domingo, 30 de enero de 2022

4º ESO- ESPAÑA, MONARQUÍA LIBERAL (S. XIX)

ESQUEMAS ILUSTRADOS

Para descargar el esquema ilustrado PINCHA AQUÍ 

INFORMACIÓN EXTRA

De quioscos por el Cádiz constitucional

por SOFÍA SANCHO

Penas de muerte, ofensivas a la Regencia, ataques a diputados... Destapamos algunos de los entresijos de las redacciones de los periódicos que surgieron entre 1810 y 1812.

  • Cádiz fue cuna de la libertad política y también de la libertad de imprenta. La ciudad andaluza fue testigo de cómo los periódicos comenzaron a intervenir en la vida política dejando anécdotas que marcarán para siempre la Historia del Periodismo Español. Ramón Solís, novelista y escritor gaditano, Premio Cervantes en 1970, dio buena cuenta de los aconteceres de la prensa del momento en las páginas de 'El Cádiz de las Cortes', obra que sirve como referencia para retroceder en el tiempo y echar un vistazo a los quioscos de principios del siglo XIX.

    Cuando en 1810 los diputados de las todavía no inauguradas Cortes llegaron a la Isla de León sólo existía un periódico, 'El Diario Mercantil', dedicado a la información comercial, y popular más tarde por sus epigramas y sátiras firmadas por Pablo de Jérica. Hasta el momento, era corriente leer periódicos extranjeros, bien en los cafés o ateneos.

    La creación de 'El Conciso' supuso el pistoletazo de salida para la prensa de la época. A ocho reales al mes la suscripción (dos céntimos de euro aproximadamente) y a cuatro cuartos el número suelto, este periódico se convirtió en una importante fuente para seguir el desarrollo de los acontecimientos contemporáneos. «Fue polemista, de pequeño tamaño y gran defensor de la libertad de imprenta», explica Solís, «luchó en defensa de las Cortes y de la Constitución». «De ti esperamos todo, ¡oh Asamblea!, feliz, justa, enérgica e inaccesible a la destrucción», publicaba en uno de sus números.

    Las rencillas que mantuvo con los periódicos de signo contrario fueron numerosas y se burló, por ejemplo, del diputado Joaquín Lorenzo Villanueva, que tenía un espíritu religioso exacerbado. La confrontación entre la cabecera y Villanueva casi llegó a los tribunales, aunque no prosperó por la indulgencia del segundo.

    En el bando contrario y segundo en relevancia, se publicó 'El Censor General', que se imprimía con periodicidad bisemanal. Reaccionario a lo decretado en Cádiz y órgano del partido servil, estaba «peor escrito que 'El Conciso' y dio por la virulencia de sus escritos, múltiples ocasiones a que los contrarios le atacaran», explica el autor. Por ejemplo, 'El Robespierre español', en su número 14, inserta una carta, dirigida al «energúmeno Censor», del que afirmaba que sólo sabía escribir de «nigromancia, quiromancia, tauromaquia y astrología judiciaria». En el número 18, se publicó una fábula titulada 'El burro censor', que mantenía el mismo tono de burla. Se le tachó de aburrido y de incorrecto.

    Estos ataques no fueron los únicos teniendo en cuenta que el 'Robespierre' no dejaba títere con cabeza entre las publicaciones coetáneas. Tanto fue así que incluso aparecerían nuevas cabeceras con el único fin de rebatirle, es el caso del 'Cachi-Diablo'. «Desde el principio, adopta una postura tan avanzada y revolucionaria que disguta incluso a los mismos liberales», apunta el escritor. En el número 10, por ejemplo, dirige palabras ofensivas a la Regencia y a las altas figuras del Gobierno, lo que dio lugar a que se suspendiera la edición y se detuviera a su editor, Fernández Sardino.'El Azote de Robespierre' llega a pedir la pena de muerte para Sardino.

    A un precio de diez cuartos, los gaditanos se enteraban de todo lo interesante que aparecía en los demás periódicos comprando 'El Redactor General'. El negocio salió rentable, ya que el editor se ahorraba las colaboraciones, aunque no contó con la simpatía del resto: 'El Diario Mercantil' le llama «el grajo», y afirmaba de él que era un «perpetuo plagio y que sus autores vivían del sudor general a favor de una buena imprenta». 'El Diario de la Tarde' le llama «estercolero de Cádiz».

    Abanderado de los antirreformistas fue 'Diarrea de las Imprentas', que se enfrentó en varios números a las críticas del liberal 'El Duende'. «¡Jesús, qué papel tan asqueroso! ¡Puf, cómo apesta! ¡Diarrea! ¡Qué hediondez! Ya se ve que su autor será uno de tantos sacristanes, puercos por naturaleza, a los que sin ofenderles se les puede llamar haraganes...», escribía el segundo. Parece que a juicio de Solís, «ni la postura exaltada de 'El Duende' ni el mal gusto y la pobreza de ingenio de 'La Diarrea'», llegaron a calar entre el público.

    En cambio, sí contó con el beneplácito de los lectores 'La Abeja Española', de matiz liberal exaltado pero que mantenía un odio vivo a la Regencia. En palabras de Alcalá Galiano, político y escritor liberal, «en aquellos días gozaba del aura popular por excelencia, distinguido por personalidades malignas (en referencia a sus autores), y si en algunos casos ingenioso y chistoso, por lo general mal escrito». Aún así, el éxito de ventas de esta publicación la convirtió en un referente de la opinión pública del momento.


Ocho claves de las independencias hispanoamericanas
Numerosos mitos y simplificaciones han desdibujado las circunstancias en que los territorios americanos se emanciparon de España en el siglo XIX
Horizontal
Proclamación de la independencia del Perú, de Juan Lepiani, 1904. Independencia Perú Claves Independencias Hispanoamericanas
FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Desde una óptica tradicional, las independencias latinoamericanas acostumbran a presentarse en términos de buenos y malos. En España, la visión más conservadora interpretó la lucha de Simón Bolívar o de José de San Martín como una traición a la patria. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico se hizo hincapié en el heroísmo de los rebeldes, capaces de conquistar la libertad tras un sangriento conflicto. En las últimas décadas, sin embargo, los avances de la historiografía han matizado la visión maniquea de ambos extremos.

Las independencias no fueron un camino de rosas, ni tampoco acontecieron de la noche a la mañana. Entonces, ¿por qué tres siglos después de la conquista se produjo este adiós a España? Estas son algunas de las claves:


1. Acatar y cumplir las normas

Según John Lynch, uno de los mejores conocedores de aquel período, Carlos III (1716-88) acometió la “segunda conquista de América”, a través de las llamadas reformas borbónicas. Estas supusieron el recrudecimiento de las políticas centralistas frente al amplio margen de autonomía de que gozaban las élites locales. Madrid exigía un estricto cumplimiento de sus órdenes. La Corona española, dueña de un inmenso imperio, necesitaba fortalecer su autoridad para extraer de sus colonias todo el rendimiento económico posible. Para conseguir su objetivo, habría aplicado sobre sus súbditos una presión excesiva, hasta el punto de empujarlos a la rebelión.

Sin embargo, otro historiador, Manuel Lucena Giraldo, ha planteado que reformas borbónicas e independencia “constituyeron procesos separados”. En su opinión, los criollos, más que asumir un patriotismo mexicano, peruano o argentino como reacción al centralismo, se consideraban tan españoles como los peninsulares. A veces incluso más. Por eso no aceptaban que se les impusiera, desde Europa, un sistema de gobierno que casaba mal con sus circunstancias. Partían de que los diferentes territorios que constituían la monarquía necesitaban políticas adaptadas a su realidad, no la imposición de un modelo único para todos. A lo largo del siglo XVIII, el malestar contra las reformas se expresa en diferentes revueltas, en las que intervienen criollos, indígenas y mestizos.


Vertical
Retrato de Carlos III, de Anton Rafael Mengs, c. 1765. TERCEROS
2. El modelo estadounidense

Las expresiones de disidencia en diversas regiones concienciaron a la metrópoli de que su dominio peligraba si continuaba imponiendo cambios demasiado radicales. Por ello, en la década de 1780, se volvió a fórmulas pactistas. Había que evitar que los súbditos ultramarinos siguieran la senda de los norteamericanos, recién independizados de Inglaterra. Con ayuda española, por cierto.

Carlos III intervino en la emancipación de Estados Unidos sin advertir que sería un modelo para las colonias latinoamericanas.
Carlos III no había advertido que, a largo plazo, Estados Unidos constituiría un modelo para las colonias latinoamericanas. Además, en 1789 estalló la Revolución Francesa, que pronto irradió por todo el mundo sus principios de libertad, igualdad y fraternidad. Se ha debatido mucho hasta qué punto influyeron estas ideas en la América hispana.

3. La pesadilla de los blancos

El estallido de la revolución en Haití en 1791 tuvo una importancia decisiva, al ofrecer una prueba de que la población negra podía sacudirse el yugo secular de la esclavitud. Eso, a lo largo y ancho del continente, quitó el sueño a los propietarios de esclavos, temerosos de sucumbir a una oleada de violencia.

A partir de entonces, el pavor a la “pardocracia”, es decir, al dominio de la gente de color, será una obsesión recurrente entre los blancos. Estos procuraron, por todos los medios, afianzar su poder frente a todos los que, a su juicio, no eran racialmente puros. De ahí su oposición a ciertas leyes promulgadas en España con las que el gobierno pretendía favorecer el ascenso social de la amplia gama de mestizos libres.

Horizontal
"Incendio de la Plaine du Cap. Masacre de los blancos por los negros". En 1791, los esclavos quemaron plantaciones y ciudades y mataron a la población blanca. TERCEROS
4. Recuperar la libertad

Carlos IV pasó de combatir la revolución gala a aliarse con ella en contra de Gran Bretaña. Desde ese momento, los dominios hispanoamericanos se vieron sometidos a los vaivenes de las guerras europeas.

En 1808, el entramado imperial español sufriría un duro golpe con la entrada en la península de las tropas francesas. Ante la presión napoleónica, Carlos IV y su hijo, Fernando VII, abdicaron en Bayona, con lo que el emperador galo se vio libre para entregar la Corona de España y de las Indias a su hermano José.

Este hecho en América tuvo profundas consecuencias, al extenderse la convicción de que, si el monarca renunciaba, el pueblo recuperaba la libertad para darse a sí mismo la forma de gobierno que estimara oportuna.

Con el fin de oponerse a las fuerzas invasoras, una multitud de juntas surgió a lo largo y ancho de España. Lo mismo sucedió en los territorios ultramarinos, donde aparecieron múltiples organismos que serían iniciadores del movimiento separatista. Sin embargo, sus proclamaciones de independencia no se dirigían contra las autoridades hispanas, sino contra la Francia bonapartista, paradigma de las ideas revolucionarias y ateas que tanto aborrecían las clases dominantes. En 1808, futuros próceres de la independencia aún continuaban en la órbita hispana.

Horizontal
Muerte de Pedro Velarde y Santillán durante la defensa del Parque de artillería de Monteleón, de Joaquín Sorolla, 1884. TERCEROS
5. Dos hemisferios, un solo país

A falta de rey, en Cádiz se convocan Cortes para elaborar una futura Constitución . Por primera vez en su historia, se llamó a las provincias latinoamericanas a contribuir en el gobierno de la monarquía. Sesenta diputados procedentes de ultramar acudieron a la capital andaluza, pese a los peligros de la guerra, con las reivindicaciones de sus respectivos territorios.

Las independencias fueron conflictos civiles en los que lucharon unos americanos contra otros.
Los liberales gaditanos pretendían construir un estado-nación trasatlántico, por lo que declararon en la carta magna que la nación española la constituían los españoles de ambos hemisferios. Se intentaba romper así con la antigua división entre una metrópoli que mandaba y unas colonias que obedecían, porque en adelante pertenecerían al mismo país, sin que importara el lugar de nacimiento.

Al mismo tiempo, se impulsaron una serie de reformas de amplio calado, como el fin del tributo que debían satisfacer los indígenas o la supresión de las prestaciones laborales a las que estaban obligados.

Horizontal
La promulgación de la Constitución de Cádiz, de Salvador Viniegra, 1912. TERCEROS
6. Revolucionarios contra criollos

Las independencias fueron conflictos civiles en los que lucharon unos americanos contra otros. España, se lamentaba el político venezolano Juan Germán Roscio, había combatido a los revolucionarios “con hombres criollos, con dinero criollo [...] y casi todo criollo”. Ese apoyo explicaría que el país, devastado por una guerra en su propio suelo contra los franceses, contara aún con fuerzas para reaccionar contra el separatismo de ultramar.

En 1812, la primera república venezolana sucumbía ante el avance realista. Simón Bolívar volvió pronto a la carga, pero sufrió una derrota que le forzó a exiliarse de nuevo. El movimiento independentista se hallaba en franco retroceso entre los años de 1814 y 1816.

7. Imponer el absolutismo

Con el fin de la contienda, el reinstaurado Fernando VII por fin tenía las manos libres para organizar una poderosa expedición. Casi cien navíos partieron de Cádiz, entre barcos de guerra y de transporte, en los que viajaban cerca de quince mil hombres con destino a Venezuela.

Su misión consistía en aplastar cualquier resistencia independentista, pero también en eliminar el régimen constitucional. La Corona no deseaba perder el control de las remesas de plata de las Indias, una riqueza que, si se aplicaba la legislación liberal, pasaba de las manos del monarca a las del Estado.

El monarca impuso un sistema militarista y despótico al que sus súbditos no estaban acostumbrados. Ahora el poder planteaba sus exigencias sin la más mínima sensibilidad hacia la población, a la que oprimía con encarcelamientos y ejecuciones.

En este clima, los sectores moderados, hasta ese momento fieles a la Corona, se van decantando por el secesionismo. Poco a poco, los patriotas (partidarios de la emancipación) ampliaron su base social, atrayéndose a indígenas y esclavos. Cada vez más dueños de la situación, alcanzaron victorias como la de Boyacá, que en 1819 permitió independizar Colombia.

Con la sublevación liberal en la península, las tropas españolas en América iban a seguir sin los refuerzos que necesitaban.
En España, otro ejército se preparaba para zarpar. No llegó a cruzar el Atlántico porque protagonizó la sublevación que restableció el liberalismo, para desesperación de un monarca que fingió aceptar el nuevo orden de cosas.

Las tropas españolas en América iban a seguir sin los refuerzos que necesitaban. Peor aún, las divisiones políticas de la península repercutirían de forma desastrosa en ultramar. En Perú, la pugna entre absolutistas y liberales produjo una guerra civil que los independentistas alentaron encantados.

Horizontal
Representación de la batalla de Boyacá, de Martín Tovar y Tovar. TERCEROS
8. Los últimos en caer

La liberación del continente se consumó, finalmente, en 1824 con la batalla de Ayacucho, en la que el general venezolano Sucre apresó a La Serna. Este combate es al que se suele recurrir para marcar el fin de las guerras de independencia, aunque aún continuaba la resistencia de unos cuantos focos realistas. Como el de San Juan de Ulúa (Veracruz, México), que capitularía un año después. Aún más tarde, en 1826, lo harían las tropas de Chiloé, en Chile, y las de El Callao, en Perú. No obstante, la inestabilidad producida por la guerra estaba lejos de concluir. Le sucedió la turbulencia de las nuevas repúblicas, marcadas por las guerras civiles, el caudillismo militar y el desastre económico.

UN HOMBRE "VALIENTE EN UN CUERPO FRÁGIL"

La historia del rey Amadeo de Saboya: el gran olvidado que se dio a la fuga

Su reinado en España, de poco más de dos años, estuvo marcado por la inestabilidad política, y su muerte prematura le otorgó una imagen romántica de héroe griego

Foto: Embarque del rey Amadeo en el puerto de La Spezia, Italia en 1870, obra de Luis Álvarez Catalá. (Wikipedia)
Embarque del rey Amadeo en el puerto de La Spezia, Italia en 1870, obra de Luis Álvarez Catalá. (Wikipedia)

Yuna vez que la tormenta termine, no recordaras como lo lograste, como sobreviviste. Ni siquiera estarás seguro si la tormenta ha acabado realmente. Pero una cosa si es segura. Cuando salgas de esa tormenta, no serás la misma persona que entró en ella.

 

Haruki Murakami.

 

En el abierto vacío del cosmos, un lugar de difícil morar por lo lejano de alcanzar, solo los ojos comprenden aquello que el intelecto no entiende. Para ilustrar esta idea propongo escuchar el silencio con los ojos cerrados en estos tiempos de cólera, a teístas o ateos, sobre la grandeza de la contemplación y sus beneficios para evitar comprender lo inaccesible y ponernos en manos de las sensaciones que es donde está la verdad más cercana a su esencia.

 

En Italia, en el siglo XIX, había un niño que desde muy pequeño, tomaba la mano de su madre para que le llevara a un promontorio desde el que se divisaba el mar inmenso y un bosque con una gran algarabía de pájaros de innumerables especies. El niño en cuestión pertenecía a una familia pudiente y aristocrática que cabalgaba en la realeza local, pero sus juguetes eran y giraban en torno a la naturaleza, de tal manera que su madre acabó convencida de que los triciclos y los ponis debería darlos de baja pues no tenían posibilidad de amortización, ya que la criatura ponía el empeño en lo que vamos a dar en llamar, la contemplación. Vivía en un mundo paralelo absorto en su creativa imaginación y en cómo mejorar aspectos lacerantes que su idealismo detectaba como fallas abisales durante la revelación que su crecimiento de adolescente le iba proporcionando.

El monarca idealista que buscaba hacer de España una Ínsula Barataria, se toparía con una corrala de barrio donde hacerse oír era algo heroico

 

En España, había ocurrido que un escandaloso reinado había dejado a la regia institución a la altura del betún con la consiguiente pérdida de imagen de la Corona y el auge imparable de los republicanos. Total, una debacle que parecía conjurarse con el advenimiento del hijo del rey de Italia (más exactamente del Piamonte y de Cerdeña), aquel chico que no jugaba con los juguetes convencionales si no con los que su mente efervescente le daba a entender y sus prometedoras formas que incorporaban soluciones de gobierno.

 

Por primera vez en España, un monarca iba a ser elegido democráticamente tras la incesante búsqueda del general Prim, un militar de luces largas y clara vocación de servicio al país, que tras el rastro de grosería y la quiebra de las más elementales líneas rojas, Isabel II durante su escandaloso reinado, habían degradado al país en la calificación internacional. Formulas avanzadas, entre las que destacaba, la monarquía parlamentaria y otras de corte vanguardista, salian de la mente de aquella criatura joven e idealista.

"A perro flaco... todo son pulgas"

Un hombre abierto y avanzado pretendía alfabetizar a las clases humildes, crear un reparto más justo de la riqueza y planes de ayuda a los pujantes polos de desarrollo del País Vasco y Cataluña con su industria pesada y su tejido fabril respectivamente. Para el ancestralmente castigado sur, pretendía implementar nuevas técnicas agrícolas y más allá de todo esto, quería diseñar un corredor arbóreo de norte a sur y para las regiones del noroeste, pensaba en una potenciación de las navieras y minería. Todo un plan de choque. Pretendía salpicar el país de escuelas y universidades y separar a la voz de ya, los poderes entre la Iglesia y el estado por la intromisión permanente de los primeros sobre los segundos. La educación del pueblo español, era para él, primordial. Su búsqueda de conciliación del pueblo español alejándolo de sus demonios guerra civilistas y el dialogo con la burguesía y el mundo financiero eran sus ejes de acción. Era un hombre valiente en un cuerpo frágil.

 

Prim deseaba promover una nueva dinastía que fuera la locomotora de una regeneración nacional y de una constitución progresista

 

Tras pegarles un repaso a sus ayudantes de cámara y ministros más cercanos, les puso las pilas en lo concerniente a responsabilidad, compromiso y eficiencia en lo tocante a sus competencias; una lectura de la cartilla en toda regla. Isabel II se solía levantar a las doce y entre su aseo, componendas cosméticas y desayuno, aparecía en el escenario hacia la una de la tarde, sin entrar en los detalles de alcoba, tema este concerniente a su vida privada, pero poco ejemplares de cara a la galería y más con la que estaba cayendo; un estado en quiebra, las guerras civiles carlistas de fondo, corrupción salvaje, etc.

 

Pero a perro flaco todo son pulgas. A Prim, lo dejaron como un colador en la madrileña calle del Turco (hoy calle del Marqués de Cubas en el madrileño barrio de las Cortes) una decena de pistoleros sin filiación determinada. Aún hoy, es una incógnita la autoría de aquel crimen, pero se sospecha que el conspicuo Montpensier estaba detrás del tema. Amadeo queda en una honda soledad sin la protección de su mentor y ahí, se da cuenta de la que le va a caer encima.

placeholderAmadeo I, rey de España. (Wikipedia)
Amadeo I, rey de España. (Wikipedia)

Elegido en las Cortes por 191 votos en medio de una trifulca memorable por los que calificaban de traidores a sus votantes, su juventud e inteligencia brillantes eran activos que lo convertía en un seductor nato. Sus mentores le presentaban como un monarca impulsor del progresismo y de la modernidad, y su legitimación debía de venir no tanto por la herencia de la sangre si no por su capacidad para amalgamar una nueva y renovada identidad española, alejada de la inmoralidad que había representado la persona de Isabel II. Si alguien fomentó el ascenso de las ideas republicanas, fue la inmoralidad manifiesta y la vida distendida de una casquivana Isabel II, que estaba en su pleno derecho de llevar la vida privada que le complaciera, pero no de forma tan ostentosamente obscena.

 

Amadeo era considerado por sus contemporáneos como un monarca progresista y liberal, en parte por el duro pulso que su padre mantuvo con la Iglesia católica pues en 1859 su progenitor ya había decretado un espectacular recorte de los privilegios eclesiásticos, lo cual provocó que al más alto tonsurado del Vaticano le entrara un pataleo importante. Amadeo de Saboya tuvo un reinado más que efímero, pues ocupó el trono de España desde 1871 hasta 1873; la precariedad e inestabilidad que tuvo que afrontar antes de su abdicación fueron el caldo de cultivo de su hartazgo y sus tragaderas no dieron para más.

La muerte del general Prim, su principal valedor, dejaría al monarca a los pies de los caballos y sin los apoyos políticos necesarios para una razonable gestión de los asuntos de estado. La inestabilidad política y social no hacía más que aumentar y la clase política, dividida, la nobleza en contra por su afinidad más que evidente para con los Borbones o alternativamente hacia la opción carlista, y con un pueblo cansado de las degollinas entre sus próceres en las altas instancias, hicieron el resto. El idealista monarca que buscaba hacer de España una Ínsula Barataria, se toparía con la realidad última de este país; una corrala de barrio alborotada por temas menores donde hacerse oír era algo heroico.

 

En 1866, con 21 años, comandaba la brigada de granaderos de Lombardía; herido severamente en hombro y pierna en medio de aquel infierno, alcanzó a arrastrar a un soldado durante la batalla y ponerlo ha cubierto no sin riesgo de perder su propia vida. Este hecho resaltó la entereza y sentido humanitario del que sería el futuro monarca español. Sus salidas de palacio sin escoltas para tomar el pulso a la ciudadanía o su actitud frente al atentado sufrido en 1872, le darían una pátina de héroe griego.

Inestabilidad y caos

La Constitución de 1869 establecía un régimen monárquico, pero en ese momento el trono estaba desocupado por la extraviada y ligera de cascos, Isabel II, cómodamente instalada en Francia. Por ello, las Cortes decretaron que durante la regencia se ocuparía el general Serrano. El Gobierno presidido Prim fue el encargado de instaurar una nueva dinastía con objeto de evitar la vuelta de los denostados borbones que en lo que iba de siglo se habían hecho un cartel bastante cuestionable.

 

La inestabilidad política, propiciada por el frentismo endémico y yo diría que patológico del país, el pésimo estado de la Hacienda, los levantamientos carlistas y el crecimiento imparable del republicanismo, precisaban con urgencia logros y en consecuencia, orden. Solo una monarquía solida podía servir de plataforma para llevar a cabo tan ambiciosa experiencia. El Duque de Montpensier, cuñado de Isabel II, y un endeble candidato al trono, era un conspirador nato (y aunque no está probado, posiblemente el inspirador del asesinato de Prim) fue uno de los personajes más siniestros que haya hollado este país; pero, tenía muchos enemigos y era muy impopular por su arrogancia.

 

Como monarca elegido por un parlamento con 191 votos, quería aproximar la Corona al pueblo para gobernar desde el cuerpo a cuerpo

 

Se le ofreció al general Espartero la conducción de la Corona, pero el anciano rechazó el ofrecimiento debido a su mal estado de salud. Hay que destacar que el general Prim deseaba promover una nueva dinastía que fuera la locomotora de una regeneración nacional, desde la perspectiva de una constitución progresista. Prim, un hito histórico a tener en cuenta y que merece capítulo aparte, removió cielo y tierra para buscar el candidato adecuado.

 

Buscó en Portugal, en Italia, y en Alemania. Entonces, entró en el bombo de aquella lotería dinástica un tal Leopoldo Hohenzollern, pariente del rey de Prusia que se presentaba como una opción ideal para el canciller Bismarck al tiempo que peligrosa para Francia. Napoleón III hizo lo imposible para que esta candidatura no prosperara y como consecuencia de la negativa de los alemanes, la guerra franco-prusiana se desencadenaría el 2 de agosto de 1870. La derrota francesa en Sedán fue apabullante y supuso que el propio Napoleón III fuera hecho prisionero con la consecuente humillación para la 'grandeur' gala. Por los visto, tras esta derrota, los teutones le cogerían afición a vapulear a los franceses durante el siguiente siglo XX.

placeholderAmadeo I con sus hijos, de Giacomo de Chirico. (Wikipedia)
Amadeo I con sus hijos, de Giacomo de Chirico. (Wikipedia)

Prim, ante el sesgo que estaban tomando los acontecimientos, volvió a cargar sus intenciones de nuevo sobre el candidato italiano como así fue. En esta ocasión el rey italiano aceptó la oferta hecha a su retoño. Amadeo de mala gana, se sometió al 'diktat' de su padre a disgusto. Su mujer, una católica de buen corazón pero poca carburación en la azotea, estaba afectada porque su suegro, el rey, había sido excomulgado por el melifluo y amanerado Pío IX, y para más inri, no deseaba reinar sobre un país en el que sobre el papel, la Constitución reconocía la libertad de cultos.

 

Como monarca elegido por un parlamento con 191 votos y mayoría apabullante, quería aproximar la Corona al pueblo para gobernar desde el cuerpo a cuerpo. Deshacer el boato y el oropel eran sus objetivos. Buscaba crear una relación más cercana y sencilla; sin embargo, su singladura le obligaría a navegar en ceñida. El 4 de diciembre de 1870 una delegación española, sería recibida en el palacio florentino de Pitti por Víctor Manuel y su hijo. Amadeo llegaría el 30 de diciembre a Cartagena y ahí mismo conocería la muerte de Prim. La fría acogida del pueblo madrileño, y una prepotente aristocracia, no aventuraban un buen pronóstico.

 

Este estamento decadente, daría la espalda al paso de la comitiva regia como muestra de su rechazo ante un monarca extranjero (como si los borbones no lo fueran en su origen), conducta que se hizo extensiva a la reina que no pudo encontrar damas de compañía ni camareras. Ella, la reina, sufrió todo tipo de desaires. En 1872, M. ª Victoria llegó a la ópera y todos los asientos estaban ocupados, nadie se levantaría para cederle un sitio. Para festejar el nacimiento de su primer hijo español, se había organizado un banquete con el propósito de celebrar el nacimiento de la criatura; solo concurrirían al evento menos de la mitad de los invitados citados. Y así, suma y sigue.

 

Los monarcas dieron pruebas de su entrega, cercanos a la gente sencilla, asistían a conciertos callejeros y entraban en las tiendas de los comunes

 

Las expectativas sobre las intervenciones de Amadeo eran ilusionantes y quizás exageradas. El pueblo español, necesitado de milagros prácticos y no de especulaciones sobredimensionadas como apuntaba la agenda del futuro monarca. Se esperaba que removiera los cimientos de la política y desalojara la holganza y la molicie propia de los que a si mismo se llamaban gobernantes pero que a la postre lo que buscaban es una poltrona mullida y unas prebendas exclusivas y excluyentes, donde la gran mayoría solo contaba para soportar en sus espaldas los caprichos de esta casta de elegidos.

 

Desde el principio, los monarcas, dieron pruebas de su entrega y altruismo. Propiciaron la cercanía con la gente sencilla, asistían a conciertos callejeros, entraban en las tiendas de los comunes y compraban como cualquiera, viajaban en tranvía, no tenían un lugar preeminente en la iglesia, etc. Vivian de forma muy modesta y siempre se mostraron muy preocupados por los necesitados, pero en el país del Síndrome de Procusto, su actitud sería para todo quisque ya fuera en el ámbito político tanto por los monárquicos como por los republicanos que entendían estos actos como una mera demostración de propaganda. Y así la cosas, se desarrollaba un malestar soterrado del que ellos, no eran conscientes.

"Lo que niegas, te somete"

Durante los dos años que duró su reinado hubo tres elecciones generales. El frentismo, marca de la casa y las divisiones gubernamentales a las que se sumaría un clima de inestabilidad creciente, desembocaron para variar, en una nueva guerra civil, los carlistas cargaban otra vez en 1871. Pero como decía Carl Jung, "lo que niegas, te somete; y lo que aceptas te transforma". Esta pareja de idealistas habitaban un terreno duro y poco propicio para utopías, y más bien parecían los personajes perfectos para protagonizar esa increíble obra de Shakespeare: 'La tempestad'; el medio en el que estaban era un auténtico Krakatoa a pleno rendimiento.

 

Las típicas luchas intestinas inherentes al poder, lograron desacreditar a la monarquía, objeto de numerosos ataques por parte de los republicanos así como por parte de los ofendidos carlistas por el intrusismo de un “extranjero”. Para muestra, un botón. Los seguidores de Zorrilla, vieron que su líder no ocupaba la presidencia del gobierno, algo que a ellos les parecía obligado y, al no “pillar cacho”, se cabrearon. A la sazón, el Imparcial, era el periódico zorrillista que publicaba capciosamente y de manera regular una campaña de demolición a partir del 10 de junio de 1872 usando una serie de invectivas y calumnias bastante degradantes para con el buen hacer de la reina. Estas difamaciones groseras y poco escrupulosas con el respeto que se merecía, no solo como persona si no como mujer, llegarían al punto de ser grotescas y de muy mal gusto, y más, para quien se autocalificaba de “caballero español” con capa incluida.

Como añadido a todas estas truculencias y turbulencias patrias, los reyes sufrieron un alevoso atentado en la calle Arenal (Madrid) el 10 de julio. La inestabilidad e incertidumbre eran más que patentes y se barruntaba algo. Gobierno y monarcas estaban advertidos. La serenidad de ambos quedó patente preocupándose por los heridos y haciendo caso omiso de los consejos de abandonar el lugar. Desde Italia llegaron furibundos ataques a la seguridad fallida del rey y de los servicios de información – llueve sobre mojado en este país con este tema -. Al día siguiente el rey visitaría el lugar del atentado y esa misma tarde el matrimonio regio saldría en su calesa descubierta, lo que enfervorizó a un entusiasta pueblo madrileño. Pero este país, es como una madre sin memoria de su condición.

 

Una vez producido el atentado, la reina se trasladó a El Escorial con sus hijos. Este lapso de tiempo lo aprovechó la prensa amarillista dirigida por el agraviado Ruiz Zorrilla para disparar toda su artillería contra la pareja real, acusándole básicamente al rey de serle infiel a su mujer con la parienta del corresponsal de The Times y otras alternativas infundadas o al menos, no probadas.

España nunca admite medias tintas

Como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie, consideraba a finales de 1872 la posibilidad de abdicar. No disolvió las Cámaras para no imponerse por la fuerza aunque legalmente podía hacerlo; entendía que por encima estaba la Constitución. Un gélido 11 de febrero del año 1873 el monarca envió a un oficial de caballería con un sobre lacrado su abdicación a las Cortes, indicando que había agotado todos los cartuchos en la búsqueda de una buena solución, pero España, nunca admite medias tintas; o arrollas al adversario y lo satanizas o si no lo fagocitas íntegramente, no hay formula que funcione. Y en esta fatalidad seguimos…Lo nuestro es un extraño karma.

 

Su fidelidad a la doctrina liberal le costó el trono; en ese momento, era muy revolucionario postularse en su defensa

 

Catorce diputados y senadores fueron convocados para despedir a los monarcas, al parecer, solo cuatro de ellos aparecieron, manifestando su desaprobación a tamaño oprobio. La reina, fue conducida en andas al tren en una situación que habría de haberse evitado habida cuenta su delicado estado de salud. La marcha de los monarcas fue un espectáculo más que triste, una desgracia para nuestro país. Este monarca liberal (entonces la palabra tenía un significado de amplitud y de ideología generosa), fue siempre un rey leal a la constitución y generoso con su fortuna y las ideas que presidian la administración del país. Pero como todos recordaremos, el genial pintor de Fuendetodos; Francisco de Goya y Lucientes ya dejó reflejado en su famosa pintura Saturno devora a sus hijos, un reflejo del espejo que le sugería este país apasionado y sanguíneo. Esta tierra tan cálida y vital, tan feliz y risueña, tiene aletargados a sus demonios y de ese estado letárgico, surgen de vez en cuando cuadros de horror absolutamente irracionales.

 

Con veintinueve años, el 6 de noviembre de 1876, la reina María Victoria, demacrada y ausente de sí misma, probablemente a causa de sus padecimientos físicos y psíquicos, inicia el Gran Viaje. Era una mujer que jamás tuvo palabras de descalificación para con el pueblo español ni manifestó desdén alguno hacia esta tierra de sol y sombras. Amadeo de Saboya murió el 18 de enero de 1890. Su muerte prematura a los 45 años, creó una imagen romántica del príncipe. Su fidelidad a la naciente doctrina liberal le costó el trono y aunque hoy veamos el liberalismo como algo anacrónico, en ese momento fue revolucionario postularse para su defensa. Es uno de los grandes olvidados en el panteón de ilustres. España siempre ha tenido problemas serios de memoria.


Así comenzó la Segunda República Española

90 ANIVERSARIO

El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República en España, vigente hasta el final de la Guerra Civil en 1939

 Segunda República Española: 90 aniversario de la caída de Alfonso XIII

Proclamación de la Segunda República española en la Puerta del Sol de Madrid el 14 de abril de 1931.

Proclamación de la Segunda República española en la Puerta del Sol de Madrid el 14 de abril de 1931.

 Otras fuentes

De manera pacífica y sin actos de violencia. Así se proclamó, el 14 de abril de 1931, la Segunda República en España después de la celebración de las elecciones municipales del 12 de abril, que provocaron la caída de la monarquía y obligaron al rey Alfonso XIII a exiliarse.

En realidad, Alfonso XIII contaba con que las elecciones le ayudarían a recuperar la confianza de la población después de las dictaduras de Primo de Rivera (1923-1930) y de Dámaso Berenguer (1930-1931), que habían afectado la estabilidad política del país. Así, las elecciones se convirtieron en un plebiscito sobre la monarquía: la población votaba a favor o en contra de seguir teniendo un rey.

Pero los resultados supusieron una gran derrota para la Corona, ya que los partidos monárquicos solo ganaron en 9 capitales de provincia: Ávila, Burgos, Cádiz, Lugo, Orense, Palma de Mallorca, Pamplona, Soria y Vitoria. En las otras 41 provincias, con Barcelona y Madrid a la cabeza, se impusieron los votos a favor de un sistema republicano.

El rey Alfonso XIII, al ver que no tenía los apoyos suficientes ni de los dirigentes políticos ni del pueblo, decidió abandonar el país pero sin abdicar formalmente y se trasladó a París y luego a Roma.

La proclamación de la Segunda República se considera un acontecimiento crucial para entender la historia contemporánea de España, según explica Enrique Moradiellos en su libro Historia mínima de la Guerra Civil española (Turner, 2016), ya que supuso el fin de la monarquía borbónica y puso de manifiesto la existencia de las “dos Españas socioeconómicas”: un entorno rural todavía mal comunicado y con altos índices de analfabetismo, y unos núcleos urbanos cada vez más poblados e industrializados, donde vivía la pequeña burguesía.

Primer bienio (1931-1933)

Manuel Azaña, presidente

El 9 de diciembre de 1931 se aprobó la Constitución de la República Española, la primera que reconocía el sufragio universal y el derecho de las mujeres a votar. El político y periodista Manuel Azaña fue nombrado presidente del gobierno y el abogado y jurista Niceto Alcalá-Zamora fue elegido presidente de la República.

Durante esta primera etapa, se llevaron a cabo reformas políticas para reducir la influencia de la Iglesia Católica sobre los poderes del estado, se aprobaron leyes sociales como la del divorcio y se mejoraron las condiciones laborales de los trabajadores.

Además, el gobierno de Azaña puso en marcha una reforma educativa para reducir las cifras de analfabetismo, que afectaba en torno al 30% de la población, sobre todo en el ámbito rural, y se previó la construcción de una gran cantidad de escuelas públicas. Además, se impulsaron las “misiones pedagógicas”, un proyecto educativo vinculado a la Institución Libre de Enseñanza (ILE) que promovía el saber y la cultura popular entre los distintos pueblos y territorios de España.

Otra de las grandes reformas de este periodo fue la aprobación de la Ley de Reforma Agraria, que consistía en la expropiación de grandes fincas que no estuviesen cultivadas directamente por sus propietarios a cambio de una indemnización. El objetivo era acabar con la desigualdad social que existía, principalmente, en el sur de España.

Segundo bienio (1933-1935)

Tres presidentes al frente del poder

La segunda etapa de la república comenzó con las elecciones generales del 19 noviembre de 1933, en las que las mujeres pudieron votar por primera vez en España. Este periodo es conocido como el “bienio negro” o “bienio conservador”, ya que los partidos de derecha y centroderecha ganaron las elecciones y derrotaron a la izquierda. Algunos de ellos defendían la república, mientras que otros eran partidarios de recuperar la monarquía.

El líder del Partido Republicano Radical (PRR), Alejandro Lerroux, recibió el encargo de formar gobierno. Para ello, necesitó el apoyo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), una coalición política de partidos católicos y de derechas. Durante este bienio, se deshicieron gran parte de las reformas del gobierno anterior, lo que benefició principalmente a la Iglesia y a los grandes latifundistas.

La inestabilidad marcó este periodo, en el que se vivieron enfrentamientos continuos entre socialistas, republicanos, anarquistas y grupos de centro-derecha. Los desacuerdos entre el gobierno y la oposición y la gran huelga obrera de octubre de 1934, que fue duramente reprimida por las fuerzas policiales y dejó decenas de fallecidos y encarcelados, provocaron la dimisión de Lerroux. El gobierno pasó a manos del político y abogado Ricard Samper.

Tercera etapa (1936-1939)

La coalición del Frente Popular

Tras dos años de gobierno de centro-derecha, el republicano Manuel Azaña lideró la formación del Frente Popular, una coalición de partidos de izquierdas para hacer frente a los partidos de derechas. Esta coalición agrupaba tanto a socialistas como a republicanos y comunistas, y entre las diferentes formaciones se encontraban el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Comunista de España (PCE).

El 16 de febrero de 1936 se celebraron de nuevo elecciones, las terceras convocadas durante la Segunda República y también las que más participación tuvieron: un 72,9% del censo acudió a las urnas. La victoria del Frente Popular fue ajustada, pero debido a la ley electoral la pequeña diferencia de votos se tradujo una mayoría absoluta de escaños en las Cortes.

Las desavenencias políticas y la división interna de los partidos, tanto de derechas como de izquierdas, hizo que aumentase la violencia en las calles, con jornadas de huelga y protestas. El clima de tensión era cada vez más grande y la población empezó a criticar al Frente Popular por no ser capaz de mantener el orden público. La Iglesia Católica y los medios de comunicación conservadores alimentaron este discurso sobre el desorden y el caos social.

El asesinato de José Calvo Sotelo, ministro durante la dictadura de Primo de Rivera y uno de los políticos más críticos con el gobierno republicano, enfureció a los partidarios de derechas y sirvió de pretexto para la conspiración militar y el golpe de estado de 1936.

BIOGRAFÍAS

Carlos IV de España

Rey de España (Portici, Nápoles, 1748 - Roma, 1819). Sucedió a su padre, Carlos III, al morir éste en 1788. Fue un rey poco inclinado a los asuntos de gobierno, que dejó en gran medida en manos de su esposa María Luisa de Parma y del amante de ésta, Manuel Godoy. Inicialmente siguió el consejo de su padre de mantener en el poder a Floridablanca, pero en 1792 acabó por sustituirlo, primero por el conde de Aranda y luego por Godoy, que se mantendría como valido hasta el final del reinado.


Carlos IV

El reinado de Carlos IV vino marcado por la Revolución francesa de 1789, que puso fin a los proyectos reformistas de la etapa anterior y los sustituyó por el conservadurismo y la represión, ante el temor a que tales hechos se propagaran a España. Desde 1792, además, el desarrollo de los acontecimientos en Francia condicionó la política internacional en toda Europa y arrastró también a España: tras la ejecución de Luis XVI por los revolucionarios, España participó junto a las restantes monarquías europeas en la Guerra de la Convención (1794-95), en la que resultó derrotada por la Francia republicana.

Cambió entonces Godoy el signo de la política exterior, alineándose España con Francia por los dos tratados de San Ildefonso (1796 y 1800); en consecuencia, España colaboró con Francia en su guerra contra Inglaterra de 1796-97, de nuevo en 1801 atacando a Portugal (Guerra de las Naranjas, que proporcionó a España la población de Olivenza) y, por último, en 1805, poniendo la flota española a disposición de Francia para enfrentarse a Gran Bretaña en la batalla de Trafalgar (en la que se perdió la escuadra).

Con tal sucesión de guerras se agravó hasta el extremo la crisis de la Hacienda. Los ministros de Carlos IV se mostraron incapaces de solucionarla, pues el temor a la revolución les impedía introducir las necesarias reformas, que hubieran lesionado los intereses de los estamentos privilegiados, alterando el orden tradicional.

La descomposición de la monarquía se agudizó tras el Motín de Aranjuez (1808), por el que el príncipe heredero, Fernando VII, apartó a su padre del Trono y se puso en su lugar. Carlos IV llamó entonces en su auxilio a Napoleón, con quien había acordado poco antes dejar paso libre a las tropas francesas para invadir Portugal y repartir luego el país entre ambos; pero, aprovechando la debilidad de los Borbones españoles, Napoleón prefirió ocupar también España (dando comienzo la «Guerra de la Independencia», 1808-14) y se llevó a la familia real a Bayona (Francia).

Allí hizo que Fernando VII devolviera la Corona a Carlos, que a su vez se la cedió a Napoleón -como le había prometido-, para que éste terminara por entregarla a su hermano José I. Carlos permaneció prisionero de Napoleón hasta la derrota final de éste en 1814; pero en aquel año fue Fernando VII el repuesto en el Trono español, manteniendo a su padre desterrado por temor a que le disputara el poder. Carlos y su esposa murieron exiliados en la corte papal.


Fernando VII

Rey de España (El Escorial, 1784 - Madrid, 1833). Era hijo de Carlos IV, con quien mantuvo muy malas relaciones: ya como príncipe de Asturias conspiró contra su padre, agrupando a su alrededor a los descontentos con la política del valido Manuel Godoy en un partido fernandista con cierto apoyo cortesano y popular. Descubierta la conspiración, el príncipe fue condenado por el proceso de El Escorial (1807), aunque enseguida pidió y obtuvo el perdón de su padre.


Fernando VII

Ello no le impidió encabezar el motín de Aranjuez, por el que arrebató el trono a Carlos IV y derribó a Godoy del poder (1808). Fernando, que había mantenido contactos con Napoleón a lo largo de sus conspiraciones, se encontró en aquel mismo año con que el emperador invadía España y le hacía apresar y conducir a Bayona (Francia); allí le obligó a devolver la Corona a Carlos IV, sólo para forzar que éste abdicara el trono español en el propio hermano del emperador, José I Bonaparte.

Mientras Fernando permanecía recluido en Valençay (Francia), fue el pueblo español el que asumió por su cuenta la resistencia contra la ocupación francesa y el proceso revolucionario que había de conducir a las Cortes de Cádiz a elaborar la primera Constitución española en 1812; durante la consiguiente Guerra de la Independencia (1808-14), el rey cautivo se convirtió en un símbolo de las aspiraciones nacionales españolas, motivo al que se debe que recibiera el sobrenombre de el Deseado.

Derrotados militarmente los franceses, Fernando VII recuperó el trono por el Tratado de Valençay (1813); tan pronto como llegó a España se apresuró a seguir la invitación de un grupo de reaccionarios (Manifiesto de los Persas) y restablecer la monarquía absoluta del siglo anterior, eliminando la Constitución y la obra reformadora realizada en su ausencia por las Cortes (1814).

El resto del reinado de Fernando VII estuvo marcado por su resistencia a reformar las caducas estructuras del Antiguo Régimen, acompañada de una represión sangrienta contra los movimientos de inspiración liberal. Durante los «seis mal llamados años» (1814-20) se limitó a restaurar la monarquía absoluta como si nada hubiera ocurrido desde 1808, agravando los problemas financieros derivados de la pervivencia de los privilegios fiscales y la insuficiencia del sistema tributario tradicional; un endeudamiento creciente ahogaba a la Hacienda Real, al tiempo que España perdía todo protagonismo internacional (la participación en el Congreso de Viena de 1815 se saldó sin beneficio alguno para el país).

Incapaz de reaccionar ante el proceso de emancipación de las colonias americanas, Fernando VII permitió prácticamente que consolidaran su independencia de España; cuando, en 1820, reunió en Andalucía un ejército expedicionario destinado a recuperar el control sobre América, éste se pronunció bajo el mando del general Rafael del Riego y puso en marcha un proceso revolucionario que obligó al rey a aceptar la restauración de la Constitución de 1812.

Durante el siguiente Trienio Liberal (1820-23), Fernando intentó salvar el trono fingiendo admitir su nuevo papel de monarca constitucional, pero utilizó todos los recursos que pudo para hacer fracasar el régimen y obstaculizar las reformas de las Cortes y los gobiernos liberales: conspiró para organizar un golpe de Estado de la Guardia Real en Madrid, que fracasó en 1822; posteriormente llamó en su ayuda a las potencias absolutistas de la Santa Alianza, hasta propiciar una nueva invasión francesa de la Península, la campaña de los «Cien mil hijos de San Luis» que, bajo el mando del duque de Angulema, derribó el régimen constitucional y repuso a Fernando VII como rey absoluto (1823).

Se inició entonces la «Ominosa Década» (1823-33), durante la cual Fernando VII exacerbó su odio vengativo contra todo atisbo de liberalismo, mientras dejaba que se consumara la pérdida del imperio español en América: anuló una vez más toda la obra legislativa de las Cortes constitucionales, abocó a la Hacienda a la quiebra y ahogó en sangre nuevos pronunciamientos liberales.

En los últimos años de su reinado, sin embargo, las preocupaciones políticas del monarca vinieron de otro lado: en 1830 Fernando VII promulgó por fin la Pragmática Sanción aprobada por las Cortes de 1789, en la que se abolía la Ley Sálica, volviendo al derecho sucesorio tradicional castellano que permitía que heredaran el trono las mujeres; decisión oportuna, ya que en aquel mismo año nació por fin un heredero de su cuarto matrimonio con su sobrina María Cristina de Borbón, pero resultó ser hembra (la futura Isabel II de España).

Esta situación desató las iras del príncipe Carlos María Isidro de Borbón, hermano del rey, que se vio apartado de la sucesión en beneficio de su sobrina, y pasó a encabezar desde entonces el descontento de los ultrarrealistas, reacios a cualquier apertura o compromiso con el signo de los tiempos, que era inequívocamente liberal en toda Europa. Los realistas puros habían protagonizado ya una sublevación en Cataluña en 1827 (la Rebelión de los Agraviados) y en los últimos años del reinado se preparaban para afrontar una contienda civil; su intransigencia hizo mella en el rey, quien en un momento de enfermedad derogó la Pragmática, para volverla a promulgar una vez sano (1832). Con todo ello alentó la escisión dinástica que condujo al país a la Primera Guerra Carlista (1833-39), una vez muerto Fernando VII y gobernando María Cristina de Borbón como regente en nombre de su hija, Isabel II.


Rafael de Riego

(Rafael de Riego y Núñez; Santa María de Tuñas, Asturias, 1785 - Madrid, 1823) Militar español. Miembro de los Guardias de Corps de Carlos IV, luchó contra los franceses en la Guerra de la Independencia (1808-14). Estuvo prisionero en Francia, en donde recibió la influencia ideológica del liberalismo revolucionario.


Rafael de Riego

En 1819 fue destinado como comandante al ejército que se estaba concentrando en Andalucía con la intención de partir hacia América y restablecer allí el dominio colonial español, que las rebeliones de los criollos habían eliminado durante la ocupación francesa de la metrópoli. Riego participó en las conspiraciones liberales encaminadas a sublevar al ejército contra el régimen absolutista impuesto por Fernando VII; y en 1820 se pronunció públicamente en Las Cabezas de San Juan (Sevilla) a favor de la Constitución de Cádiz de 1812, que el rey había abolido nada más regresar.

El descontento de las tropas por las condiciones en que iban a ser enviadas a América (en una flota poco fiable) facilitó el éxito del pronunciamiento. Riego recorrió Andalucía al frente de una columna, animando a la insurrección a los liberales y sin encontrar apenas resistencia, hasta que Fernando VII se decidió a jurar la Constitución.

Se abrió así un periodo de monarquía constitucional (el Trienio Constitucional de 1820-23), enormemente difícil por la deslealtad del rey al régimen que le habían impuesto los liberales. El propio Riego se convirtió en símbolo del liberalismo radical y colaboró con los gobiernos liberales como capitán general de Galicia y de Aragón y presidente de las Cortes (1822).

Cuando se produjo la invasión francesa de los «Cien mil hijos de San Luis», que venía a restablecer el absolutismo, Riego encabezó la resistencia en Andalucía (1823); pero fue derrotado, capturado y ejecutado. Pervivió, sin embargo, en la memoria popular como un héroe mítico de la lucha por la libertad; la marcha que tocaban sus tropas durante los hechos de 1820 siguió sonando como himno revolucionario a lo largo del siglo XIX y fue declarada himno nacional de España por la Segunda República (1931-39).

Isabel II de Borbón o de España

Reina de España (Madrid, 1830 - París, 1904). Isabel II nació del cuarto matrimonio de Fernando VII con su sobrina María Cristina de Borbón, poco después de que el rey promulgara la Pragmática por la que se restablecía el derecho sucesorio tradicional castellano, según el cual podían acceder al trono las mujeres en caso de morir el monarca sin descendientes varones.

En virtud de aquella norma, Isabel II fue jurada como princesa de Asturias en 1833 y proclamada reina al morir su padre en aquel mismo año; sin embargo, su tío Carlos María Isidro de Borbón no reconoció la legitimidad de esta sucesión, reclamando su derecho al trono en virtud de la legislación anterior y desencadenando con esta actitud la Primera Guerra Carlista (1833-40).

Hasta que Isabel II alcanzara la mayoría de edad, la regencia recayó en su madre, María Cristina de Borbón, la cual encabezó la defensa de sus derechos dinásticos contra los partidarios de don Carlos; para ello entabló una alianza con los liberales, que veían en la opción isabelina la posibilidad de hacer triunfar sus ideas frente al partido absolutista agrupado en torno a don Carlos.


Isabel II de España

En consecuencia, llamó al gobierno a los liberales y aceptó el régimen semiconstitucional del Estatuto Real (1834); la presión de los liberales más avanzados le obligaría luego a admitir la nacionalización de los bienes de la Iglesia (desamortización de Mendizábal) y el establecimiento de un régimen propiamente liberal (Constitución de 1837). Entretanto, la suerte de las armas fue favorable para la causa de Isabel, pues los ejércitos de Baldomero Espartero consiguieron imponerse a los carlistas en el frente del Norte (Convenio de Vergara de 1839) y en el Maestrazgo (derrota del general carlista Ramón Cabrera en 1840).

En aquel mismo año, sin embargo, María Cristina fue apartada de la Regencia y expulsada de España, desacreditada por su matrimonio morganático y por su actitud reacia al liberalismo progresista; el propio general Espartero le sucedió como regente en 1841. Por entonces se habían decantado ya las dos corrientes en las que se dividió la «familia» liberal: el partido moderado (conservador) y el partido progresista (liberal avanzado).

Después de tres años de regencia de Espartero y de consiguiente predominio político de los progresistas, en 1843 fue derrocado el regente por un movimiento en el que participaron moderados y progresistas descontentos (1843); para evitar una nueva Regencia, se decidió adelantar la mayoría de edad de Isabel II, quien comenzó, por tanto, su reinado personal con sólo trece años. Una maniobra de los moderados completó la operación apartando del poder al progresista Salustiano Olózaga bajo la acusación de haber forzado la voluntad de la reina niña.

En lo sucesivo, Isabel II inclinaría sistemáticamente sus preferencias políticas hacia los moderados, incumpliendo su papel arbitral de reina constitucional al llamar a formar gobierno siempre al mismo partido, lo cual obligó a los progresistas a recurrir a la fuerza para tener opción de gobernar; por esa razón se sucedieron los pronunciamientos, mecanismo de insurrección militar, frecuentemente combinada con algaradas callejeras, para forzar un cambio político.

La ignorancia y candidez de Isabel II se complicaron con su insatisfacción sexual, fruto del desgraciado matrimonio que le arreglaron a los dieciséis años con su primo Francisco de Asís de Borbón; una sucesión de amantes reales adquirieron influencia sobre las decisiones de la Corona, al tiempo que confesores y consejeros aprovechaban el sentimiento de culpabilidad y los accesos religiosos de la reina para hacer sentir también su influencia. Isabel II se rodeó así de una «camarilla» palaciega con influencia política extraconstitucional, causa adicional de su descrédito ante el pueblo y la opinión liberal.

Desde el comienzo de su reinado, Isabel II inauguró esta tónica al amparar diez años de gobierno ininterrumpido de los moderados (la «Década Moderada» de 1844-54), en los que el poder estuvo dominado por el general Ramón María Narváez. Este predominio moderado se plasmó en una nueva Constitución en 1845, en la que el poder de la Corona quedaba reforzado frente a los órganos de representación nacional; y también en toda una serie de leyes importantes que conformaron el modelo de Estado liberal en España en una versión muy conservadora; este giro permitió restablecer las relaciones con el Papado, que reconoció a Isabel II como reina legítima en 1845.

El descontento de los liberales acabó por provocar una revolución que dio paso a un «Bienio Progresista» (1854-56), marcado de nuevo por la influencia de Espartero. Pero una nueva sublevación militar restableció la situación conservadora, abriendo un periodo de alternancia entre los moderados de Narváez y un tercer partido de corte centrista liderado por el general Leopoldo O'Donnell (la Unión Liberal). Los progresistas, excluidos del poder, se inclinaron otra vez por la vía insurreccional, que prepararon desde el Pacto de Ostende de 1866; pero esta vez exigieron el destronamiento de Isabel, a la que acusaban de intervencionismo partidista y de deslealtad hacia la voluntad nacional.

El resultado fue la Revolución de 1868, que obligó a Isabel II (de vacaciones en Guipúzcoa) a exiliarse en Francia. En 1870 abdicó en su hijo Alfonso y confió a Antonio Cánovas del Castillo la defensa en España de la causa de la restauración dinástica; ésta se logró tras el fracaso de los sucesivos regímenes políticos del Sexenio Revolucionario (1868-74), y la entronización de Alfonso XII. La reina madre, símbolo del pasado y del desprestigio de los Borbones, regresó a España en 1876, severamente vigilada y bajo la prohibición de cualquier actividad política; pero sus desavenencias con el gobierno de Cánovas le decidieron a exiliarse definitivamente en París, donde permaneció resentida y aislada, sobreviviendo a su madre (1878), su hijo (1885), su marido (1902) y la mayor parte de sus amantes y amigos.

Francisco Serrano

(Francisco Serrano y Domínguez, duque de la Torre; Isla de León, San Fernando, Cádiz, 1810 - Madrid, 1885) Militar y político español. Hijo de un militar liberal, nació durante el asedio francés a la plaza de Cádiz, en donde se reunían las primeras Cortes españolas. Ingresó en el ejército en 1822 y ascendió por méritos propios durante la Primera Guerra Carlista (1833-40).


Francisco Serrano

En 1839, siendo ya brigadier, dio el salto a la política, alineándose con la opción progresista que representaba Espartero. Como diputado, apoyó la Regencia de Espartero (1841), quien le nombró mariscal y ministro de la Guerra; pero luego se volvió contra el excesivo poder del regente, cooperando con Juan Prim para derrocarle (1843).

Hacia 1846-48 fue amante de la reina Isabel II, sobre la cual ejerció una gran influencia política; el general bonito despertaba recelos entre los políticos moderados de la época, que le alejaron de la corte nombrándole capitán general de Granada (1848). Se apartó entonces de la política, dimitió del cargo que tenía, se casó y se dedicó a viajar.

Al estallar una nueva revolución progresista en 1854, volvió para apoyar otra vez a Espartero. Durante el Bienio Progresista que entonces comenzó fue director general de Artillería, alineándose con el partido centrista que quería formar O'Donnell entre progresistas y moderados (la Unión Liberal). Luego fue embajador en París (1856), capitán general de Cuba (1859-62) y ministro de Estado (1863). Fue entonces cuando la reina le nombró duque de la Torre, añadiendo más tarde la concesión del Toisón de Oro por su labor en la represión de la sublevación del Cuartel de San Gil (1866).

Muerto O'Donnell al año siguiente, Serrano le sucedió como jefe de la Unión Liberal y sumó al partido a las conspiraciones antidinásticas de progresistas y demócratas. Participó de manera decisiva en la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II, venciendo a las tropas gubernamentales en la batalla de Alcolea. Enseguida fue nombrado presidente del gobierno provisional (1868-69) y, vacante la jefatura del Estado, recayó sobre él como presidente del Poder Ejecutivo con tratamiento de alteza (1869-70).

Una vez instaurada la monarquía democrática con la coronación de Amadeo de Saboya, Serrano fue llamado a presidir el gobierno en dos ocasiones (1871 y 1872). Al estallar entonces una Tercera Guerra Carlista, Serrano derrotó al pretendiente don Carlos (VII) en Oroquieta y firmó el Acuerdo de Amorebieta, con la esperanza de liquidar el conflicto (1872). El rechazo de las Cortes a este convenio provocó la caída de Serrano del gobierno. Luego admitió la proclamación de la Primera República, aunque tuvo que exiliarse por su implicación en una conspiración (1873).

Cuando el golpe de Estado del general Pavía disolvió las Cortes republicanas en 1874, Serrano fue nombrado presidente del gobierno y del Poder Ejecutivo, instaurando una especie de dictadura republicana de talante conservador; su ambición era perpetuarse como dictador, pero la destrucción de las fuerzas republicanas había abierto el camino para la restauración de los Borbones, precipitada en aquel mismo año por el pronunciamiento de Arsenio Martínez Campos en Sagunto.

Serrano aceptó al nuevo rey, Alfonso XII, y pretendió desempeñar un papel importante en el nuevo régimen como jefe del Partido Constitucional. Quedó desairado por Cánovas y por el rey cuando éstos prefirieron a Sagasta como líder liberal, razón por la que se escindió con el grupo de la Izquierda Dinástica (1881).

Su labor de gobierno, a lo largo de tantos avatares, resulta insignificante, dado que fue un político sin ideales ni proyectos, al que la ambición de poder hizo cambiar frecuentemente de orientación y de lealtades (le apodaron el Judas de Arjonilla, por su tendencia a la traición y por el lugar en donde tenía su finca). No debe confundirse con Francisco Serrano Bedoya (1813-82), también general y político progresista, que también combatió en las guerras carlistas, apoyó a Espartero, se integró en la Unión Liberal, participó en la Revolución de 1868, fue ministro de la Guerra y acabó reconociendo a Alfonso XII.

Amadeo I de Saboya

(Turín, 1845 - 1890) Rey de España (1870-1873). Hijo de Víctor Manuel II de Italia y de María Adelaida de Austria, heredó el título de duque de Aosta. En 1867 contrajo matrimonio con María Victoria del Pozzo della Cisterna. Poco antes había participado en la guerra contra Austria, en la que resultó herido. Tras el conflicto fue ascendido a brigadier de caballería y, en 1869, a vicealmirante de la armada.


Amadeo de Saboya

Por aquellas mismas fechas, en España, la revolución de septiembre de 1868 provocó la abdicación y el posterior exilio de Isabel II, lo que a su vez obligó al general Prim, jefe del gobierno, a buscar un monarca para el trono español. Tras numerosas gestiones entre las familias reales europeas, se decantó por Amadeo I, representante de la casa de Saboya, la cual, según el tratado de Utrecht, tenía derecho sucesorio en España en caso de faltar la dinastía borbónica. Amadeo I de Saboya, a su vez, aceptó el ofrecimiento, siempre y cuando fuera elegido por las Cortes y reconocido por todos los Estados europeos.

Al llegar a España, sin embargo, cayó asesinado su máximo valedor, el general Prim, con lo cual su situación quedó en entredicho, puesto que no contaba con el apoyo ni de los republicanos ni de los carlistas. Aun así, y tras asistir al entierro de Prim el 2 de enero de 1871, en el que fue su primer acto oficial, encargó la formación de gobierno al general Francisco Serrano, quien formó una coalición entre progresistas, unionistas y demócratas, todos ellos favorables a la monarquía.

Sin embargo, pronto se alzaron las voces contrarias a Amadeo I, entre ellas la del ejército, la de la aristocracia y, sobre todo, la de la Iglesia, contraria a la vigente Constitución de 1869. Además, la creciente crisis económica y financiera provocó la caída de los sucesivos gobiernos de Amadeo I, quien a finales de 1872 insinuó su voluntad de abdicar, si bien legalmente la Constitución que él mismo había sancionado se lo impedía.

Finalmente abdicó en febrero de 1873 con la excusa de una sublevación en el seno del ejército, decisión que fue aceptada por las Cortes, las cuales proclamaron a continuación la Primera República. Amadeo I de Saboya regresó a Italia, donde recuperó el título de duque de Aosta y vivió alejado de la escena política hasta su muerte.

Estanislao Figueras y Moragas

(Barcelona, 1819 - Madrid, 1882) Político español que fue presidente de la Primera República (1873). Licenciado en derecho, en 1844 se trasladó a Tarragona, donde inició su carrera como abogado. Ingresó en el Partido Progresista y participó en las revueltas liberales de 1848. Este mismo año se desplazó a Madrid, donde entró en contacto con los círculos políticos republicanos. Más tarde, se decantó por el Partido Demócrata (1849), surgido a partir de una escisión del Partido Progresista.


Estanislao Figueras

En 1851 fue elegido diputado por Tarragona, ciudad a la que se trasladó para formar parte de su Junta Revolucionaria, que presidió durante los acontecimientos políticos que condujeron al Bienio Progresista (1854-1856). En 1855 fue elegido diputado a Cortes, donde lideró la minoría republicana, y votó a favor de la instauración de un régimen republicano, opción que no contó con el favor de la cámara. Al año siguiente, durante la elaboración del proyecto del que debía surgir una nueva Constitución, abogó en favor de la descentralización del Estado y de las desamortizaciones, postura que lo enfrentó con los sectores más próximos a la Iglesia.

Tras el fallido pronunciamiento del cuartel de San Gil (1867) fue condenado a prisión, lo cual motivó su fuga a Portugal, país del que pudo volver a España merced al triunfo de la revolución de septiembre de 1868, que destronó a Isabel II y dio inicio al Sexenio Democrático (1868-1874). A su regreso ingresó en el Partido Federal, liderado por Francesc Pi y Margall, y fundó el periódico La Igualdad, desde cuyas páginas defendió su doctrina federalista.

En febrero de 1873 fue elegido presidente de la Primera República, cargo que ocupó hasta junio del mismo año, en que la crisis económica, así como la división interna en el seno de su propio partido y la proclamación del Estat Català, que sólo pudo revocar aceptando la disolución del ejército en Cataluña, motivaron su sustitución por Pi y Margall y su huida a Francia, de donde regresó a finales de año para intentar, sin éxito, recomponer el fragmentado Partido Federal. Alejado a partir de entonces de Pi y Margall y de su partido, en 1880 fundó, junto a Manuel Ruiz Zorrilla, el Partido Republicano Federal Orgánico, cuya actividad, debido a la muerte de Figueras poco después, fue escasa.

Alfonso XII

(Madrid, 1857 - El Pardo, 1885) Rey de España (1874-1885). Hijo de Isabel II, acompañó a su madre al exilio cuando fue destronada por la Revolución de 1868. En 1870, Isabel II abdicó en favor de su hijo; y en 1873 dejó en manos de Antonio Cánovas del Castillo la defensa de la causa borbónica en España. Cánovas envió al futuro Alfonso XII a completar su formación en la academia militar inglesa de Sandhurst, a fin de impregnarle de los principios de la monarquía parlamentaria británica.


Alfonso XII

En 1874, con la crisis de la Primera República, Cánovas estimó que la descomposición del régimen revolucionario dejaba el terreno maduro para la vuelta de los Borbones y empezó a prepararla, lanzando en nombre del príncipe el llamado «Manifiesto de Sandhurst», en el que se postulaba como artífice de una reconciliación nacional. Los acontecimientos se precipitaron por el pronunciamiento militar de Arsenio Martínez Campos en Sagunto, que proclamó rey a Alfonso. Éste viajó inmediatamente de París a Barcelona y entró en Madrid como rey poco después (1874).

Cánovas elaboró un nuevo régimen político basado en el liberalismo doctrinario y conocido como «Restauración», plasmado en la Constitución de 1876, que se mantendría vigente hasta 1923. Alfonso XII quedó relegado a un papel de árbitro entre dos grandes partidos -el conservador y el liberal- que se turnaban pacíficamente en el poder, evitando los pronunciamientos militares y las algaradas populares que habían sido constantes durante el reinado de Isabel II.

No obstante, para asentar dicho régimen tuvo que hacer frente a la Guerra Carlista, abierta en el Norte y en Levante desde 1873; tras la rendición del general carlista Ramón Cabrera, el pretendiente al trono, Carlos María Isidro de Borbón, abandonó España, poniendo fin a la guerra en 1876.

Igualmente se sometió por la fuerza la rebelión cantonalista iniciada durante el periodo republicano. Y poco después la Paz del Zanjón (1878) completó la pacificación al poner fin a la guerra sostenida durante diez años contra los independentistas cubanos. Posteriormente, el reinado de Alfonso XII sólo se vería alterado por algunas intentonas republicanas y por los dos atentados sufridos en 1878 y 1879 (cuyos autores fueron inmediatamente ejecutados).

Los dos conflictos principales en los que se vio involucrado tuvieron que ver con el poder ascendente de la Alemania de Bismarck. En 1883 Alfonso XII aceptó del emperador Guillermo I de Alemania la invitación para presenciar unas maniobras militares en Hamburgo, ocasión en la que le dispensó importantes honores; la visita provocó un fuerte rechazo en Francia, que se expresó agriamente al paso del rey por aquel país. En 1885, en cambio, el conflicto fue con Alemania, que disputaba a España las islas Carolinas; el enfrentamiento se evitó por medios diplomáticos, recurriendo al arbitraje del papa León XIII.

En cuanto a los asuntos internos, don Alfonso se comportó como un rey constitucional, ejerciendo prudentemente su prerrogativa de nombrar primer ministro: hasta 1881 confió en los conservadores, manteniéndose Cánovas en el poder salvo en dos breves intervalos en los que mandaron Joaquín Jovellar (1875) y Arsenio Martínez Campos (1879); luego pasó el poder a los liberales de Práxedes Mateo Sagasta, sustituido en 1883 por José Posada Herrera; y en 1884 devolvió el gobierno a Cánovas.

Alfonso XII murió de tuberculosis con sólo 27 años, haciendo temer por la continuidad de la dinastía. Su primera mujer, María de las Mercedes de Orléans, había muerto el mismo año de su boda, en 1878. De un segundo matrimonio con María Cristina de Habsburgo-Lorena (1879) habían nacido dos princesas que contaban cinco y tres años; y la reina quedaba embarazada al morir su esposo. La incertidumbre se disipó con el nacimiento, en 1886, de un heredero varón, hijo póstumo de don Alfonso. Durante la minoría de edad de este príncipe -el futuro Alfonso XIII- ejercería la regencia su madre, María Cristina de Habsburgo, apoyada por el pacto político entre los partidos del régimen.

Antonio Cánovas del Castillo

Político español, artífice del régimen de la Restauración (Málaga, 1828 - Santa Águeda, Guipúzcoa, 1897). Licenciado en derecho por la Universidad de Madrid, las inquietudes de este joven de origen modesto se dirigieron inicialmente hacia la literatura (en la que le apadrinó su tío, el escritor Serafín Estébanez Calderón) y sobre todo hacia la historia, dedicación esta última que no abandonó ni en los momentos álgidos de su vida política; escribió notables trabajos sobre los Austrias y la decadencia española, que le valieron el ingreso en la Academia de la Historia (1860). También fue miembro de la Real Academia Española (1867), la de Ciencias Morales y Políticas (1871) y la de Bellas Artes de San Fernando (1887).


Antonio Cánovas del Castillo

Sus inquietudes intelectuales se canalizaron, además, a través del Ateneo de Madrid, que presidió en 1870-74, 1882-84 y 1888-89. A la política llegó a través del periodismo, trabajando desde 1849 en el diario de Joaquín Francisco Pacheco, líder del grupo «puritano» que representaba el ala más conciliadora del Partido Moderado. Esa vocación centrista quedó confirmada al integrarse en la Unión Liberal, partido creado por Leopoldo O'Donnell para interponerse entre moderados y progresistas.

Su primera responsabilidad política fue la redacción del Manifiesto de Manzanares, que hizo públicas las posiciones de los militares participantes en la llamada «Revolución de 1854» (Leopoldo O'Donnell, Francisco Serrano y Domingo Dulce). Luego fue ocupando puestos políticos de importancia creciente, como los de diputado en las Cortes constituyentes de 1854-56, agente de preces en Roma, gobernador civil de Cádiz, director general de Administración Local, subsecretario de Gobernación, ministro del mismo ramo (1864) y de Ultramar (1865-66). Su actitud ante la insurrección de los sargentos del Cuartel de San Gil (1866) le costó el destierro a Palencia, permaneciendo apartado de todo protagonismo político hasta que estalló la Revolución de 1868, que destronó a Isabel II.

Durante el Sexenio Revolucionario de 1868-74, Antonio Cánovas del Castillo asumió el liderazgo de una minoría conservadora en las Cortes, señalándose en los debates contra el sufragio universal y la libertad de cultos. Atacó tanto al régimen democrático de Amadeo de Saboya como a la Primera República que le sucedió, aprovechando los fracasos de ambos ensayos para consolidar su opción de restaurar la monarquía de los Borbones, pero no en la persona de la ex reina Isabel II -cuyo descrédito había provocado la revolución-, sino en la de su hijo, a quien haría reponer como rey con el nombre de Alfonso XII.

Una vez que abdicó la reina madre en el exilio (1870), Antonio Cánovas consiguió plenos poderes para dirigir la causa monárquica (1873), mientras orientaba la educación del príncipe en Inglaterra y le hacía proclamar el llamado Manifiesto de Sandhurst, en el que trazaba las líneas directrices de una futura monarquía parlamentaria, liberal y moderada, llamando en su apoyo a todos los católicos y descontentos con la situación revolucionaria desvinculados del carlismo (1874).

Cánovas del Castillo fue fortaleciendo paulatinamente la causa alfonsina en medios políticos y acrecentando la viabilidad de la restauración monárquica a medida que quedaba desacreditada la opción republicana; pero, en contra de su voluntad, el general Arsenio Martínez Campos se le adelantó, proclamando al rey mediante un pronunciamiento militar en Sagunto (1874). Sin embargo, por primera vez en la historia de los pronunciamientos españoles, los militares no quisieron ocupar el poder, sino poner en él a Cánovas, como líder de los partidarios de la Monarquía: el último día de aquel año, Cánovas formó un gobierno que ejercería la regencia hasta la llegada de Alfonso XII, el cual confirmó al gabinete en 1875.

Dueño de un poder prácticamente incontestado, Cánovas realizó en los dos años siguientes una obra ingente, que puso las bases del régimen de la Restauración, el cual habría de perdurar hasta el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera (1923). Preparó e hizo aprobar la Constitución de 1876, estableciendo una monarquía liberal inspirada en las prácticas parlamentarias europeas. La clave era acabar con la violencia política y los pronunciamientos militares que habían marcado el reinado de Isabel II, asentando la primacía del poder civil. Pero para ello había que garantizar la alternancia pacífica en el poder; Cánovas diseñó un modelo bipartidista al estilo británico, formando él mismo un gran Partido Conservador a partir de la extinta Unión Liberal; y buscó una figura que aglutinara la opción política alternativa, encontrándola en Sagasta, que asumiría el liderazgo del Partido Liberal, con el cual se turnarían los conservadores en el poder.

Tras gobernar casi sin interrupciones hasta 1881, Cánovas dejó el poder a Sagasta en aquel año, recuperándolo en 1884. Al morir Alfonso XII en 1885 y para consolidar la regencia de María Cristina de Habsburgo, selló con Sagasta el llamado «Pacto de El Pardo», por el cual ambos partidos se sucederían sin enfrentarse en la gobernación del país. Y es que, efectivamente, la peculiaridad del régimen canovista era que las elecciones constituían una farsa manejada por las redes oligárquicas del caciquismo, mientras que el Parlamento y el gobierno se formaban de espaldas a la opinión pública, en función de pactos entre los líderes de los dos partidos dinásticos y con una intervención decisiva de la Corona.

Cánovas volvió a presidir el Consejo de Ministros en 1890-92 y en 1895-97. En su haber como gobernante hay que anotar la pacificación del país, poniendo fin a la sublevación cantonal (1874), la Tercera Guerra Carlista (1875) y la Guerra de los Diez Años en Cuba (1878). Inspirado por la «lección» histórica de la decadencia española, trató de impulsar un resurgimiento nacional, fomentando un nuevo patriotismo español con actos como los que conmemoraron el cuarto centenario del descubrimiento de América (1892).

Pero se mostró impotente ante los nuevos conflictos que suscitaban el nacionalismo catalán, el movimiento obrero, el anarquismo, las disidencias internas de su partido (Francisco Silvela) y la reaparición del movimiento independentista en Cuba (1895). Incapaz de abrir cauces para la participación política de nuevos grupos y aspiraciones, cuando murió asesinado por un anarquista italiano durante su estancia veraniega en un balneario, dejó al régimen ante una situación de crisis que se prolongaría desde la derrota en la Guerra de Cuba (1898) hasta su extinción (1923).


LECTURAS DE AMPLIACIÓN

Aquí tienes una serie de lecturas para ampliar conocimientos

"La Guerra de las Naranjas. El gran triunfo de Godoy" PINCHA AQUÍ 

"El Trienio Liberal" PINCHA AQUÍ

"El escándalo de la escuadra rusa de Fernando VII"  PINCHA AQUÍ

"José Bonaparte en el trono español" PINCHA AQUÍ 

"Arapiles, el gran triunfo de Wellington en España" PINCHA AQUÍ

ACTIVIDADES INTERACTIVAS

Para hacer actividades interactivas puedes pinchar en los siguientes enlaces:







VÍDEOS

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA- BIBLIOTECA NACIONAL



LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA- LA CUNA DE HALICARNASO



FERNANDO VII REGRESA A ESPAÑA- MEMORIA DE ESPAÑA


ISABEL II, REINA DE ESPAÑA- HISTORIAS CONTADAS



LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO LIBERAL- LA CUNA DE HALICARNASO


EL SEXENIO REVOLUCIONARIO- MEMORIA DE ESPAÑA


I REPÚBLICA ESPAÑOLA- MEMORIA DE ESPAÑA


LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA EN ESPAÑA- CLASES HISTORIA


LA RESTAURACIÓN BORBÓNICA- LA CUNA DE HALICARNASO


LA GUERRA DE CUBA Y EL DESASTRE DEL 98- ACADEMIA PLAY