Nuevo tema y volvemos a tratar la etapa histórica (1918-1939), pero esta vez desde el punto de vista político y apuntando los focos hacia dos países europeos (Italia- Alemania).
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La situación política de Europa la podemos ver en las siguientes imágenes:
En varios países europeos, las democracias tuvieron que hacer frente a la crisis económica para salvar la situación.
En Gran Bretaña también hubo problemas políticos, el problema del "Ulster".
Para 1900, la situación era insostenible y la presión política imponía como mínimo que la isla pasara a ser un dominio, como Canadá, con gobierno autónomo. Los “protestantes” (etiqueta inexacta para los irlandeses que se sentían realmente británicos, aunque no todos fueran protestantes) bloquearon sistemáticamente cada una de las leyes, iniciativas y pedidos de autonomía de la isla. Por Londres ya se había aceptado la realidad cuando, en 1914, comenzó la Primera Guerra Mundial y todo fue al todavía no inventado freezer.
Dos años después, en plena guerra y con cientos de miles de irlandeses sirviendo en las trincheras con los uniformes del rey, los nacionalistas irlandeses se alzaron en armas en Dublín. Duraron una semana, pero estrenaron la bandera tricolor, se inmolaron en una batalla perdida de antemano y proclamaron la República, “en nombre de Dios y de las generaciones muertas”.
Eran una mezcla rara de poetas, estudiosos del idioma irlandés, sindicalistas fierreros, nobles y proletarios, casi todos pero no todos católicos. El ejercito británico los capturó, los juzgó como traidores a la patria en tiempos de guerra y comenzó a fusilar a los líderes. Grave error: Irlanda ama a sus mártires y aunque la abrumadora mayoría del pueblo estaba verde de bronca con los rebeldes, a todo el mundo le cayó torcido que los ingleses los fusilaran. Fue entonces que nació una belleza terrible.
En 1919, ya ganada la guerra, hubo elecciones y los rebeldes, bajo la bandera del partido “Sinn Fein”, ganaron barriendo a todos los partidos tradicionales , más “políticos”. En lugar de tomar sus bancas en Londres, se reunieron en Dublín, se proclamaron como el gobierno legítimo de la República de Irlanda y ordenaron a su brazo armado, el IRA (Ejército Revolucionario de Irlanda) que comenzara el combate contra el ocupante. Como contaban con un inesperado genio militar en el Ministro Collins y como lograron unificar de una vez la fragmentada opinión pública, ganaron la batalla.
Por supuesto que no ganaron militarmente, ya que Gran Bretaña era todavía la mayor potencia del mundo. Lo que lograron los rebeldes fue enfrentar a Londres con la opción de ceder o reprimir en serio, con medio millón de soldados tratando de aplastar una resistencia dispuesta a todo.
El gobierno británico cedió, negoció que Irlanda fuera un Estado Libre (ni República, ni Provincia, ni Dominio) y se cobró la libra de carne: los condados del Norte con mayoría protestantes seguirían siendo ingleses: los irlandeses votaron en un plebiscito tragarse la imposición y así nació esa entidad tan rara, Ulster, o más exactamente, Irlanda del Norte. Al Sur, en el flamante Estado, hubo una feroz y breve guerra civil. Al Norte, en la nueva colonia, se instauró un apartheid de los duros. Mal que mal, hubo paz.
La sigla IRA pasó a ser un sello de duros nostálgicos, vistos como desubicados en un país que se encerró en la pobreza, la censura, el catolicismo preconciliar y la política chica, con la emigración como válvula de escape y la literatura como único destello de originalidad. El espíritu “feiniano” parecía más vivo en los pubs de Boston que en el viejo país.
Así por medio siglo, hasta que en mayo de 1966 dos protestantes bastante pasados de copas le tiraron una molotov a la tienda de un católico en Belfast. Como estaban bebidos no le acertaron al edifico y la bomba entró por la ventana de la casa vecina, donde vivía una anciana protestante que no podía subir las escaleras y siempre dormía en su diminuto living. La bomba le cayó encima, la señora ardió y gritó. Así con “victimas” y “victimarios” protestantes, comenzaron los “problemas”, el eufemismo con lo que se podría nombrar a cuarenta años de guerrilla, contrainsurgencia, represión y asesinatos colectivos.
Después del Domino Sangriento (Enero de 1972) (Sunday Bloody Sunday, como dice la famosa canción de U2), resucitaron de sus cenizas tanto al IRA, la guerrilla más antigua del mundo, como los paramilitares protestantes. Este baño de sangre solo iba a parar en este otro “mundo” en que vive Europa ahora, el “mundo” de la Unión Europea, cuando el muro de Berlín es un recuerdo y los fierros, una suerte de vergüenza tercermundista.
En 1972, el Ulster ya iba en camino a la violencia y con los frenos seriamente pinchados. La misma provincia era una entidad artificial, ni “pato” ni “gallareta”, producto de una rendición a medias y de un triunfo cortado. Los irlandeses nacionalistas le habían ganado su independencia a los británicos de la mano de Michael Collins y después de siete siglos, pero les había alcanzado para ganarla sólo políticamente: el primer IRA forzó a los ingleses a negociar o a ponerse totalitarios, pero no los venció militarmente. Lo que surgió fue una partición de la isla, autónoma –y después independiente- en todo menos en un rincón del Norte donde los protestantes eran mayoría y amenazaban con su propia guerra si no seguían siendo británicos.
Así, en 1922, Irlanda pasó a tener dos parlamentos, uno en Dublín, nacionalista y republicano, y otro en Belfast, bajo bandera inglesa y con el raro status de ser el único rincón del Reino Unido con autonomía parcial. La entidad tenía problemas de nombre -¿Irlanda del Norte? ¿Ulster?- y ni hablemos de la identidad: todos eran irlandeses, pero no como los otros irlandeses.
El Ulster duró unos cuarenta años más o menos en equilibrio, con un apartheid de hecho donde los católicos, sospechosos de nacionalismo, eran ciudadanos de segunda, sin derecho a ejercer ciertas profesiones y con cuotas para los empleos públicos. Los protestantes la tenían cómoda, ya que su mayoría les permitía ejercer el poder sin sobresaltos. Tanto que por medio siglo gobernó siempre el mismo partido, con la misma mayoría de diputados y sin necesidad de pensar demasiado. Los católicos, a su manera, sostenían el sistema por su notable rigidez ideológica. La única política aceptable para ellos era el nacionalismo entendido como fundamentalismo irredento; la patria irlandesa no aceptaba la misma existencia del Ulster, de sus instituciones y su gobierno: los protestantes eran apenas entreguistas, cipayos de los ingleses, peones en un juego de poder dirigido desde Londres. El resultado era que los nacionalistas que resultaban electos para el Parlamento de Stormont (Ulster) no hacían nada. Pero nada de nada: en medio siglo no lograron ni una ley que ayudara a su grey a tener una mejor vida. Y el otro resultado era que la mayoría de los paisanos protestantes, terminaban como fantasmas: nadie pensaba que realmente podían sentirse británicos, que sinceramente pensaban lo que decían, que no querían ser irlandeses gobernados desde Dublín.
Extraído de : http://historiaybiografias.com/milenio3_4/
En Francia aparece el Frente Popular (grupo de partidos políticos de izquierda). Para ver toda la información del Frente Popular PINCHA AQUÍ.
LOS FASCISMOS
Los fascismos se aglutinan alrededor de varias características que se pueden ver en el siguiente cuadro sacado de http://apuntesdehistoriauniversal.blogspot.com.es/
LA ITALIA FASCISTA (1922-1939)
Italia vivió una situación muy inestable tras la I Guerra Mundial. Entre 1919-1922 pasaron por el poder hasta 5 gobiernos. En 1921 nace el Partido Nacional Fascista (PNF) creado por Benito Mussolini.
Benito Mussolini
(Dovia di Predappio, Italia, 1883 - Giulino de Mezzegra, id., 1945) Líder político italiano que instauró el régimen fascista en Italia (1922-1943).
Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis de las democracias liberales, agravada por el crac económico de 1929, favoreció un fenómeno que caracterizaría a la Europa de entreguerras: el auge de los totalitarismos. Su primera manifestación fue el fascismo, denominación que procede de los fasci di combattimento creados en 1919 por Benito Mussolini, quien se hizo con el poder en 1922 e impuso una dictadura de partido único. El régimen fascista italiano se convertiría en el principal aliado de Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y corrió su misma suerte tras la derrota.
Biografía
Hijo de una familia humilde (su padre era herrero y su madre maestra de escuela), Benito Mussolini cursó estudios de magisterio, a cuyo término fue profesor durante períodos nunca demasiado largos, pues combinaba la actividad docente con continuos viajes. Pronto tuvo problemas con las autoridades: fue expulsado de Suiza y Austria, donde había iniciado contactos con sectores próximos al movimiento irredentista.
En su primera afiliación política, sin embargo, Mussolini se acercó al Partido Socialista Italiano, atraído por su ala más radical. Del socialismo, más que sus postulados reformadores, le sedujo la vertiente revolucionaria. En 1910 fue nombrado secretario de la federación provincial de Forlì y poco después se convirtió en editor del semanario La Lotta di Classe (La lucha de clases). La victoria del ala radical sobre la reformista en el congreso socialista de Reggio nell'Emilia, celebrado en 1912, le proporcionó mayor protagonismo en el seno de la formación política, que aprovechó para hacerse cargo del periódico milanés Avanti, órgano oficial del partido. Aun así, sus opiniones acerca de los enfrentamientos armados de la «semana roja» de 1914 motivaron cierta inquietud entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo.
La división entre Mussolini y los socialistas se acrecentó con la proclama de neutralidad que lanzó el partido contra la entrada de Italia en la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Mussolini, que había sido uno de los opositores más radicales a la guerra de Libia y a la participación de Italia en la Gran Guerra, cambió súbitamente de opinión y defendió abiertamente una postura belicista, lo que le valió la expulsión del Partido Socialista. En noviembre del mismo año fundó el periódico Il Popolo d'Italia, de tendencia ultranacionalista. Sobre la vacilaciones del parlamento italiano respecto a la entrada en la guerra, llegó a escribir que "hubiera sido necesario fusilar a una media docena de diputados" para dar un ejemplo "saludable" a los demás. En septiembre de 1915 se enroló voluntariamente, y sirvió en el ejército hasta que fue herido en combate en febrero de 1917.
Los fasci di combattimento y la Marcha sobre Roma
Finalizada la contienda, y pese a formar parte de la alianza vencedora, Italia se vio relegada a la irrelevancia en las negociaciones de los tratados de paz, que no otorgaron al país los territorios reclamados al Imperio austrohúngaro. Benito Mussolini quiso capitalizar el sentimiento de insatisfacción que se apoderó de la sociedad italiana haciendo un llamamiento a la lucha contra los partidos de izquierdas, a los que señaló como culpables de tal descalabro. En 1919 creó los fasci di combattimento, escuadras o grupos armados de agitación que actuaban casi con total impunidad contra militantes de izquierda y que fueron el germen del futuro Partido Nacional Fascista, fundado por el mismo Mussolini en noviembre de 1921.
En un contexto marcado por la frustración colectiva tras los inútiles sacrificios de la Gran Guerra, por el descrédito general del régimen parlamentario, por la crisis económica y la elevada conflictividad social (el creciente desarrollo del movimiento obrero y campesino, con ocupaciones de fábricas y tierras, inquietaba a las clases acomodadas, temerosas de la revolución social), los fascistas alzaron la voz contra la democracia y la lucha de clases, que a su juicio debilitaban y dividían a la nación. Opuestos frontalmente al liberalismo y al marxismo, propugnaron la solidaridad nacional y la acción colectiva en torno a la figura de un líder carismático, y se presentaron como defensores de los valores de la patria, la ley y el orden, enfrentándose violentamente a la izquierda italiana.
Mussolini en la Marcha sobre Roma (1922)
Mussolini consiguió ganarse el favor de los grandes propietarios y salir elegido diputado en las elecciones de mayo de 1921, si bien su partido obtuvo tan sólo treinta y cinco de los quinientos escaños que conformaban la cámara. La impotencia del gobierno para reconducir la situación en que se encontraba el país y la disolución del Parlamento allanaron el camino para la denominada Marcha sobre Roma, iniciada el 22 de octubre de 1922. El 28 de octubre de 1922, en una acción coordinada, cuarenta mil fascistas confluyeron sobre la capital desde diferentes puntos de Italia. El primer ministro, Luigi Facta, declaró el estadio de sitio para hacer frente a la amenaza que se cernía sobre la capital, y ante la negativa del rey Víctor Manuel III a firmar el decreto, presentó la dimisión.
El 29 de octubre, presionado por los acontecimientos, el rey hubo de firmar el nombramiento de Benito Mussolini como primer ministro. El líder fascista, que desde hacía algún tiempo había renunciado a su feroz republicanismo, reconociendo el papel de la monarquía, formó un gobierno de coalición el 30 de octubre, el mismo día en que los camisas negras, como eran llamados los fascistas por el color de su uniforme, hacían su entrada triunfal en Roma. Amparándose en una calculada imagen de moderación, Mussolini consiguió el apoyo parlamentario de una débil cámara que el 25 de noviembre le otorgó, de forma provisional, poderes de emergencia con el objeto de restaurar el orden, obteniendo a cambio el fingido compromiso de Mussolini de respetar el sistema parlamentario.
Mussolini en el poder
El fascismo había llegado al poder con el apoyo de los ambientes conservadores, principalmente del latifundismo agrícola, y se reforzó gracias a su capacidad de presentarse como el núcleo central de un bloque de orden conservador, capaz de defender a la burguesía nacional de los peligros democráticos representados, sobre todo, por los socialistas, con su facción comunista. Con la reunión, por primera vez en diciembre de 1922, del Gran Consejo Fascista, se inició el fortalecimiento del partido, que pronto dejaría atrás su extremo anticlericalismo con gestos de acercamiento hacia el catolicismo y la Santa Sede, al mismo tiempo que aumentaba la represión política.
El nuevo gobierno encontró en los "escuadristas" (las Milicias Voluntarias para la Seguridad Nacional) una fuerza que impuso por la violencia y el terrorismo sus posiciones en la campaña para las elecciones de abril de 1924, en las que el Partido Nacional Fascista obtuvo el 69 por ciento de los votos emitidos. A partir de ese momento, la violencia política fue en aumento, y gradualmente (aunque con mayor ímpetu tras el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti en 1924) Benito Mussolini se erigió como único poder, aniquiló cualquier forma de oposición y acabó por transformar su gobierno en un régimen dictatorial; tras ser ilegalizadas en 1925 todas las fuerzas políticas a excepción del Partido Nacional Fascista, el proceso de fascistización del Estado culminó con las leyes de Defensa de noviembre de 1926.
A falta de una ideología coherente, el fascismo desarrolló una retórica que insistía en una serie de motivos: el nacionalismo y el culto al poder, a la jerarquía y a la personalidad del Duce ('Líder' o 'Jefe', título adoptado por Mussolini en 1924); el militarismo y el expansionismo colonialista (con más de un siglo de retraso); la xenofobia y la exaltación de un pasado glorioso remontado al Imperio romano y a la romanidad como idea civilizadora.
El Duce en actos propagandísticos
(Milán, 1930, y Roma, 1936, tras la conquista de Abisinia)
Suprimidos el derecho de huelga y los sindicatos y patronales, patronos y obreros hubieron de incorporarse a las organizaciones corporativas creadas por el gobierno. El régimen impuso una estructura social de corporaciones que anulaba los derechos individuales y que otorgaba al Estado todo el control; trabajo, vida económica y ocio estaban regulados por el gobierno, a lo que se unía la paramilitarización de la sociedad, los actos propagandísticos de masas, el control de los medios de comunicación y la educación de los niños bajo un credo fascista. Pero tampoco en el tejido productivo se dieron cambios de fondo; el poder económico se mantuvo en manos de quienes ya lo poseían antes de la Primera Guerra Mundial, y el corporativismo quedó reducido a una ideología de fachada.
Apoyado por un amplio sector de la población y con la baza a su favor de aquel eficaz aparato propagandístico, el régimen fascista realizó fuertes inversiones en infraestructuras. Pero en líneas generales el fascismo, matizado en lo económico por un fuerte intervencionismo estatal y una tendencia a la autarquía que se acentuó tras el crac del 29, fue incapaz de proporcionar a lo largo de las décadas de 1920 y 1930 el pretendido y proclamado progreso material, en aras del cual demandaba a los italianos el sacrifico de la libertad individual.
Sí supo, en cambio, sustituirlo por una generalizada euforia psicológica, en la que el pueblo italiano se vio imbuido por la convicción de que su país experimentaba un nuevo resurgir nacional. En apoyo de tal sentimiento, y tratando de aportar triunfos sensacionales en política exterior con los que magnetizar a los italianos, Benito Mussolini recuperó viejos proyectos expansionistas, como la conquista de Abisinia (1935-1936) y la anexión de Albania (1939). Abisinia (la actual Etiopía) era considerada por el Duce como una zona natural de expansión y nexo lógico entre las colonias italianas de Eritrea y Somalia; la pasividad de Francia e Inglaterra ante la invasión creó un mal precedente.
La Segunda Guerra Mundial
Tras la llegada al poder de Adolf Hitler en Alemania, Mussolini fue acercándose al nazismo; de hecho, el dirigente nazi se había inspirado en sus ideas, y ambos líderes se admiraban mutuamente. Tras un primer tratado de amistad en 1936, la alianza entre Roma y Berlín quedó firmemente establecida en el Pacto de Acero (1939). Hitler y Mussolini brindaron abiertamente apoyo militar al general Francisco Franco en la Guerra Civil Española (1936-1939), preludio de la conflagración mundial. La agresiva política expansionista de Hitler provocó finalmente la reacción de franceses y británicos, que declararon la guerra a Alemania tras la ocupación de Polonia.
Mussolini y Hitler (Múnich, 1940)
Estallaba así la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y tras las primeras victorias alemanas, que juzgó definitivas, Mussolini validó su pacto con Hitler y declaró la guerra a los aliados (junio de 1940). Sin embargo, el fracaso del poco preparado ejército italiano en Grecia, Libia y África oriental, así como el posterior avance de las tropas aliadas (que el 10 de julio de 1943 habían iniciado un imparable desembarco en la isla de Sicilia, con el propósito de invadir Italia), llevaron al Gran Consejo Fascista a destituir a Mussolini (25 de julio de 1943). Al día siguiente Víctor Manuel III ordenó su detención y encarcelamiento. Dos meses después el nuevo primer ministro, Pietro Badoglio, firmaba un armisticio con los aliados.
Liberado por paracaidistas alemanes (12 de septiembre de 1943), todavía creó Mussolini una república fascista en los territorios controlados por Alemania en el norte de Italia (la República de Salò, así llamada por la ciudad en que el gobierno tenía su sede). En los juicios de Verona, Mussolini hizo condenar y ejecutar a aquellos miembros del Gran Consejo Fascista que habían promovido su destitución, entre ellos su propio yerno, Galeazzo Ciano. El avance final de los aliados le obligó a emprender la huida hacia Suiza; intentó cruzar la frontera disfrazado de oficial alemán, pero fue descubierto en Dongo por miembros de la Resistencia (27 de abril de 1945), y al día siguiente fue fusilado con su compañera Clara Petacci; sus cadáveres fueron expuestos para escarnio público en la plaza Loreto de Milán
Un momento muy importante de esta etapa fue la Marcha sobre Roma.
Durante los meses de septiembre y octubre de 1922 los fascistas pasan revista a sus fuerzas; un directorio se encarga de las cuestiones políticas; varios dirigentes, de los problemas militares. En los primeros días de octubre la presión sobre el gobierno se hace más fuerte; Mussolini anuncia la “Marcha sobre Roma”.
Los acontecimientos se precipitaron. Miles de camisas negras se reúnen en Nápoles; unos días después ocupan los edificios públicos de la Italia central y los centros de comunicaciones del Norte. El 28 de octubre de 1922, cuarenta mil fascistas marcharon sobre la capital italiana para imponer su entrada en el Gobierno.
Con ese golpe de mano, Benito Mussolini lograba implantar, a sus 39 años, un modelo de régimen totalitario en Italia que duró veinte años y se convirtió en ejemplo nefasto para otras naciones europeas. El Fascismo entraba en la Historia pisando fuerte y el modelo totalitario italiano se convertía en un experimento, cuyos pasos observaban con benevolencia, cuando no con envidia, muchos conservadores europeos. La época que acabaría desembocando en la Segunda Guerra Mundial había comenzado.
El gobierno quiso proclamar el estado de excepción el 28 de octubre, pero el rey se negó a firmar el decreto, para evitar derramamiento de sangre. Dimite el gabinete y el rey Víctor Manuel designó a Mussolini como primer ministro y le encargó formar un nuevo gobierno.
Con Mussolini ya en el poder se crea la OVRA (Organización de vigilancia y represión del antifascismo).
Luego del intento de asesinato de Mussolini por el joven Anteo Zamboni, el gobierno italiano promulgó rápidamente una legislación represiva. Todos los partidos políticos, asociaciones y organizaciones opuestas al régimen fascista fueron disueltas y todo aquel al que se probara haber estado "comprometido o expresando intención de cometer acciones dirigidas a subvertir violentamente el orden social, económico o nacional, o bien socavar la seguridad nacional u oponerse u obstruir las acciones del gobierno" podía ser enviado al exilio a lugares remotos por la policía.
El 25 de noviembre de 1926, la nueva "Legge di Difesa dello Stato" ("Ley de defensa del Estado") instituyó un "Tribunale Speciale" (Tribunal Especial) para juzgar a aquellos acusados de ser "enemigos del Estado", y sentenciarlos a severas sentencias en prisión o incluso a muerte, dado que la pena capital había sido restaurada con la nueva legislación.
Se priorizó la reorganización de la Fuerza Policial Nacional, conocida como la "Pubblica Sicurezza" o PS. La persona encargada de esta tarea fue el oficial de policía Arturo Bocchini. El nuevo código de leyes concerniente a la Seguridad Pública ("Testo Unico delle Leggi di Pubblica Sicurezza", a menudo abreviado como TULPS), promulgado en 1926 y revisado en 1931, mencionaba específicamente a un "Departamento de Policía Política" como una división especial de la policía, cuya misión era controlar y prevenir la disensión política. Más tarde, esta división fue conocida como OVRA, aunque su existencia se mantuvo en secreto hasta diciembre de 1930 cuando la agencia oficial de prensa, la Stefani publicó una declaración que citaba a OVRA como una "sección especial" de la policía.
Fascismo y deporte. En 1934 se celebra en Italia el Mundial de fútbol y Mussolini lo va a utilizar para hacer propaganda de su dictadura. PINCHA AQUÍ para saber más de esta historia.
LA ALEMANIA NAZI (1933-1939)
En enero de 1933, Aldolf Hitler llegó al poder en Alemania. En 1932 había salido elegidos 196 diputados nazis.
Adolf Hitler
(Braunau, Bohemia, 1889 - Berlín, 1945) Máximo dirigente de la Alemania nazi. Tras ser nombrado canciller en 1933, liquidó las instituciones democráticas de la república e instauró una dictadura de partido único (el partido nazi, apócope de Partido Nacionalsocialista), desde la que reprimió brutalmente toda oposición e impulsó un formidable aparato propagandístico al servicio de sus ideas: superioridad de la raza aria, exaltación nacionalista y pangermánica, militarismo revanchista, anticomunismo y antisemitismo.
La doctrina del «espacio vital» y el ideal pangermánico de unir los pueblos de lengua alemana lo llevarían a un agresivo expansionismo; en apoyo de su política beligerante, Hitler rearmó Alemania y reorganizó y modernizó su ejército hasta convertirlo en una maquinaria temible. Francia y Gran Bretaña consintieron la anexión de Austria y la ocupación de Checoslovaquia, pero la invasión alemana de Polonia desencadenó finalmente la Segunda Guerra Mundial (1939-45), cuya primera fase dio a Hitler el control de toda Europa, excepto Gran Bretaña. La fallida invasión de Rusia y la intervención de Estados Unidos invirtió el curso de la contienda; pese a la inevitable derrota, Hitler rechazó toda negociación, arrastró a Alemania a una desesperada resistencia y se suicidó en su búnker pocos días antes de la caída de Berlín.
Biografía
Hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en Linz y su juventud en Viena. La formación de Adolf Hitler fue escasa y autodidacta, pues apenas recibió educación. En Viena (1907-13) fracasó en su vocación de pintor, malvivió como vagabundo y vio crecer sus prejuicios racistas ante el espectáculo de una ciudad cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y multicultural le era por completo incomprensible. De esa época data su conversión al nacionalismo germánico y al antisemitismo.
En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para no prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial (1914-18). La derrota le hizo pasar a la política, enarbolando un ideario de reacción nacionalista, marcado por el rechazo al nuevo régimen democrático de la República de Weimar, a cuyos políticos acusaba de haber traicionado a Alemania aceptando las humillantes condiciones de paz del Tratado de Versalles (1919).
De vuelta a Múnich, Hitler ingresó en un pequeño partido ultraderechista, del que pronto se convertiría en dirigente principal, rebautizándolo como Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Dicho partido se declaraba nacionalista, antisemita, anticomunista, antiliberal, antidemócrata, antipacifista y anticapitalista, aunque este último componente revolucionario de carácter social quedaría pronto en el olvido; tal abigarrado conglomerado ideológico, fundamentalmente negativo, se alimentaba de los temores de las clases medias alemanas ante las incertidumbres del mundo moderno. Influido por el fascismo de Mussolini, este movimiento, adverso tanto a lo existente como a toda tendencia de progreso, representaba la respuesta reaccionaria a la crisis del Estado liberal que la guerra había acelerado.
Hitler hacia 1933
Sin embargo, Hitler tardaría en hacer oír su propaganda. En 1923 fracasó en un primer intento de tomar el poder desde Múnich, apoyándose en las milicias armadas de Ludendorff («Putsch de la Cervecería»). Fue detenido, juzgado y encarcelado, aunque tan sólo pasó en la cárcel nueve meses, tiempo que aprovechó para plasmar sus ideas políticas extremistas en un libro que tituló Mi lucha y que diseñaba las grandes líneas de su actuación posterior.
A partir de 1925, ya puesto en libertad, Hitler reconstituyó el Partido Nacionalsocialista expulsando a los posibles rivales y se rodeó de un grupo de colaboradores fieles como Goering, Himmler y Goebbels. La profunda crisis económica desatada desde 1929 y las dificultades políticas de la República de Weimar le proporcionaron una audiencia creciente entre las legiones de parados y descontentos dispuestos a escuchar su propaganda demagógica, envuelta en una parafernalia de desfiles, banderas, himnos y uniformes.
El Tercer Reich
Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo de la violencia en las calles, los nacionalsocialistas o nazis fueron ganando peso electoral hasta que Hitler (que nunca había obtenido mayoría) fue nombrado jefe del gobierno por el presidente Hindenburg en 1933. Desde la Cancillería, Hitler destruyó el régimen constitucional y lo sustituyó por una dictadura de partido único basada en su poder personal. Se iniciaba así el llamado Tercer Reich (el Tercer Imperio alemán, tras el Sacro Imperio del medievo y el Imperio de 1871, desaparecido con la Primer Guerra Mundial), que no fue sino un régimen totalitario basado en un nacionalismo exacerbado y en la exaltación de una superioridad racial sin fundamento científico alguno (basado en estereotipos que contrastaban con la ridícula figura del propio Hitler).
Tras la muerte de Hindenburg, Hitler se proclamó Führer o «caudillo» de Alemania y sometió al ejército a un juramento de fidelidad. La sangrienta represión contra los disidentes culminó en la purga de las propias filas nazis durante la «Noche de los Cuchillos Largos» (1934) y la instauración de un control policial total de la sociedad, mientras que la persecución contra los judíos, iniciada con las racistas Leyes de Núremberg (1935) y con el pogromo conocido como la «Noche de los Cristales Rotos» (1938), conduciría al exterminio sistemático de los judíos europeos a partir de 1939 (la «Solución Final»).
La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida reconstitución de Alemania, basada en desviar la atención de los conflictos internos hacia una acción exterior agresiva. Se alineó con la dictadura fascista italiana, con la que intervino en auxilio de Franco en la Guerra Civil española (1936-39), ensayo general para la posterior contienda mundial; y completó sus alianzas con la incorporación del Japón en una alianza antisoviética (Pacto Antikomintern, 1936) hasta formar el Eje Berlín-Roma-Tokyo (1937).
Militarista convencido, Hitler empezó por rearmar al país para hacer respetar sus demandas por la fuerza (restauración del servicio militar obligatorio en 1935, remilitarización de Renania en 1936); con ello reactivó la industria alemana, redujo el paro y prácticamente superó la depresión económica que le había llevado al poder.
Mussolini y Hitler (Múnich, 1940)
Luego, apoyándose en el ideal pangermanista, reclamó la unión de todos los territorios de habla alemana: primero se retiró de la Sociedad de Naciones, rechazando sus métodos de arbitraje pacífico (1933); tras el asesinato del presidente austriaco Dollfuss (1934), forzó el Anschluss o anexión de Austria (1938); a continuación reivindicó la región checa de los Sudetes y, tras engañar a la diplomacia occidental prometiendo no tener más ambiciones (Conferencia de Múnich, 1938), ocupó el resto de Checoslovaquia, la dividió en dos y la sometió a un protectorado; aún se permitió arrebatar a Lituania el territorio de Memel (1939).
La Segunda Guerra Mundial
Cuando el conflicto en torno a la ciudad libre de Danzig le llevó a invadir Polonia, Francia y Gran Bretaña reaccionaron y estalló la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Adolf Hitler había preparado sus fuerzas para esta gran confrontación, que según él habría de permitir la expansión de Alemania hasta lograr la hegemonía mundial (Protocolo Hossbach, 1937); en previsión del estallido bélico había reforzado su alianza con Italia (Pacto de Acero, 1939) y, sobre todo, había concluido un Pacto de no agresión con la Unión Soviética (1939), acordando con Stalin el reparto de Polonia.
El moderno ejército que había preparado obtuvo brillantes victorias en todos los frentes durante los dos primeros años de la guerra, haciendo a Hitler dueño de casi toda Europa mediante una «guerra relámpago»: ocupó Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia (mientras que Italia, España, Hungría, Rumania, Bulgaria y Finlandia eran sus aliadas, y países como Suecia y Suiza declaraban una neutralidad benévola).
Sólo la Gran Bretaña de Churchill resistió el intento de invasión (batalla aérea de Inglaterra, 1940); pero la suerte de Hitler empezó a cambiar cuando lanzó la invasión de Rusia (1941), respondiendo tanto a un ideal anticomunista básico en el nazismo como al proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava del este el «espacio vital» que soñaba para engrandecer a Alemania. A partir de la batalla de Stalingrado (1943), el curso de la guerra se invirtió, y las fuerzas soviéticas comenzaron una contraofensiva que no se detendría hasta tomar Berlín en 1945; simultáneamente, se reabrió el frente occidental con el aporte masivo en hombres y armas procedente de Estados Unidos (involucrados en la guerra desde 1941), que permitió el desembarco de Normandía (1944).
Derrotado y fracasados todos sus proyectos, Hitler vio cómo empezaban a abandonarle sus colaboradores mientras la propia Alemania era acosada por los ejércitos aliados; en su limitada visión del mundo no había sitio para el compromiso o la rendición, de manera que arrastró a su país hasta la catástrofe. Después de haber sacudido al mundo con su sueño de hegemonía mundial de la «raza» alemana, provocando una guerra total a escala planetaria y un genocidio sin precedentes en los campos de concentración, Hitler se suicidó en el búnker de la Cancillería donde se había refugiado, pocos días después de la entrada de los rusos en Berlín.
Durante su estancia en la cárcel escribió "Mein Kampf" (Mi lucha). Es un libro escrito por Adolf Hitler, combinando elementos autobiográficos con una exposición de ideas propias de la ideología política del nacionalsocialismo. La primera edición fue lanzada el 18 de julio de 1925.
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Hitler inició una purga contra los rivales suyos dentro del propio partido. Se conoce como "La noche de los cuchillos largos". 30 de junio de 1934. Hitler dirige personalmente la matanza de sus rivales en el partido nazi y en la derecha alemana.
"Solo se aplastan motines de acuerdo con leyes de hierro”. Esa fue la explicación que le dio al Reichstag el canciller Adolf Hitler tras la matanza de adversarios de su propio partido y del campo de la derecha, en una época en que todavía tenía que dar explicaciones de sus actos. Por poco tiempo ya, pues la purga de la ominosa Noche de los cuchillos largos sirvió para asentar el poder personal de quien, en ese mismo discurso, se proclamó “Juez Supremo del pueblo alemán”.
Si miramos exclusivamente el aspecto criminal del acontecimiento, podríamos hacer este sucinto relato de los hechos: en la madrugada del 30 de junio de 1934, grupos de pistoleros de las SS (escolta personal de Hitler) y de agentes de la Gestapo, dirigidos personalmente por el canciller, asesinaron a un mínimo de 85 personas, quizá más de 200, miembros de las SA (milicias nazis) o personalidades de la derecha conservadora, aliada de conveniencia del Partido Nacional Socialista, incluidos miembros del Gobierno.
El espectáculo de un primer ministro designado de forma democrática que, pistola en mano, dirige el asesinato en masa de sus correligionarios molestos, no tiene precedentes en la historia de la criminología, es tan inconcebible que parece un guion de Tarantino. Para entenderlo tenemos por tanto que verlo en su aspecto político, como un primer capítulo del horror histórico que sería el régimen del III Reich en los doce años que permaneció en el poder. La Noche de los cuchillos largos es como un augurio de la Guerra Mundial y los campos de exterminio, el punto de no retorno del nazismo.
Hitler se convirtió en canciller (jefe del Gobierno) en enero de 1933 por una carambola política. Su partido, pese a ser el que más diputados tenía en el Reichstag, estaba muy lejos de la mayoría absoluta y fue precisa una coalición entre los nazis y la derecha. El presidente de la República, el anciano mariscal Hindenburg, estuvo dudando a quién encargaba formar gobierno y finalmente se lo encomendó a Hitler esperando utópicamente que se civilizase al alcanzar esa responsabilidad, y confiando en el papel moderador del vicecanciller Von Papen, líder del conservador Partido Nacional Popular.
Pero en vez de civilizarse en el Gobierno Hitler lo utilizó para implantar un sistema autoritario. Sin embargo, todavía había ciertos contrapoderes que frenaban sus designios. Por encima del Gobierno se hallaba el presidente de la República, el inmensamente popular y respetado Hindenburg; en el mismo Gobierno había otros partidos de derechas; y sobre todo estaba el poder fáctico del Ejército.
Además, Hitler no controlaba del todo el movimiento nazi. Röhm, jefe de las SA, representaba el sector izquierdista, que no quería alianzas ni componendas con la burguesía y exigía echar adelante con la revolución nacionalsocialista. Aunque Hitler tenía la adhesión de todos los pesos pesados, Röhm estaba al mando de una milicia paramilitar de más de tres millones de miembros, una fuerza formidable.
Los SA o camisas pardas habían sido el puño de hierro del nazismo, una partida de la porra que durante los años duros de ascenso del movimiento se había fajado con socialistas y comunistas, disputándole la calle a los rojos –que también tenían sus paramilitares– como si se tratase de bandas gangsteriles. Ese rol en la política nazi había atraído a las SA a muchos elementos antisociales, borrachos pendencieros, delincuentes comunes, sicópatas... Luego, según la estrella nazi iba en ascenso, se les unieron millones de jóvenes corrientes, fascinados por el programa de emborracharse, cantar canciones y montar broncas, incluido el vandalismo contra todo lo que oliese a judío.
Los camisas pardas habían sido útiles para hacer el trabajo sucio mientras el partido estuvo en la oposición, pero al ser nombrado canciller Hitler, los nazis pretendían ser respetables y atraerse el apoyo de la nación, fuera alta burguesía, clases medias o proletariado. Los SA seguían emborrachándose, montando disturbios, robando, enfrentándose con la policía sin darse cuenta de que esta era ahora la policía de un gobierno nazi, que había creado ya la Gestapo.
Cada vez más voces se alzaban contra los atropellos de los camisas pardas, incluyendo al segundo en el Gobierno, el vicecanciller Von Papen, que pronunció un comprometido discurso en la Universidad de Marburgo denunciando la violencia nazi. Pero lo que decidió a Hitler a dar el golpe de muerte a las SA fue la presión del ejército. Röhm pretendía que su milicia sustituyese al pequeño ejército, limitado por el Tratado de Versalles a 100.000 hombres, y los alarmados generales acudieron a Hindenburg, que llegó a plantearse proclamar la ley marcial y dar el poder a los militares. Hitler comprendió que tenía que acabar con las SA.
Dada la idiosincrasia nazi no cabía más que un enfrentamiento a sangre entre las dos tendencias del movimiento. Hitler contaba con la Gestapo, la policía política que había creado, y con las SS, la milicia encargada de su protección, pero estas organizaciones no tenían en 1934 el poderío que alcanzaron luego. Necesitaban el apoyo material del ejército, que les proporcionó el armamento y los medios de transporte necesarios para la operación. Puesto que la purga se iba a hacer para satisfacer a los militares, Hitler sometió al general Reicheman, jefe del Estado Mayor, la lista de los camisas pardas que pensaba liquidar. Sin abrir la boca, el general Reicheman asentía o negaba con la cabeza cuando le recitaban los nombres, decidiendo así sobre su muerte. De esta manera la aristocracia militar prusiana se ensució también las manos de sangre en la Noche de los cuchillos largos.
Una vez que tenía el visto bueno y los medios del ejército, Hitler puso en marcha un plan que se basaba en la traición y la audacia. Convocó a Röhm y a la plana mayor de las SA a una reunión en las afueras de Munich, en el hotel Hanselbauer de Bad Wiessee. En la madrugada del 30 de junio, acompañado de Goebbels y de sus guardaespaldas, el canciller voló a Munich, donde destituyó e hizo ejecutar al jefe de la policía, que era un SA amigo de Röhm. Luego se presentó en el hotel de la convocatoria, donde todos dormían, y pistola en mano detuvo personalmente a Röhm, que sería asesinado tres días después. A uno de los jefes de las SA, Emund Heines, lo encontraron en la cama con un camisa parda de 18 años, y los mataron allí mismo. Goebbels, el mago de la propaganda nazi, aprovecharía esto para echar un manto de ignominia sobre los SA, acusándoles de depravados –lo cierto es que el propio Röhm era homosexual, algo socialmente inadmisible en aquellos tiempos–.
Tras el éxito en el golpe de mano del hotel Hanselbauer, que dejaba descabezadas a las SA, Goebbels llamó por teléfono a Göring, ministro-presidente de Prusia, que aguardaba en Berlín, y le dijo la palabra clave: “Colibrí”. Entonces la Noche de los cuchillos largos se extendió por toda Alemania. Pero las presas no eran solamente los miembros de las SA, Hitler aprovechó el cheque en blanco que le habían dado los militares para descabezar, literalmente, a la derecha conservadora con la que estaba aliado en el Gobierno.
Hitler regresó tras su agitada noche a la sede del partido en Munich, y allí denunció ante los congregados “la peor traición de la historia”. La máquina propagandista de Goebbels se había puesto en marcha inventando el Röhm-Putsch, el golpe de Röhm. Dos semanas después se dictaría una ley legitimando las ejecuciones extrajudiciales dictadas por “el Juez Supremo del pueblo alemán”, o sea, Hitler, como una necesidad de defensa del Estado ante la subversión.
Después de estos acontecimientos, no solamente la matanza que se prolongó durante tres días, sino su posterior legitimación, nadie debería asombrarse de lo que iba a hacer el régimen nazi en el Tercer Reich.
El nazismo y los judíos. El nazismo, despojado de motivaciones religiosas, confirió al antisemitismo un carácter racista y nacionalista, ejerciéndolo con una violencia e intensidad que hizo palidecer las prácticas antijudías de otros tiempos y de los estados de su entorno.
Los judíos alemanes fueron hostigados de forma gradual: en primer lugar entorpeciendo sus actividades económicas laborales y desacreditándolos socialmente.
Más tarde, se legisló contra ellos. Mediante las denominadas "Leyes de Nuremberg" (septiembre de 1935) se retiró la nacionalidad alemana a los judíos, se prohibieron los matrimonios mixtos entre judíos y alemanes y se les denegó el ejercicio de cualquier profesión que tuviese relación con la función pública (docencia, ejército, funcionariado en general).
Los comercios e industrias cuyos propietarios eran judíos fueron boicoteados y paulatinamente sufrieron el proceso de "arianización", es decir, pasaron a propietarios no judíos mediante la compra por precios irrisorios. Los empleados judíos de dichos negocios fueron despedidos y sustituidos por otros de "raza aria".
Posteriormente, en 1941, fueron obligados a lucir en la ropa una estrella de David para permitir su identificación en público. El episodio que marcó el punto de inflexión en la persecución de los judíos tuvo lugar durante la noche del 9 de noviembre de 1938, la denominada “noche de los cristales rotos”, durante la cual barrios, sinagogas y locales propiedad de judíos fueron destruidos y centenares de ellos asesinados. La actitud del pueblo alemán frente a esos desmanes fue de de pasividad y tolerancia, siendo muy pocos los que abiertamente se opusieron a ellos.
El cartel dice: "¡Alemanes, no compréis a los judíos !
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Discursos de Mussolini
Himno nacional fascista italiano
Somos los componentes del fascismo,
la causa sosterrem hasta la muerte,
y lucharemos siempre fuerte,
fuerte until'll mantener nuestra sangre en el núcleo.
Siempre ensalzar nuestra tierra,
que todos juntos vamos a defender,
contra los enemigos y traidores
que uno por uno sterminerem.
A las armas! A las armas! A las armas o fascistas,
El terror de los comunistas.
El objetivo que todos conocemos
esforzarse junto con la certeza de la victoria
y esto nunca es solo para la gloria,
pero por la razón correcta de la libertad.
Los bolcheviques que luchamos
Yo nos sabrán bien a la nada
y para nuestro grito de ese sinvergüenza
temblará, él va a temblar.
A las armas! A las armas! A las armas o fascistas,
El terror de los comunistas.
La victoria en todas las partes llevar
porque el valor de nosotros lo hará
y vamos a llorar siempre fuerte, fuerte
sosterrem y nuestra santa causa.
Advertir a los amigos, que en todo caso
todos vamos a estar siempre listo,
hasta que la gloria de nosotros los fascistas
toda Italia triunfará.
A las armas! A las armas! A las armas o fascistas,
El terror de los comunistas.
Somos los adversarios del bolchevismo
Que quieren porque ningún país ni familia,
porque son residuos y lodos
desprecio que debe expulsar.
Siempre gritando largo Italia en directo
y hacia abajo con todas sus negadores,
alto, alto el tricolor
que siempre será nuestro orgullo.
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