarrestar la invasión acaudillada por Garibaldi, el tropas enviadas por Cavour se presentan en Nápoles, tras la mencionada invasión por su parte de los Estados Pontificios, y en Sicilia embarcadas en buques de las navieras genovesas propiedad de la gran burguesía que apoya a Cavour, y que pueden atravesar el Mar Tirreno impunemente por la permisividad de Inglaterra, dueña de los mares. El segundo acto de esta fase es la convocatoria de plebiscitos en los que bajo la ocupación de esas tropas de Piamonte se plantea la pregunta sí o no a la integración en Italia bajo el gobierno piamontés, seguida del falseamiento total y del anuncio de que el resultado ha sido completamente favorable.
Y en 1861como conclusión de esta operación se proclama el Reino de Italia con capital en Turín y con Víctor Manuel II como rey e integrando todas las regiones italianas menos Venecia y el Lacio con Roma.
En 1864, establecen su capital en Florencia.
3ª fase (1866-1871). Con la alianza de Prusia.
En la Guerra Austroprusiana de 1866 Austria es derrotada por Prusia en la batalla de Sadowa en dicho año y pide la paz, admitiendo la derrota y ateniéndose a ella, y cede Venecia que es otorgada a Italia.
En la Guerra Francoprusiana de 1870, Francia es derrotada por Prusia en la batalla de Sedán (1.09.1870) y tiene que sacar las tropas con las que protegía Roma de los italianísimos.
A continuación, las tropas del Reino de Italia invaden lo que quedaba de los Estados Pontificios, atacan Roma y la ocupan (20.09.1870).
En 1871, establecen la capital del reino de Italia en Roma.
El papa declara que todo ha sido una usurpación por la fuerza. En consecuencia la dinastía y el gobierno están excomulgados. La santa sede no reconoce al reino de Italia y mantiene la consigna a los católicos de que no participen en ese Estado. Situación que se prolonga hasta 1929 en que se firman los Pactos de Letrán por los que Italia reconoce que el papa es soberano de un Estado, cosa que reivindicaban los papas como garantía de su independencia para no quedar controlados por el gobierno italiano. La Santa Sede acepta que el territorio de ese Estado sea sólo el de la plaza de San Pedro y los edificios pontificios. Se crea así el Estado Vaticano como territorio de soberanía papal. Y la Santa Sede reconoce al Estado italiano y admite la absorción por él de Roma y los otros Estados Pontificios. También admite la expropiación de las propiedades de la Iglesia realizada por el Estado italiano y obtiene una cantidad anual para el sostenimiento eclesiástico que antes costeaba con sus propiedades aportadas por los fieles como limosna.
Tras la 1ª Guerra Mundial (1914-1918), en la que está en el bando de los vencedores, Italia obtiene en 1919 la ciudad de Trento con la comarca del Trentino o Tirol del Sur de habla alemana en muchas de sus aldeas por ser parte de Austria como el resto del Tirol. También obtiene la ciudad de Trieste con la península de Istria. Ésta última la pierde tras la 2ª Guerra Mundial en la que es contada entre los perdedores, al ser aniquilado en esa guerra el fascismo de Mussolini como el nazismo de Hitler.
Tras el proceso de unidad quedó en Italia después de 1871 el nacionalismo de los italianísimos. Su exacerbación desembocó en el fascismo de Mussolini. El fascismo es un nacionalismo exacerbado mezclado con elementos socialistas.
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La unificación de Alemania

En cuanto a Alemania, Napoleón al suprimir el Sacro Imperio Romano Germánico lo había reemplazado por la Confederación del Rhin. El Congreso de Viena (1814-1815) le cambió el nombre en 1815 por el de Confederación Germánica, integrada por 39 estados miembros, entre ellos Austria, que tiene categoría de Imperio; otros son reinos, como Prusia, Baviera, Sajonia y Hannover; otros son principados o ducados; y hay cuatro que son ciudades Estado. No tienen más lazos que la Dieta de la Confederación Germánica, con pocas competencias más que las relacionadas con las fronteras y la pertenencia o no de Estados a la Confederación; esta Dieta está presidida por Austria.

El Reino de Hannover está unido dinásticamente a la corona de Gran Bretaña, hasta que desemboca la dinastía en la sucesión femenina de la reina Victoria, que puede reinar en Inglaterra, pero no en Hannover y se bifurcan las dinastías y se deshace esa unión dinástica.
Antecedentes del proceso de unificación
La penetración del liberalismo durante la Revolución Francesa y la época napoleónica es muy débil escepto en sectores de la burguesía de la parte de Alemania cercana a Francia.Tiene escasísimo apoyo popular. Pero la siembra de nacionalismo que lo acompaña dentro de la moda del romanticismo se ve incrementada con las teorías filosóficas de Fichte contenidas en Los Discursos a la Nación Alemana, texto publicado en 1806. Aunque sólo influye entre los intelectuales, son planteamientos de enorme radicalidad que desembocarán junto con los de Nieztsche en el disparatado y criminal nazismo del siglo XX. Y por de pronto subyacen en el nacionalismo de este proceso de unificación del XIX.
Revoluciones de 1820 y de 1830. Estallidos liberales con débil apoyo popular contrarrestados por la intervención de Metternich.
El Zollverein Alemán cristaliza en 1834. Es una unión aduanera dirigida por Prusia, en cuyos dominios occidentales incipientemente industrializados se origina desde 1828, en la que los Estados que la van integrando acuerdan permitir el libre paso de productos eliminándose mutuamente los aranceles y otras barreras aduaneras. Y es que, aunque Alemania es todavía un país agrario, y su llegada a la industrialización no se produce hasta el final del segundo tercio del XIX, los inicios de este desarrollo, estaban incrementando la circulación comercial y ésta se veía entorpecida por tener que atravesar las numerosas fronteras existentes a causa de la división en tantos Estados.
El Zollverein es un antecedente económico de la unificación política, que será invocado por los creadores de la hoy llamada Unión Europea, para plantearla inicialmente como un Mercado Común para llegar en otras fases a la unificación económica y a la unión política.
En la Revolución de 1848, pese a su esaso apoyo popular, los revolucionarios intentan ya decididamente el objetivo de la unificación política de Alemania. Se reúnen desde el 18.05.1848 en el Parlamento de Frankfurt, donde se congregan los nacionalistas liberales de todos los Estados de la Confederación Germánica con el objetivo de la unificación de Alemania. Los moderados propugnan la Gran Alemania (la Reformverein) que es unir todos los Estados alemanes incluyendo Austria; frente a lo que propugnan los más revolucionarios que es la Nationalverein o Pequeña Alemania, que excluye a Austria para que no haya una mayoría católica en la Alemania unida.
Al fracasar la revolución de 1848, fracasa también el objetivo nacionalista de la unificación de Alemania realizada por los propios revolucionarios. Fracasa también su intento de que se realizase por medio del rey de Prusia, al rechazar Federico Guillermo IV la corona imperial de Alemania que le ofrecía el Parlamento de Frankfurt, para conseguir su objetivo de la unificación. Pero Federico Guillermo IV no quiere ser emperador de manos de los revolucionarios. Fracasa incluso la Alemania de los Príncipes, una Unión restringida encabezada por los monarcas de los estados en torno a Prusia, que se fue fraguando hasta abril de 1850, cuando Austria lanza en noviembre de 1850 un ultimátum a Prusia para que renuncie a ese objetivo y Prusia accede: es lo que se llama "la reculada de Olmütz".









BIOGRAFÍAS

Príncipe Klemens de Metternich

(Klemens, Clemens o Clemente, príncipe de Metternich; Coblenza, Alemania, 1773 - Viena, 1859) Político y diplomático austriaco, artífice del equilibrio europeo de 1815. Nacido en una familia nobiliaria de Renania, estudió en Estrasburgo y Maguncia. Su cosmopolitismo aristocrático y su mentalidad reaccionaria le llevaron a ponerse al servicio de los Habsburgo cuando la expansión de la Francia revolucionaria amenazó directamente los intereses materiales de su familia en Alemania occidental. Desde 1794 desempeñó misiones diplomáticas en las que demostró una gran astucia y habilidad (en Gran Bretaña, Sajonia, Prusia y Francia). Las sucesivas derrotas de Austria frente a la Francia napoleónica le llevaron hasta el poder como ministro de Asuntos Exteriores en 1809.

Klemens de Metternich
Desde entonces puso en marcha su concepción conservadora del equilibrio europeo, destinada a impedir la aparición de una potencia hegemónica mediante el reparto del continente en esferas de influencia entre las grandes potencias del momento. No aspiraba, por tanto, al aplastamiento de Francia en represalia por sus pretensiones hegemónicas, sino a contenerla en las fronteras de 1792 y contrapesarla con el reforzamiento de las restantes monarquías europeas.
Sin embargo, dado el poderío militar demostrado por Francia, aceptó llegar a un entendimiento con ella, simbolizado por el matrimonio entre Napoleón y la hija del emperador austriaco Francisco I, María Luisa (1810); e incluso aprobó la colaboración de Austria con Francia en la campaña contra Rusia (1812).
Por entonces negociaba también en secreto con el zar, buscando mediante un manejo sutil de la diplomacia el momento oportuno para afirmar al Imperio Austriaco frente a la triple amenaza que representaban para sus intereses las ambiciones de Francia, de Prusia y de Rusia; de hecho, hizo que Austria permaneciera al margen de la coalición antifrancesa de 1813, pretendiendo actuar como mediador entre los dos bandos y ofreciendo un compromiso que dejara a la emperatriz María Luisa como regente de Francia.
Fue la intransigencia de Napoleón -que desconfiaba con razón de las intenciones de Metternich- la que le decidió a comprometer a Austria en la gran alianza final que derrotó a Francia en 1814 y que restauró en el Trono a los Borbones. Fue en ese momento (1813) cuando el emperador le hizo príncipe (hasta entonces era sólo conde de Metternich).
Desbaratadas las aspiraciones de hegemonía continental de Francia, Metternich se consagró a la obra diplomática de su vida, presidir el Congreso de Viena (1815), que reordenó el mapa de Europa sobre los principios de legitimidad dinástica y equilibrio internacional. Para lo primero contó sobre todo con el apoyo del tradicionalismo de Prusia y Rusia; para contener las veleidades de ambas y lograr un verdadero equilibrio, se apoyó en Gran Bretaña (representada por Castlereagh), interesada en anular a todas las potencias continentales mediante la mutua contraposición de sus fuerzas.
Ese sentido tuvo la situación en las fronteras de Francia de una cadena de Estados-tapón reforzados, como el nuevo Reino de los Países Bajos, el de Piamonte-Cerdeña y una Prusia ampliada territorialmente hacia el oeste. Metternich se negó a la reconstrucción del Sacro Imperio Romano Germánico, sustituyéndolo en Europa Central por una débil Confederación Germánica controlada por Austria. A Italia la convirtió de hecho en un protectorado de Austria, la cual se anexionó la Lombardía y el Véneto y ejerció una influencia decisiva sobre la política del resto de la península.
En los años siguientes, ese orden se vería amenazado por estallidos revolucionarios de inspiración liberal o nacionalista, que sacudieron a Europa en 1820, 1830 y 1848. Metternich se esforzó por reprimir ambos tipos de movimientos, ajenos a su mentalidad de Antiguo Régimen, razón por la que empezó a ser visto como guardián del viejo orden absolutista, incapaz de asimilar los cambios que traía el mundo moderno.
Empleó con habilidad la Santa Alianza ideada por el zar Alejandro I, que le sirvió para actuar contra las revoluciones de Nápoles, España y Piamonte. Pero su sistema empezó a debilitarse con la independencia de Grecia (1827) y de Bélgica (1830), así como el destronamiento de los Borbones en Francia (1830). Nunca consiguió que el emperador -ni Francisco I, ni su sucesor desde 1835, Fernando I- le concediera una influencia decisiva en los asuntos políticos internos, por lo que no encontraron eco sus aspiraciones de dotar a Austria de una constitución federal con estructuras propias de un Estado moderno.
El estallido de la Revolución de 1848 en Italia, en Alemania y dentro del propio Imperio Austriaco, puso en entredicho todo el orden inspirado por Metternich. Él mismo cayó del poder y hubo de exiliarse, al tiempo que Fernando I se veía obligado a abdicar. Regresó a Austria en 1851, pero el nuevo emperador, Francisco José I, no le llamó a participar en el gobierno, mientras la ascensión del poder de Prusia en Alemania y del Segundo Imperio en Francia anunciaban el fin definitivo del equilibrio diseñado en 1815.

Carlos X

(Versalles, 1757 - Gorizia, Venecia, 1836) Rey de Francia, último de la Casa de Borbón (1824-1830). Hermano menor de Luis XVI y de Luis XVIII, sucedió a este último en 1824; hasta entonces se le conocía como conde de Artois.

Carlos X de Francia
Durante la época de la Revolución francesa y el Imperio napoleónico (1789-1814) había permanecido en el exilio, desde donde intrigó continuamente en busca de apoyos para la causa monárquica. Con la restauración de la monarquía borbónica, regresó a Francia, manteniendose apartado de la política bajo el reinado de Luis XVIII (1814-24).
No obstante, a su alrededor se agruparon los ultras, partidarios de restablecer el absolutismo del Antiguo Régimen como si la Revolución no hubiera existido. Luego, su reinado (1824-1830) estuvo marcado por esa tendencia reaccionaria, ejecutada por sus ministros Villèle y Polignac.
La impopularidad que alcanzó tal política inmovilista y atávica provocó una nueva revolución de carácter liberal en julio de 1830, que le arrebató el Trono en favor de Luis Felipe de Orléans e instauró una monarquía de tipo constitucional. De nada sirvió un último intento de Carlos de salvar a la dinastía abdicando en su nieto, el futuro conde de Chambord; hubo de partir al exilio, de donde nunca regresaría.

Luis Felipe de Orleans

(París, 1773 - Inglaterra, 1850) Rey de Francia. Hijo del duque Luis Felipe II de Orleans (llamado Felipe Igualdad), y de Luisa María Adelaida de Borbón Penthievre, manifestó en su juventud gran entusiasmo por los ideales de la Revolución Francesa, y perteneció al club de los jacobinos hasta fines del año 1791, en que fue destinado a mandar un regimiento. Participó en la campañas militares contra los austriacos y prusianos de 1792, hallándose en Valmy, en Jemmapes y demás hechos notables.

Luis Felipe de Orleans
Un año después, sin embargo, se pasó a los austriacos con junto con el general Dumouriez, y anduvo errante por Europa y América hasta la Restauración. Se casó en 1809 con María Amelia, hija del rey Fernando de las Dos Sicilias. Volvió en 1815 a París, donde Luis XVIII le recibió con agrado y le puso de nuevo en posesión de sus bienes. Asistió en Reims a la consagración de Carlos X, quien le concedió después el título de Alteza real, y una indemnización de 16.000.000 de francos por las pérdidas sufridas durante la emigración. No obstante, se unió después a Talleyrand, y adelantó los fondos para la fundación de El Nacional, periódico que contribuyó al destronamiento de Carlos X.
Cuando estalló la revolución de 1830, estuvo oculto hasta la noche del 30 de julio, y entonces se presentó de repente en París, donde sus amigos lograron desnaturalizar aquel movimiento y hacerlo proclamar rey. Todas las potencias de Europa se apresuraron a reconocerle, gozosas por no ver de nuevo establecida la República en Francia. Sólo el gobierno de Fernando VII de España lo rehusó.
Luis Felipe de Orleans facilitó entonces recursos a Francisco Javier Mina y a otros emigrados españoles para hacer una tentativa liberal en la Península; pero los abandonó tan pronto como fue reconocido por Fernando VII. Casó a su hijo Montpensier con la segunda hija de Fernando VII, lo que convirtió con el tiempo a Montpensier en candidato al trono de España.
Durante su gobierno, su política fue antiliberal y reaccionaria, desmintiendo así sus primitivas tendencias del antiguo jacobino, e incluso de los primeros días de su reinado, en los que se presentaba en la calle solo, con su paraguas debajo del brazo, dando la mano a cuantos le saludaban, y cantando la Marsellesa en el balcón de su palacio.
Favoreció a los carlistas españoles en la guerra civil de 1833 a 1840, y, enseguida, el sistema opresivo que dominó en España después de 1843. Tuvo que vencer muchas insurrecciones en Francia, y estuvo expuesto a muchas tentativas de asesinato hasta que, por último, la revolución de 1848, que empezó en nombre de la reforma electoral y acabó por la proclamación de la república, le arrojó del trono. Entonces se trasladó a Inglaterra, y allí acabó sus días al año siguiente, a los 75 años de edad.

Napoleón III

(Carlos Luis Napoleón Bonaparte; París, 1808 - Chislehurst, Kent, Inglaterra, 1873) Presidente de la República y emperador de Francia. Era sobrino del primer Napoleón y quizá hijo natural suyo. En su juventud tuvo una trayectoria como conspirador liberal, participando en los movimientos revolucionarios italianos de 1831; y desde que, en 1832, heredó la «jefatura» de la dinastía Bonaparte por la muerte del duque de Reichstadt, se dedicó a intentar la conquista del poder protagonizando sendos intentos frustrados de derrocar a Luis Felipe de Orléans, uno en Estrasburgo en 1836 y otro en Boulogne en 1840.

Napoleón III
Este último fracaso le costó la condena a cadena perpetua en el castillo de Ham, pero consiguió evadirse en 1846 y halló refugio en Inglaterra. De aquella época le quedó una mala salud que le acompañaría durante el resto de su vida (reumatismo y problemas renales), una aureola romántica de aventurero y luchador por las libertades, y un círculo de amigos incondicionales en los que se apoyaría durante su carrera política.
La Revolución de 1848, que instauró en Francia la Segunda República, le permitió regresar al país y participar en la política activa. El restablecimiento del sufragio universal en un país predominantemente campesino le proporcionó un éxito electoral inmediato, beneficiándose de la memoria de su tío y de la asociación del nombre Bonaparte con una época de orden en libertad y de hegemonía continental de Francia.
Fue así como se convirtió en primer -y único- presidente de la Segunda República en 1848, con un mensaje político ambiguo que proponía la síntesis entre los principios de la Revolución Francesa de 1789 y los deseos de orden y paz social que albergaba la Francia más conservadora: en su mensaje y en su acción de gobierno se mezclarían siempre el autoritarismo contra el «peligro» de la revolución social y un reformismo liberal de tendencia democrática (contrario al predominio de los notables tradicionales) e incluso socialista (bajo la influencia de los discípulos de Henri de Saint-Simon).
Como presidente de la República, Luis Napoleón siguió la corriente conservadora mayoritaria en la Asamblea: se ganó el apoyo de los católicos al dejar la enseñanza privada en manos de la Iglesia (Ley Falloux, 1849) e intervenir militarmente para reponer el poder del papa contra la República Romana (1849); al mismo tiempo, salvaguardó su imagen presentándose como víctima impotente de las medidas más impopulares de la Asamblea. Y, sobre todo, se esforzó por acrecentar su poder personal, recortando el sufragio universal y las libertades.
En 1851 protagonizó un golpe de Estado destinado a perpetuarse en la presidencia en contra de las prescripciones constitucionales, golpe que sancionó después con un plebiscito que ganó abrumadoramente. Había comenzado su estilo de gobierno, consistente en una mezcla de autoritarismo personal y apelación directa al pueblo, eliminando la intermediación de los partidos y del Parlamento. En 1852 completó la configuración de su dictadura promulgando una carta otorgada de corte cesarista, inspirada en la Constitución del año VIII (1799), y restableciendo en su persona la dignidad imperial hereditaria; el que había sido príncipe presidente pasaba a llamarse entonces Napoleón III, emperador de los franceses.
El carácter dictatorial y el origen violento de aquel Segundo Imperio le obligó a buscar una legitimación suplementaria por la vía de las realizaciones: lanzó una política exterior encaminada a desmontar el orden europeo establecido por el Congreso de Viena (1815) y restablecer el papel de Francia como gran potencia mundial, política nacionalista y expansiva que le atrajo la simpatía de las masas populares urbanas (ya que se presentó como intervención en favor de nobles causas liberales y nacionalistas, como la de la unificación italiana luchando a favor del Piamonte contra Austria, en 1859) y que tenía la ventaja adicional de mantener a los militares absorbidos en aventuras exteriores.
En el interior, compensó el recorte de las libertades individuales con una política de reformas sociales dirigida a desmovilizar el potencial revolucionario del movimiento obrero (legalizando la huelga e impulsando la organización sindical obrera desde 1864); y se esforzó por potenciar el desarrollo económico apoyando a la gran industria, facilitando las grandes concentraciones financieras (como la de la banca Péreire), extendiendo la red de ferrocarriles, remodelando las ciudades (fundamentalmente París, reformada bajo la dirección de Haussmann), exportando capitales (por ejemplo, con la construcción del canal de Suez, obra de Lesseps), ampliando los mercados con la expansión colonial (Senegal, Argelia, Nueva Caledonia, Siria, Egipto, Indochina.) y suscribiendo un audaz tratado de libre comercio con Gran Bretaña (el Tratado Cobden-Chevalier de 1860). Con todo ello, hizo del Segundo Imperio (1852-70) una fase muy significativa en el proceso de industrialización de Francia.
La dureza de los siete primeros años de «Imperio autoritario» (1852-59) dejó pasó a un cambio de tendencia más progresista desde la intervención militar en Italia de 1859 (que llevó al régimen a romper con la opinión católica y conservadora, al apoyar la unificación italiana a costa del poder temporal del Papado) y del Tratado comercial de 1860 (que inauguraba una política económica más liberal, enemistando al régimen con parte de la clase empresarial francesa). Pero este giro no modificó sustancialmente las instituciones políticas, que siguieron marcadas por el autoritarismo hasta que, en 1869-70, el régimen inició una evolución hacia el parlamentarismo, en un experimento de «Imperio liberal» que no llegó a cuajar por la inmediata caída del Imperio.
Ésta vino provocada por las aventuras exteriores: las primeras se habían visto coronadas por el éxito, por ejemplo, la intervención contra Rusia en la Guerra de Crimea de 1854-55, que llevó al régimen a su momento de máxima gloria con la reunión del Congreso de paz en París, simultáneamente a la Exposición Universal de 1855 (que proyectó al mundo la imagen de una Francia moderna y pujante) y al nacimiento de un príncipe heredero del matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo (lo que parecía asegurar la sucesión monárquica).
Aquel éxito, completado con el de la guerra de unificación italiana, llevó al emperador a confiar excesivamente en su propio sueño de poderío universal, animándole a un intento de intervención diplomática en la Guerra de Secesión americana (1861-65), a un proyecto de hegemonía francesa sobre América Latina que comenzaría por la instauración en México del régimen imperial de Maximiliano I (1864-67) y a la pretensión de obtener compensaciones territoriales en Alemania por la «benévola» neutralidad de Francia en la Guerra Austro-Prusiana (1866); todos esos intentos se saldaron con otros tantos fracasos, que prepararon el descalabro final: dejándose arrastrar por un incidente diplomático sin importancia (el telegrama de Ems, a propósito de la candidatura de un príncipe Hohenzollern al vacante Trono de España), Napoleón III aceptó ir a la guerra contra Prusia en 1870, confiando en su capacidad para frenar la potencia ascendente de la Prusia de Bismarck y el peligro de que condujera a formar un Estado alemán fuerte y unido.
La derrota en la Guerra Franco-Prusiana (1870) fue completa, cayendo incluso el emperador prisionero del ejército prusiano en la batalla de Sedán. Ello provocó el hundimiento del Segundo Imperio frente a las fuerzas republicanas, al tiempo que estallaba en París la Revolución de la Comuna y que Bismarck completaba la unificación del Imperio Alemán (declarada en Versalles en 1871) y arrebataba a Francia las provincias de Alsacia y Lorena.
Una vez puesto en libertad, el ex emperador se refugió en Inglaterra, desde donde siguió proclamando las virtudes del bonapartismo y reclamando sus derechos al Trono, pues nunca abdicó. El controvertido y ambiguo dictador moría tres años después, dejando a la posteridad un modelo de populismo autoritario y modernizador, que sin duda ha inspirado a políticos como el general De Gaulle.

Otto von Bismarck

Político prusiano, artífice de la unidad alemana (Schoenhausen, Magdeburgo, 1815 - Friedrichsruh, 1898). Procedente de una familia noble prusiana, Bismarck vivió una juventud indisciplinada, autodidacta y llena de dudas religiosas y políticas.

Otto von Bismarck
A partir de su matrimonio, sin embargo, cambió radicalmente de vida, iniciando una carrera política marcada por el más severo conservadurismo. Efectivamente, como diputado del Parlamento prusiano desde 1847, destacó como adversario de las ideas liberales que por entonces avanzaban en toda Europa; la experiencia revolucionaria de 1848-51 le radicalizó en sus posturas reaccionarias, convirtiéndole para siempre en paradigma del autoritarismo y del militarismo prusiano. En los años siguientes ocupó puestos diplomáticos en Frankfurt, San Petersburgo y París, conociendo de primera mano los asuntos internacionales.
De esa época data la maduración de su ideario político nacionalista, a medio camino entre el constitucionalismo y las tradiciones germánicas; y su convicción de que el proyecto de unificación que albergaba para Alemania no debía basarse en la apelación a las masas, sino en el empleo inteligente de la diplomacia y de la fuerza militar. Tales ideas le convirtieron en modelo del político realista apartado de todo idealismo, sensibilidad o prejuicios morales.
Desde que el rey Guillermo I le nombró canciller (primer ministro) en 1862, puso en marcha su plan para imponer la hegemonía de Prusia sobre el conjunto de Alemania, como paso previo para una eventual unificación nacional. Empezó por reorganizar y reforzar el ejército prusiano, al que lanzaría a continuación a tres enfrentamientos bélicos, probablemente premeditados, en todos los cuales resultó vencedor: la Guerra de los Ducados (1864), una acción concertada con Austria para arrebatar a Dinamarca los territorios de habla alemana de Schleswig y Holstein; la Guerra Austro-Prusiana (1866), un artificioso conflicto provocado a raíz de los problemas de la administración conjunta de los ducados daneses y dirigida, en realidad, a eliminar la influencia de Austria sobre los asuntos alemanes; y la Guerra Franco-Prusiana (1870), provocada por un malentendido diplomático con la Francia de Napoleón III a propósito de la sucesión al vacante Trono de España, pero encaminada de hecho a anular a Francia en la política europea, a fin de que dejara de alentar el particularismo de los Estados alemanes del sur.
En cada una de aquellas guerras Prusia acrecentó su poderío y extendió su territorio: en 1867 ya fue capaz de unir a la mayor parte de los Estados independientes que subsistían en Alemania, formando la Confederación de la Alemania del Norte; en 1871, además de anexionarse las regiones francesas de Alsacia y Lorena, impuso la creación de un único Imperio Alemán bajo la corona de Guillermo I, del que sólo quedó excluida Austria.
La política interior de Bismarck se apoyó en un régimen de poder autoritario, a pesar de la apariencia constitucional y del sufragio universal destinado a neutralizar a las clases medias (Constitución federal de 1871). Inicialmente gobernó en coalición con los liberales, centrándose en contrarrestar la influencia de la Iglesia católica (Kulturkampf) y en favorecer los intereses de los grandes terratenientes mediante una política económica librecambista; en 1879 rompió con los liberales y se alió al partido católico (Zentrum), adoptando posturas proteccionistas que favorecieran el desarrollo de la revolución industrial. En esa segunda época centró sus esfuerzos en frenar el movimiento obrero alemán, al que ilegalizó aprobando las Leyes Antisocialistas, al tiempo que intentaba atraerse a los trabajadores con la legislación social más avanzada del momento.
En política exterior, se mostró prudente para consolidar la unidad alemana recién conquistada: por un lado, forjó un entramado de alianzas diplomáticas (con Austria, Rusia e Italia) destinado a aislar a Francia en previsión de su posible revancha; por otro, mantuvo a Alemania apartada de la vorágine imperialista que por entonces arrastraba al resto de las potencias europeas. Fue precisamente esta precaución frente a la carrera colonial la que le enfrentó con el nuevo emperador, Guillermo II (1888), partidario de prolongar la ascensión de Alemania con la adquisición de un imperio ultramarino, asunto que provocó la caída de Bismarck en 1890.

Guillermo I de Prusia

(Berlín, 1797 - id., 1888) Rey de Prusia (1861-1888) y emperador de Alemania (1871-1888). Segundo hijo de Federico Guillermo III de Prusia y de la reina Luisa, recibió formación militar desde su niñez. La ocupación francesa de su patria en 1806 le causó verdadera conmoción, de modo que al estallar la rebelión en Prusia Oriental seis años más tarde no dudó en participar en ella a pesar de su juventud.

Guillermo I de Alemania
En 1813, cuando su padre declaró la guerra a Francia, intervino en ella y colaboró en la reconstrucción de Prusia. Durante el reinado de su hermano Federico Guillermo IV actuó con dureza para sofocar la insurrección republicana de Baden de 1849, y al año siguiente mostró su disgusto ante la indecisión del monarca a la hora de unificar Alemania excluyendo a Austria, lo cual permitió que este país obligara a Prusia a la retirada de Olmütz.
La locura de su hermano en 1858 le dio la regencia y allanó el camino para su coronación en 1861. Partidario de una monarquía fuerte, emprendió inmediatamente una profunda reorganización del ejército con el objetivo de hacer realidad la realpolitik, el proyecto de unidad alemana. El Landtag, el parlamento bicameral, no aprobó las partidas presupuestarias necesarias para su financiación, pero Bismarck, su nuevo canciller, hizo caso omiso tanto del voto parlamentario como de las protestas de la oposición y llevó adelante los planes.
Después de la guerra de los Ducados (1864-1865), autorizó, no sin reparos, la guerra contra Austria, que fue derrotada en Sadowa. Tras la victoria militar, se anexionó los estados de Schleswig, Holstein, Hannover, Hesse electoral, Hesse-Nassau y Frankfurt, logró el apoyo de otros en el seno de la Confederación Alemana del Norte y firmó alianzas militares con los estados del sur.
Aun así, el rey no se mostró favorable a la idea de su primer ministro de provocar la guerra con Francia y consintió en retirar la candidatura al trono español de Leopoldo de Hohenzollern, propuesta que constituía el principal punto de tensión. Sin embargo, Bismarck, decidido a no cejar en sus propósitos, modificó los términos del telegrama real, ardid que ocasionó el estallido del conflicto franco-prusiano en 1870. Después de una fulgurante campaña, las tropas prusianas vencieron a las francesas en la decisiva batalla de Sedán y ocuparon París.
Eliminados los obstáculos externos, se consumó la unidad de Alemania bajo la hegemonía de Prusia y Guillermo I fue coronado emperador en Versalles el 18 de enero de 1871. Nació de este modo una gran potencia económica, en cuyo interior el monarca debió afrontar los avances del socialismo y la creciente radicalización de las masas obreras.
Apoyó a su canciller en la sanción de leyes sociales proteccionistas que tendían a debilitar la influencia de los socialistas, contra quienes se dictaron duras medidas represivas que no impidieron su crecimiento entre el electorado. Pronto también se vio enfrentado a la Iglesia Católica, a raíz de las leyes laicas y el kulturkampf que impulsaba Bismarck, hasta que logró de éste actitudes más moderadas.
En política exterior, advirtió el peligro que suponía el establecimiento de alianzas militares que consolidaban la paz armada en el continente y hacían de éste un verdadero polvorín. Sin embargo, la dinámica expansionista en la que había entrado Alemania de la mano de Bismarck le indujo a firmar, en 1872, la alianza de los tres emperadores, que al deshacerse siete años más tarde, cuando los intereses germanos y austríacos chocaron con los rusos en los Balcanes, fue sustituida por la Dúplice alianza Austroalemana, coalición a la que también se sumó Italia en 1882.

Giuseppe Mazzini

Revolucionario del Risorgimento italiano (Génova, 1805 - Pisa, 1872). Tras estudiar Derecho brevemente, se consagró a la lucha contra el orden establecido por el Congreso de Viena (1815). Su lucha tenía dos objetivos: era una lucha nacionalista por la unidad de Italia y la eliminación de la influencia extranjera en la península; y también una lucha liberal y republicana contra el absolutismo monárquico de la Restauración.

Giuseppe Mazzini
En 1828 ingresó con tales fines en la sociedad secreta de los Carbonarios, que habían protagonizado la fracasada insurrección de 1821; fue descubierto y encarcelado en 1830. Pero se convenció de la ineficacia de sus conspiraciones esporádicas y decidió fundar una organización de masas de alcance nacional: con él realizaría una intensa labor de propaganda entre las generaciones jóvenes, de cuyo patriotismo esperaba el «resurgimiento» de Italia sin contar con la ayuda de potencias extranjeras (de ahí el lema L'Italia farà da sè, con el que fundó la Joven Italia en 1831).
Desbaratado por la policía piamontesa un intento de insurrección que organizó en 1832, Mazzini fue condenado a muerte y hubo de huir de Italia, estableciendo su base en Marsella y, desde 1837, en Londres. En esa época entró en contacto con revolucionarios exiliados de otros países y en 1834 fundó con ellos en Berna la Joven Europa, otra sociedad secreta que aspiraba a completar la emancipación nacional con un gran movimiento revolucionario para unir a toda Europa bajo una confederación republicana.
Al estallar las revoluciones de 1848, se trasladó a Milán, donde luchó por la liberación contra los austriacos. Luego colaboró en el movimiento insurreccional lanzado por sus partidarios de Roma contra el papa y fue uno de los triunviros que gobernaron la consiguiente República Romana de 1849.
La acción combinada de los ejércitos austriacos, franceses, napolitanos y españoles puso fin al experimento romano en aquel mismo año; y, poco a poco, la represión se fue imponiendo en toda Italia, haciendo que muchos nacionalistas y liberales quedaran desengañados sobre las posibilidades de la vía radical mazziniana.
En los años siguientes, los partidarios de la unificación italiana bajo un régimen liberal confiaron más en la opción moderada que representaban el rey Víctor Manuel II del Piamonte y su ministro Cavour, que serían quienes finalmente lograrían la unificación del Reino de Italia hacia 1860.
Mazzini no renunció a sus ideales republicanos y quedó limitado al liderazgo de reducidos círculos de la oposición y a ser un símbolo de rigor moral, austeridad personal y coherencia ideológica, como precursor de la democracia. Los electores de Mesina le eligieron diputado varias veces, viendo tal resultado anulado por las autoridades monárquicas. Desde el exilio impulsó a sus seguidores a participar en múltiples complots fallidos, así como en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores. En 1869 regresó a Italia de incógnito para morir en su país.

Conde de Cavour

(Camilo Benso) Político piamontés, artífice de la unificación italiana (Turín, 1810-1861). Su familia, siguiendo la costumbre aristocrática, le destinó a la carrera militar (al Cuerpo de Ingenieros), pero él abandonó el ejército en 1831 por sus ideas liberales. Desde entonces se dedicó a administrar las fincas familiares, destacando como un empresario agrícola moderno y eficiente. Sus viajes por el extranjero y su ascendencia ginebrina le hicieron un admirador de la cultura francesa y del modelo político británico. El aperturismo del reinado de Carlos Alberto le permitió expresar públicamente sus ideas.
En 1847 fundó en Turín la revista Il Risorgimento, cuyo título acabaría por dar nombre al movimiento por la unificación y a toda una época de la historia de Italia. Dicha revista expresaba un ideal de liberalismo nacionalista muy moderado, atractivo para las clases medias conservadoras: hablaba de unificar Italia y emanciparla de la dominación austriaca, así como de introducir una Constitución con división de poderes, elecciones y gobierno responsable ante el Parlamento; pero todo ello sin apelar a la violencia revolucionaria y distanciándose netamente del radicalismo representado por Mazzini.
En 1850 fue nombrado ministro de Agricultura y Comercio, con tal éxito que pronto eliminó de la lucha política a todos sus colegas y fue nombrado primer ministro (1852). La obra de gobierno de Cavour se centró en promover la unificación de Italia bajo el liderazgo de Víctor Manuel II del Piamonte, implantando en toda la península un régimen liberal moderado; y en reconocer que, a la vista de lo ocurrido en 1848-49, los italianos no podían liberarse de la dominación austriaca sin ayuda exterior.
Para conseguirlo maniobró hábilmente tanto en la política interior como en la diplomacia internacional. Comenzó por recabar el apoyo de todas las corrientes liberales y nacionalistas, incluidas las más radicales, defraudadas por el fracaso de las pasadas intentonas revolucionarias: incluso Mazzini y Garibaldi le dieron un voto de confianza a este aristócrata conservador.
Luego hizo saltar la «cuestión italiana» a la escena internacional al involucrar al Piamonte en la lejana Guerra de Crimea (1854) en la que Francia e Inglaterra defendían al Imperio Otomano contra el expansionismo ruso; con ello alineó a su país con las potencias occidentales y, al mismo tiempo, se sentó junto a los vencedores en la conferencia de paz de París (1856), donde hizo valer que la mera amenaza de su ataque en el norte de Italia había inmovilizado a Austria, haciéndole desistir de intervenir en los Balcanes.
Atrajo al emperador francés Napoleón III hacia la causa de la unificación italiana, presentándola como la justa causa de un país pequeño que luchaba por su libertad contra el despotismo germánico y reaccionario de Austria, causa que podía acrecentar la popularidad del emperador entre las inquietas masas urbanas de Francia; y, en una entrevista secreta que mantuvieron en el balneario alsaciano de Plombières (1858), Cavour trazó con él el plan que luego seguirían para realizar la unificación.
El plan empezó con una provocación, al embarcarse Cavour en una política de rearme y rechazar el ultimátum que le lanzó Austria; ésta cayó en la trampa atacando al Piamonte, momento en que el ejército francés acudió en su ayuda. Las fuerzas conjuntas franco-piamontesas derrotaron a los austriacos en Magenta y Solferino, como estaba previsto; pero ahí Napoleón III detuvo el avance, incumpliendo el resto del plan: por el armisticio de Villafranca (1859) pasaba al Piamonte la Lombardía, pero no el Véneto, que seguía en manos austriacas. En cambio, el Piamonte sí tuvo que entregar a Francia los territorios de Niza y Saboya, que había prometido en pago por la ayuda recibida. En protesta por esta «traición», que el rey piamontés hubo de aceptar, Cavour dimitió temporalmente de su puesto, al que fue llamado de nuevo enseguida (1860).
La victoria sobre los austriacos desencadenó en toda Italia una oleada de entusiasmo nacionalista: en Toscana, Parma y Módena se celebraron plebiscitos que decidieron la anexión de estos tres estados al Piamonte, e incluso ocurrió lo mismo en la Romaña, territorio perteneciente a los Estados Pontificios. Cavour utilizó el entusiasmo nacionalista de Garibaldi para completar la tarea: le puso al frente de una expedición que, desembarcando en Sicilia, movilizó a los revolucionarios del sur de Italia hasta arrebatar a los Borbones todo el Reino de Nápoles, que Garibaldi entregó disciplinadamente al Piamonte.
Argumentando el peligro que para el papa podía suponer el avance de los garibaldinos sobre Roma -que habría acabado definitivamente con la alianza francesa-, Cavour lanzó a sus tropas a conquistar la Italia central, completando la unificación con las Marcas y Umbría, en donde también se celebraron plebiscitos. Cavour proclamó a Víctor Manuel rey de Italia, extendiendo al Estado recién unificado las viejas instituciones políticas del Piamonte (1861).
Tres meses después moría Cavour, dejando creado el Estado italiano, pero cargado de graves problemas que no pudo contribuir a resolver: el enfrentamiento con la Iglesia católica (por la «cuestión romana»), la pervivencia de territorios de lengua italiana en manos extranjeras («territorios irredentos») y un desequilibrio flagrante entre el norte y el sur del país.

Víctor Manuel II

Último rey de Cerdeña-Piamonte y primer rey de Italia (Turín, 1820 - Roma, 1878). Accedió al Trono sardo-piamontés en 1849, al abdicar su padre Carlos Alberto tras fracasar en el intento de eliminar la influencia austriaca en Italia y abrir el camino para la unificación peninsular.
A pesar de la derrota de su padre por los austriacos en la batalla de Novara (1849), Víctor Manuel mantuvo la monarquía constitucional diseñada en el Estatuto Real de 1848, que se convirtió -a pesar de su moderación- en el régimen más liberal que quedó en Italia después de la represión de los movimientos revolucionarios por el ejército austriaco que mandaba Radetzky. Respetó escrupulosamente el marco constitucional y llamó a gobernar a personajes caracterizados por sus ideas liberales y nacionalistas, si bien en una versión tan moderada como la de Cavour, que fue su primer ministro desde 1852.
La paciente labor diplomática de éste creó las condiciones para que el emperador francés Napoleón III se comprometiera a apoyar al Piamonte en una guerra contra Austria, que efectivamente tuvo lugar en 1859. Derrotados los austriacos por las fuerzas franco-piamontesas en las batallas de Magenta y Solferino, Napoleón III detuvo la guerra antes de obtener su objetivo último, que era expulsar a los austriacos de Italia, por el temor a una intervención prusiana. Piamonte obtuvo la anexión de Lombardía (Tratado de Zúrich, 1859), pero el Véneto siguió en manos austriacas e Italia permanecía dividida.
Víctor Manuel se vio obligado a aceptar esta situación, que conllevó la cesión a Francia de Niza y Saboya -por los servicios prestados- y la dimisión de Cavour (1860). Sin embargo, la guerra había hecho estallar por toda Italia revueltas de inspiración liberal y nacionalista que, al grito de Italia y Víctor Manuel, luchaban por la unificación del país. En varios Estados italianos, como Parma, Módena y Toscana, se celebraron plebiscitos que determinaron la anexión al Reino de Cerdeña-Piamonte; y lo mismo ocurrió en Bolonia, que quedó así escindida de los Estados Pontificios e incorporada igualmente al reino de Víctor Manuel (1860).
Al mismo tiempo, una expedición revolucionaria encabezada por Garibaldi había partido del Piamonte, y tras desembarcar en Sicilia, derrotó a las tropas de los Borbones y amenazó Nápoles. Con el pretexto de impedir que los garibaldinos atacaran al papa, Víctor Manuel envió un ejército piamontés que fue el que realmente derrotó a las tropas papales (batalla de Castelfidardo, 1860) y determinó la anexión al Piamonte -previo referéndum- de las Marcas y Umbría, regiones pertenecientes hasta entonces a los Estados Pontificios.
Luego siguieron avanzando hacia el sur para frenar a Garibaldi; pero este revolucionario radical renunció a toda aspiración política sobre los territorios que controlaba en el sur de Italia, y tras una entrevista con Víctor Manuel, le entregó Sicilia y Nápoles y le proclamó rey de Italia. Después completaron juntos la rendición del Reino de Nápoles y un primer Parlamento italiano reunido en Turín proclamó oficialmente a Víctor Manuel II rey de Italia, extendiendo el régimen del Estatuto.
Venecia siguió en poder del Imperio Austro-Húngaro hasta 1866, cuando Víctor Manuel pudo aprovechar la guerra entre Prusia y Austria para aliarse con la primera y arrebatar Venecia a la segunda (Paz de Viena). Quedaba Roma en poder de los papas y protegida por una guarnición francesa, pero reclamada por el gobierno de Italia como capital de su Estado; nuevamente fue una guerra exterior la que permitió conquistarla, en este caso la Guerra Franco-Prusiana, que hundió al Segundo Imperio Francés y dejó desprotegido al papa, facilitando la conquista de la ciudad por los italianos en 1870.
Víctor Manuel trasladó allí su capital, pero vio abrirse un nuevo conflicto para su régimen, al exacerbarse la enemistad del papa Pío IX, que se consideró a sí mismo prisionero en sus palacios del Vaticano, excomulgó al rey y negó toda legitimidad al Estado italiano unificado. Esto se añadía a los problemas de integración entre los antiguos Estados italianos y al resentimiento por la imposición en todos ellos de las instituciones y la influencia política del Piamonte.

Giuseppe Garibaldi

(Niza, 1807-Caprera, Italia, 1882) Militar y político italiano. Durante su juventud siguió los pasos de su padre, un marino de origen genovés, y estuvo embarcado durante más de diez años. En 1832 consiguió el título de capitán de buques mercantes. Mientras trabajaba al servicio de la marina sarda, tomó parte en un motín republicano en el Piamonte que resultó fallido. Si bien pudo escapar, fue condenado al exilio. Por aquel entonces había entrado en contacto con la obra de Giuseppe Mazzini, el gran profeta del nacionalismo italiano, y la del socialista francés Saint-Simon.

Garibaldi
Entre 1836 y 1848 vivió en Sudamérica, donde participó en varios acontecimientos bélicos, siempre al lado de quienes combatían por la libertad o la independencia. En 1836 intervino voluntariamente como capitán de barco en la fracasada insurrección secesionista de la república brasileña de Rio Grande do Sul y en 1842 fue nombrado capitán de la flota uruguaya en su lucha contra el dictador argentino Juan Manuel de Rosas. Al año siguiente, durante la defensa de Montevideo, organizó una legión militar italiana, cuyos miembros fueron los primeros «camisas rojas».
Noticias de su buen hacer como militar y estratega llegaron hasta Europa, adonde regresó en 1848 para luchar en Lombardía contra el ejército austriaco y dar un primer paso hacia la unificación de Italia, que fue su objetivo durante las tres siguientes décadas. Su intento de hacer retroceder a los austriacos no prosperó y debió refugiarse primero en Suiza y posteriormente en Niza.
A finales de 1848, sin embargo, el papa Pío IX, temeroso de las fuerzas liberales, abandonó Roma, adonde se dirigió Garibaldi junto a un grupo de voluntarios. En febrero de 1849 fue elegido diputado republicano en la asamblea constituyente, ante la cual defendió que Roma debía convertirse en una república independiente. En abril, se enfrentó a un ejército francés que intentaba restablecer la autoridad papal, y lo propio hizo en mayo ante un ejército napolitano. Si bien no tenía opción alguna de evitar la caída de la ciudad, su lucha se convirtió en uno de los más épicos y recordados pasajes del Risorgimiento.
El 1 de julio, Roma fue finalmente asaltada, y Garibaldi y sus hombres se refugiaron en el territorio neutral de San Marino. Condenado por segunda vez al exilio, residió en Tánger, Staten Island (Nueva York) y Perú, donde regresó a su antiguo oficio de capitán de buque mercante.
En 1854, Cavour, el primer ministro piamontés, creyó que si le permitía volver a Italia, Garibaldi se alejaría del republicano Mazzini. Para ello, le concedió el mando de las fuerzas piamontesas en lucha con las austriacas. Venció en Varese y Como, ambas en mayo de 1859, y entró en Brescia al mes siguiente, con lo cual el Reino de Lombardía se apropió del Piamonte. Conseguida la paz en el norte del país, Garibaldi se dirigió a Italia central. Víctor Manuel II, rey piamontés, dio al principio su apoyo a un ataque contra los territorios papales, pero a última hora le pareció demasiado peligroso y le obligó a abandonar el proyecto.
Garibaldi aceptó la renuncia y se mantuvo fiel, pero la cesión de Niza y Saboya a Francia por parte de Cavour y Víctor Manuel le pareció un acto de traición y decidió actuar por su cuenta. Como por el norte un acuerdo era imposible, decidió forzar la unificación conquistando el Reino de Nápoles, bajo soberanía borbónica. En mayo de 1860, al frente de un ejército de un millar de hombres (la expedición de los mil o de los «camisas rojas»), se apoderó de Sicilia y en septiembre entró en Nápoles, que cedió a Víctor Manuel II.
En 1861 se proclamó el nuevo Reino de Italia, pero desde sus inicios Garibaldi se mantuvo en la oposición, pues Roma continuaba siendo ciudad papal. Con la consigna de «Roma o la muerte», intentó durante años luchar contra el poder pontificio, sin demasiado éxito, hasta que en 1862, en la batalla de Aspromonte, cayó herido y fue hecho prisionero. Tras ser amnistiado, pasó a presidir el Comité Central Unitario Italiano y ofreció sus servicios a Francia. Fue elegido diputado para la Asamblea de Burdeos (1871) y diputado al Parlamento italiano (1875), el cual pocos años antes de su muerte le asignó una pensión vitalicia por los servicios prestados.
VICTORIA I DE INGLATERRA
La reina Victoria de Inglaterra ascendió al trono a los dieciocho años y se mantuvo en él más tiempo que ningún otro soberano de Europa. Durante su reinado, Francia conoció dos dinastías regias y una república, España tres monarcas e Italia cuatro. En este dilatado período, que precisamente se conoce como "era victoriana", Inglaterra se convirtió en un país industrial y en una potencia de primer orden, orgullosa de su capacidad para crear riqueza y destacar en un mundo cada vez más dependiente de los avances científicos y técnicos.

Victoria I de Inglaterra
En el terreno político, la ausencia de revoluciones internas, el arraigado parlamentarismo inglés, el nacimiento y consolidación de una clase media y la expansión colonial fueron rasgos esenciales del victorianismo; en lo social, sus fundamentos se asentaron en el equilibrio y el compromiso entre clases, caracterizados por un marcado conservadurismo, el respeto por la etiqueta y una rígida moral de corte cristiano. Todo ello protegido y fomentado por la figura majestuosa e impresionante, al mismo tiempo maternal y vigorosa, de la reina Victoria, verdadera protagonista e inspiradora de todo el siglo XIX europeo.
Biografía
La que llegaría a ser soberana de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India nació el 24 de mayo de 1819, fruto de la unión de Eduardo, duque de Kent, hijo del rey Jorge III, con la princesa María Luisa de Sajonia-Coburgo, descendiente de una de las más antiguas y vastas familias europeas. No es de extrañar, por lo tanto, que muchos años después Victoria no encontrase grandes diferencias entre sus relaciones personales con los distintos monarcas y las de Gran Bretaña con las naciones extranjeras, pues desde su nacimiento estuvo emparentada con las casas reales de Alemania, Rumania, Suecia, Dinamarca, Noruega y Bélgica, lo que la llevó muchas veces a considerar las coronas de Europa como simples fincas de familia y las disputas internacionales como meras desavenencias domésticas.
La niña, cuyo nombre completo era Alejandrina Victoria, perdió a su padre cuando sólo contaba un año de edad y fue educada bajo la atenta mirada de su madre, revelando muy pronto un carácter afectuoso y sensible, a la par que despabilado y poco proclive a dejarse dominar por cualquiera. El vacío paternal fue ampliamente suplido por el enérgico temperamento de la madre, cuya vigilancia sobre la pequeña era tan tiránica que, al alborear la adolescencia, Victoria todavía no había podido dar un paso en el palacio ni en los contados actos públicos sin la compañía de ayas e institutrices o de su misma progenitora. Pero como más tarde haría patente en sus relaciones con los ministros del reino, Victoria resultaba indomable si primero no se conquistaba su cariño y se ganaba su respeto.

Victoria a los cuatro años (cuadro
de Stephen Poyntz Denning)
Muerto su abuelo Jorge III el mismo año que su padre, no tardó en ser evidente que Victoria estaba destinada a ocupar el trono de su país, pues ninguno de los restantes hijos varones del rey tenía descendencia. Cuando se informó a la princesa a este respecto, mostrándole un árbol genealógico de los soberanos ingleses que terminaba con su propio nombre, Victoria permaneció callada un buen rato y después exclamó: "Seré una buena reina". Apenas contaba diez años y ya mostraba una presencia de ánimo y una resolución que serían cualidades destacables a lo largo de toda su vida.
Jorge IV y Guillermo IV, tíos de Victoria, ocuparon el trono entre 1820 y 1837. Horas después del fallecimiento de éste último, el arzobispo de Canterbury se arrodillaba ante la joven Victoria para comunicarle oficialmente que ya era reina de Inglaterra. Ese día, la muchacha escribió en su diario: "Ya que la Providencia ha querido colocarme en este puesto, haré todo lo posible para cumplir mi obligación con mi país. Soy muy joven y quizás en muchas cosas me falte experiencia, aunque no en todas; pero estoy segura de que no hay demasiadas personas con la buena voluntad y el firme deseo de hacer las cosas bien que yo tengo". La solemne ceremonia de su coronación tuvo lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838.
Una reina de dieciocho años
La tirantez de las relaciones de Victoria con su madre, que aumentaría con su llegada al trono, se puso ya de manifiesto en su primer acto de gobierno, que sorprendió a los encopetados miembros del consejo: les preguntó si, como reina, podía hacer lo que le viniese en real gana. Por considerarla demasiado joven e inexperta para calibrar los mecanismos constitucionales, le respondieron que sí. Ella, con un delicioso mohín juvenil, ordenó a su madre que la dejase sola una hora y se encerró en su habitación.

Victoria recibiendo de Lord Conyngham y del Arzobispo
de Canterbury la noticia de su ascensión al trono
A la salida volvió a dar otra orden: que desalojaran inmediatamente de su alcoba el lecho de la absorbente duquesa, pues en adelante quería dormir sin compartirlo. Las quejas, las maniobras y hasta la velada ruptura de la madre nada pudieron hacer: su imperio había terminado y su voluntariosa y autoritaria hija iba a imponer el suyo. Y no sólo en la intimidad; también daría un sello inconfundible a toda una época, la que se ha denominado justamente con su nombre.
La sangre alemana de la joven reina no provenía únicamente de la línea materna, con su ascendencia más remota en un linaje medieval; había entrado con la entronización de la misma dinastía, los Hannover, que fueron llamados en 1714 desde el principado homónimo en el norte de Alemania para coronar el edificio constitucional que había erigido en el siglo XVIII la Revolución inglesa. Sus soberanos dejaron, en general, un recuerdo borrascoso por sus comportamientos públicos y privados y los feroces castigos infligidos a quienes se atrevían a criticarlos, pero presidieron la rápida ascensión de Gran Bretaña hacia la hegemonía europea.
Una pálida excepción la procuró Jorge III, de larga y desgraciada vida (su reinado duró casi tanto como el de Victoria), a causa de sus periódicas crisis de locura. Fue, sin embargo, respetado por sus súbditos, en razón de esa desgracia y de sus irreprochables virtudes domésticas. La mayoría de sus seis hijos no participaron de esta ejemplaridad y el heredero, Jorge IV, dañó especialmente con sus escándalos el prestigio de la monarquía, que sólo pudo reparar en parte su sucesor, Guillermo IV.

La reina Victoria en 1843
(retrato de Franz Xavier Winterhalter)
Al fallecer el rey Guillermo IV el 20 de junio de 1837 y convertirse en su sucesora al trono, Victoria tenía ante sí una larga tarea. Los celosos cuidados de la madre habían procurado sustraerla por completo a las influencias perniciosas de los tíos y del ambiente disoluto de la corte, regulando su instrucción según austeras pautas, imbuidas de un severo anglicanismo. Su educación intelectual fue algo precaria, pues parecía rebuscado pensar que la muerte de otros herederos directos y la falta de descendencia de Jorge IV y de Guillermo IV le abrirían el paso a la sucesión.
Pero ello no impediría que la reina desempeñara un papel fundamental en el resurgimiento de un indiscutible sentimiento monárquico al aproximar la corona al pueblo, borrando el recuerdo de sus antecesores hasta afianzar sólidamente la institución en la psicología colectiva de sus súbditos. No fue tarea fácil. Sus hombres de estado tuvieron que gastar largas horas en enseñarle a deslindar el ámbito regio en las prácticas constitucionales, y procuraron recortar la influencia de personajes dudosos de la corte, como el barón de Stockmar, médico, o la baronesa de Lehzen, una antigua institutriz. Los mayores roces se producirían con sus injerencias en la política exterior, y particularmente en las procelosas cuestiones de Alemania, cuando bajo la égida de Prusia y de Bismarck surgió allí el gran rival de Gran Bretaña, el imperio germano.
En el momento de la coronación, la escena política inglesa estaba dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, que ocupaba el cargo de primer ministro desde 1835. Lord Melbourne era un hombre rico, brillante y dotado de una inteligencia superior y de un temperamento sensible y afable, cualidades que fascinaron a la nueva reina. Victoria, joven, feliz y despreocupada durante los primeros meses de su reinado, empezó a depender completamente de aquel excelente caballero, en cuyas manos podía dejar los asuntos de estado con absoluta confianza. Y puesto que lord Melbourne era jefe del partido whig (liberal), ella se rodeó de damas que compartían las ideas liberales y expresó su deseo de no ver jamás a un tory (conservador), pues los enemigos políticos de su estimado lord habían pasado a ser automáticamente sus enemigos.
Tal era la situación cuando se produjeron en la Cámara de los Comunes diversas votaciones en las que el gabinete whig de lord Melbourne no consiguió alcanzar la mayoría. El primer ministro decidió dimitir y los tories, encabezados por Robert Peel, se dispusieron a formar gobierno. Fue entonces cuando Victoria, obsesionada con la terrible idea de separarse de lord Melbourne y verse obligada a sustituirlo por Robert Peel, cuyos modales consideraba detestables, sacó a relucir su genio y su testarudez, disimulados hasta entonces: su negativa a aceptar el relevo fue tan rotunda que la crisis hubo de resolverse mediante una serie de negociaciones y pactos que restituyeron en su cargo al primer ministro whig. Lord Melbourne regresó al lado de la reina y con él volvió la felicidad, pero pronto iba a ser desplazado por una nueva influencia.
El príncipe Alberto
El 10 de febrero de 1840 la reina Victoria contrajo matrimonio. Se trataba de una unión prevista desde muchos años antes y determinada por los intereses políticos de Inglaterra. El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, alemán y primo de Victoria, era uno de los escasísimos hombres jóvenes que la adolescente soberana había tratado en su vida y sin duda el primero con el que se le permitió conversar a solas. Cuando se convirtió en su esposo, ni la predeterminación ni el miedo al cambio que suponía la boda impidieron que naciese en ella un sentimiento de auténtica veneración hacia aquel hombre no sólo apuesto, exquisito y atento, sino también dotado de una fina inteligencia política.

El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha
(retrato de Franz Xavier Winterhalter, 1846)
Alberto tampoco dejó de tener sus dificultades al principio. Por un lado, tardó en acostumbrarse al puesto que le había trazado de antemano el parlamento, el de príncipe consorte, un status que adquirió a partir de él (en Gran Bretaña y en Europa) sus específicas dimensiones. Por otro lado, tardó aún más en hacerse perdonar una cierta inadaptación a los modos y maneras de la aristocracia inglesa, al soslayar su innata timidez con el clásico recurso del envaramiento oficial y la altivez de trato. Pero con el tacto y perseverancia del príncipe, y la viveza natural y el sentido común de Victoria, la real pareja despejó en una misma voluntad todos los obstáculos y se granjeó un universal respeto con sus iniciativas. Fue el suyo un amor feliz, plácido y hogareño, del que nacieron cuatro hijos y cinco hijas; ellos y sus respectivos descendientes coparon la mayor parte de las cortes reales e imperiales del continente, poniendo una brillante rúbrica a la hegemonía de Gran Bretaña en el orbe, vigente hasta la Primera Guerra Mundial. Llegó el día en que Victoria fue designada «la abuela de Europa».
Alberto fue para Victoria un marido perfecto y sustituyó a lord Melbourne en el papel de consejero, protector y factótum en el ámbito de la política. Y ejerció su misión con tanto acierto que la soberana, aún inexperta y necesitada de ese apoyo, no experimentó pánico alguno cuando en 1841 el antaño aborrecido Peel reemplazó por fin a Melbourne al frente del gabinete. A partir de ese momento, Victoria descubrió que los políticos tories no sólo no eran monstruos terribles, sino que, por su conservadurismo, se hallaban mucho más cerca que los whigs de su talante y sus creencias. En adelante, tanto ella como su marido mostraron una acusada predilección por los conservadores, siendo frecuentes sus polémicas con los gabinetes liberales encabezados por lord Russell y lord Palmerston.

La reina Victoria y el príncipe en el castillo de Windsor
La habilidad política del príncipe Alberto y el escrupuloso respeto observado por la reina hacia los mecanismos parlamentarios, contrariando en muchas ocasiones sus propias preferencias, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona, gravemente menoscabado desde los últimos años de Jorge III a causa de la manifiesta incompetencia de los soberanos. Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria más de medio siglo después con el nombre de Eduardo VII, la cuestión sucesoria quedó resuelta. Puede afirmarse, por lo tanto, que en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, la gloria y el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante. Es de señalar que Alberto era el organizador del evento; no hay duda de que había pasado a ser el verdadero rey en la sombra.
El esplendor de la viudez
A lo largo de los años siguientes, Alberto continuó ocupándose incansablemente de los difíciles asuntos de gobierno y de las altas cuestiones de Estado. Pero su energía y su salud comenzaron a resentirse a partir de 1856, un año antes de que la reina le otorgase el título de príncipe consorte con objeto de que a su marido le fueran reconocidos plenamente sus derechos como ciudadano inglés, pues no hay que olvidar su origen extranjero. Fue en 1861 cuando Victoria atravesó el más trágico período de su vida: en marzo fallecía su madre, la duquesa de Kent, y el 14 de diciembre expiraba su amado esposo, el hombre que había sido su guía y soportado con ella el peso de la corona.
Como en otras ocasiones, y a pesar del dolor que experimentaba, la soberana reaccionó con una entereza extraordinaria y decidió que la mejor manera de rendir homenaje al príncipe desaparecido era hacer suyo el objetivo central que había animado a su marido: trabajar sin descanso al servicio del país. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de monarquía, pueblo y estado.

La familia real británica en 1880
Desde ese instante hasta su muerte, Victoria nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir con aparente facilidad los destinos de Inglaterra. Mientras en la palestra política dos nuevos protagonistas, el liberal William Gladstone y el conservador Benjamin Disraeli, daban comienzo a un nuevo acto en la historia del parlamentarismo inglés, la reina alcanzaba desde su privilegiada posición una notoria celebridad internacional y un ascendiente sobre su pueblo del que no había gozado ninguno de sus predecesores. En un supremo éxito, logró también que una aristocracia proverbialmente licenciosa se fuera impregnando de los valores morales de la burguesía, a medida que ésta llevaba a su apogeo la Revolución Industrial y cercenaba las competencias del último reducto nobiliario, la Cámara de los Lores. Ella misma extremó las pautas más rígidas de esa moral y le imprimió ese sello personal algo pacato y estrecho de miras, que no en balde se ha denominado victoriano.
El único paréntesis en este estado de viudez permanente lo trajeron los gobiernos de Disraeli, el político que mejor supo penetrar en el carácter de la reina, alegrarla y halagarla, y desviarla definitivamente de su antigua predilección por los whigs. También la convirtió en símbolo de la unidad imperial al coronarla en 1877 emperatriz de la India, después de dominar allí la gran rebelión nacional y religiosa de los cipayos. La hábil política de Disraeli puso asimismo el broche a la formidable expansión colonial (el imperio inglés llegó a comprender hasta el 24 % de todas las tierras emergidas y 450 millones de habitantes, regido por los 37 millones de la metrópoli) con la adquisición y control del canal de Suez. Londres pasó a ser así, durante mucho tiempo, el primer centro financiero y de intercambio mundial. Un sinfín de guerras coloniales llevó la presencia británica hasta los últimos confines de Asia, África y Oceanía.

La reina Victoria en 1897, durante las ceremonias
que conmemoraron el 60º aniversario de su coronación
Durante las últimas tres décadas de su reinado, Victoria llegó a ser un mito viviente y la referencia obligada de toda actividad política en la escena mundial. Su imagen pequeña y robusta, dotada a pesar de todo de una majestad extraordinaria, fue objeto de reverencia dentro y fuera de Gran Bretaña. Su apabullante sentido común, la tranquila seguridad con que acompañaba todas sus decisiones y su íntima identificación con los deseos y preocupaciones de la clase media consiguieron que la sombra protectora de la llamada Viuda de Windsor se proyectase sobre toda una época e impregnase de victorianismo la segunda mitad del siglo.
Su vida se extinguió lentamente, con la misma cadencia reposada con que transcurrieron los años de su viudez. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo de la naturaleza. La inmensa mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.

Francisco José I

(Palacio de Schönbrunn, Viena, 1830-id., 1916) Emperador de Austria (1848-1916) y rey de Hungría (1867-1916). Hijo del archiduque Francisco Carlos, se definió a sí mismo como «el último monarca de la vieja escuela». A la edad de dieciocho años sucedió en el trono a su tío Fernando, obligado a abdicar a raíz de la revolución liberal de 1848, que él aplastó violentamente con ayuda del ejército. Convencido de que la supervivencia del imperio frente a los nacionalismos dependía de la instauración de un régimen plenamente autoritario, refrendó en un principio la Constitución de 1849, que abolía cualquier forma de representación popular, y poco después acabó por derogarla.

Francisco José de Austria
Con el canciller Schwarzenberg, Francisco José I de Austria impulsó un ambicioso proyecto político, cuyo objetivo era la construcción de la Gran Alemania bajo hegemonía austriaca, en una confederación que incluyera a todos los pueblos sometidos por el imperio. Con tal propósito organizó una administración fuertemente centralizada, reforzó la unidad del ejército y desarrolló una policía política encargada de vigilar a nacionalistas y liberales; además abolió las aduanas interiores y adoptó medidas económicas proteccionistas, al tiempo que cedía a la Iglesia toda la responsabilidad de la educación primaria y de gran parte de la secundaria.
Sin embargo, la política exterior que desarrolló a partir de este proyecto chocó, en el marco de la Confederación germánica, con los intereses de Prusia. Los grupos liberales también opusieron fuerte resistencia a sus designios, pero lo que determinó su fracaso fueron las derrotas de Magenta y Solferino de 1859 frente a la coalición francoitaliana. Tras la pérdida de Lombardía y la caída del canciller Bach, sustituto de Schwarzenberg, nombró al liberal Golugowki, quien intentó dar a los Estados austriacos una estructura federal, plan que nunca llegó a convencer al emperador.
La constitución de una cámara de señores (designados y hereditarios) y otra de diputados elegidos provocó la reacción de húngaros, croatas, checos y transilvanos en 1861. Tiempo después, la anexión de Schleswig y la ocupación de Holstein por parte de Prusia, en 1866, desencadenaron la desastrosa guerra austro-prusiana. La paz de Praga sancionó la pérdida de la influencia austriaca en el proyecto de unificación de Alemania, que pasó a la órbita prusiana, y la paz de Viena supuso la pérdida del Véneto. Esta situación obligó a Francisco José a reorganizar el imperio y, atendiendo a las reivindicaciones húngaras, lo dividió en dos Estados, por lo que también ciñó la corona del reino de Hungría.
En política exterior, aprobó la Triple Alianza con Prusia y Rusia en 1873, pero tras chocar en los Balcanes con los intereses rusos, Austria y Prusia firmaron la Doble Alianza de 1879. Un año antes, el congreso de Berlín había autorizado a Francisco José I a ocupar Bosnia-Herzegovina, acción que le indispuso con los partidos nacionalistas. El Partido Joven checo pidió en 1893 el sufragio universal, pero la respuesta del emperador consistió en destituir al ministro liberal Taaffe (que estaba dispuesto a concederlo) e imponer de nuevo un régimen absolutista.
Cinco años más tarde, su esposa Isabel, popularmente llamada Sissi, murió asesinada en Ginebra (Suiza) por un anarquista, drama que se sumó a los del fusilamiento de su hermano Maximiliano I en México, en 1867, y el suicidio de su hijo Rodolfo junto con su amante, María Vetsera, en el palacio de Mayerling. Otra tragedia familiar marcó el principio del fin del imperio: en el año 1914, su sobrino y heredero, el archiduque Francisco Fernando de Austria, y su esposa, Sophie Chotek, fueron asesinados en Sarajevo por un nacionalista serbio. El atentado llevó a Francisco José a declarar la guerra a Serbia con el apoyo de Alemania, lo que determinó que se accionara el dispositivo de alianzas que mantenía en Europa la paz armada y estallase la Primera Guerra Mundial.

Alejandro II de Rusia

(Alejandro II Nikolaiévitch; Moscú, 1818 - San Petersburgo, 1881) Zar de Rusia, perteneciente a la dinastía Romanov. Hijo de Nicolás I de Rusia, accedió al trono al morir su padre en 1855, en plena Guerra de Crimea. Atribuyó la derrota de Rusia frente a las potencias occidentales al atraso estructural del país y, en consecuencia, adoptó una política reformista.

El zar Alejandro II de Rusia
A Alejandro II se debe la abolición de la servidumbre (1861), que fue seguida por otras innovaciones menos conocidas, como la reforma del sistema penal (con la eliminación de los castigos corporales), la unificación de los tribunales (haciendo desaparecer las jurisdicciones privilegiadas), la creación de poderes locales elegidos por el pueblo (los zemstvos), la extensión de la educación y la construcción de ferrocarriles.
Esta orientación liberal cambió de signo cuando la oposición al régimen se hizo más amenazadora; la insurrección de Polonia (1863-64), el atentado contra el zar (1866) y la agitación populista de los narodniki (desde 1870) determinaron un giro reaccionario en la política de Alejandro II, que se mantendría ya hasta el fin de su reinado: reforzó la censura, controló la enseñanza y persiguió a las minorías intelectuales de donde procedían las ideas renovadoras.
Al mismo tiempo, el zar desplegó una política exterior revisionista, a fin de recuperar la fuerza y el prestigio perdidos desde la Guerra de Crimea: Rusia expandió sus fronteras en el Cáucaso y en Asia central y, contando con la alianza de Persia (1866), amenazó la presencia británica en la India a través de Afganistán.
La derrota de Francia frente a Prusia en 1871 le dio la oportunidad para levantar algunas cláusulas del Tratado de París de 1856, recuperando el libre paso por el Bósforo (Conferencia de Londres, 1871); en los años siguientes, Rusia reforzó su posición internacional mediante su alianza con la Alemania de Bismarck (Alianza de los Tres Emperadores, 1873). En 1877 se permitió librar una nueva guerra contra el Imperio Otomano, que llevó al ejército ruso ante las puertas de Constantinopla; sólo la intervención inglesa impidió consumar la operación, precipitando la conclusión del Tratado de San Estéfano (1878).
La acción concertada de las potencias occidentales para detener el expansionismo ruso permitió que, tras el Congreso de Berlín de aquel mismo año, los turcos mantuvieran su presencia en Europa, si bien Rumania, Serbia y Montenegro obtuvieron la independencia. Tras sobrevivir a cuatro atentados frustrados (manifestación de la creciente violencia de la oposición contra su régimen) Alejandro II de Rusia murió asesinado por una bomba.

Nicolás II

(San Petersburgo, 1868 - Yekaterimburgo, 1918) Último zar de Rusia, en quien se extinguió la dinastía Romanov. Accedió al trono en 1894, sucediendo a su padre, Alejandro III de Rusia. En general siguió la política autocrática de su antecesor, si bien parece haber mostrado escaso interés y nulas aptitudes para las tareas de gobierno. Por incapacidad o por debilidad, cayó bajo la influencia de la zarina Alejandra Fiódorovna (la princesa Alix de Hesse-Darmstadt) y de su consejero Rasputín.

El zar Nicolás II de Rusia
Bajo su reinado, pero más bien al margen de su intervención directa, Rusia experimentó un intensivo proceso de industrialización (la penetración acelerada de la Revolución industrial hizo surgir importantes núcleos obreros) y se esforzó por extender su influencia en Asia rivalizando con las potencias occidentales en la carrera imperialista: intervención en la Guerra Chino-Japonesa de 1896, base de Port Arthur en 1898, ocupación de Manchuria en 1900 y reparto de Persia en esferas de influencia con Gran Bretaña en 1907.
Los intentos por ejercer una influencia determinante en Europa oriental y los Balcanes como cabeza de un movimiento paneslavista dieron lugar a múltipes conflictos y tensiones internacionales, en virtud del alineamiento ruso con Serbia frente a los intereses de Austria-Hungría; pero, tras sufrir una primera derrota diplomática en la crisis de Bosnia (1908), las Guerras Balcánicas de 1912-13 acabaron definitivamente con el control ruso sobre la península Balcánica.
Mal aconsejado y aislado de la opinión nacional, Nicolás II dejó con su inmovilismo que se enconaran los grandes problemas que aquejaban al régimen zarista: la pobreza del campesinado y su hambre de tierras, las tensiones sociales y la agitación revolucionaria, las aspiraciones de libertad y democracia de los intelectuales reformistas. En 1905 llevó al país a una guerra contra el Japón en la que resultó derrotado; el descontento popular estalló en una revolución en aquel mismo año, frente a la cual no ofreció otra respuesta que la represión militar.
Ambos acontecimientos constituyeron los prolegómenos de la crisis final en la que perecería la Monarquía: en 1914 Rusia volvió a comprometerse en una guerra exterior, la Primera Guerra Mundial, para la que no estaba preparada ni en sentido militar ni económico ni político, si bien Nicolás II no puede considerarse responsable de las grandes decisiones de aquel momento, pues era un juguete en manos de los poderes cortesanos.
Las sucesivas derrotas frente al moderno ejército alemán acabaron por desmoralizar al país y desarticular las estructuras del Estado, facilitando la Revolución de febrero de 1917, que derrocó al zar e instauró en Rusia una República. Nicolás II abdicó y se dejó detener sin ofrecer resistencia frente al gobierno provisional del príncipe Gueorgui Lvov y de Aleksandr Kerenski. Fue confinado junto con el resto de la familia real en la localidad de Yekaterimburgo (actual Sverdlovsk), en los Urales; tras el triunfo de la segunda Revolución rusa de 1917 (la Revolución de octubre), que llevó al poder a los bolcheviques de Lenin y dio paso a una dictadura comunista, el zar fue ejecutado junto con toda su familia, por decisión del Sóviet del Ural.
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